No era la imagen que él esperaba, y ciertamente no era lo que cualquiera hubiera predicho hace apenas unos meses. La noche del sábado, el que fue durante años el favorito para ser el candidato republicano en las elecciones de 2016, Jeb Bush, se retiró de la campaña tras apenas veinte días de contienda, y justo en Carolina del Sur, el estado que había catapultado hace dieciséis años a su hermano George W. Bush a la nominación de su partido. Aunque las palabras de la mayoría de sus rivales fueron elogiosas, en parte por estrategia, en parte por cortesía, la derrota también fue más allá de lo imaginado. Apenas rozó los dos dígitos en una de las tres primarias, New Hampshire; fue estigmatizado –en gran parte gracias a Donald Trump- como un candidato sin energía y falto de liderazgo, y, peor aún, incluso terminó poniendo en riesgo el legado de su hermano, George W. Bush, permitiendo que candidatos como Trump lo atacaran por su manejo del 11-S, un tema que hasta ahora era tabú en la política estadounidense.
El desastre, sin duda, pasará a los anales de las campañas como un ejemplo de ineficacia inentendible desde muchos aspectos. A mediados del año pasado, Jeb Bush lideraba el pelotón de los candidatos y parecía una opción razonable en medio de la fauna de posibilidades entre los más de 17 nombres que optaban a la nominación republicana. Más aún, tenía un respaldo financiero prácticamente inédito para ese momento en una campaña de primarias: más de 100 millones de dólares a disposición entre sus fondos de la candidatura y los de los comités que lo impulsaban, los denominados "Súper PAC".
Pero de fondo había algo más complicado. En marzo del año pasado, Peter Hart, uno de los analistas de opinión pública más respetados de Estados Unidos, apreciaba en una serie de focus groups entre los siempre cruciales votantes independientes que, aunque los participantes parecían asumir –o estar resignados- que los candidatos presidenciales serían Hillary Clinton y Jeb Bush, existía una molestia contenida con la idea de que ambas familias volvieran a competir. Con el dato de que –a excepción de 2012– desde 1980 siempre ha habido un Bush o un Clinton en las primarias o en la fórmula presidente/vicepresidente, la lectura de ese malestar es una de las primeras explicaciones de un fracaso que superó cualquier expectativa.
De nada sirvió que Bush sacara a su artillería pesada. Su hermano y su madre se volcaron en los últimos días a apoyarlo en terreno. Pero en el año de Donald Trump, las frases altisonantes y las propuestas polémicas, la moderación de Jeb no tuvo espacio ante un público que desea cambio. El final, triste y simbólico, fue con Trump –su peor enemigo– ganando por más de diez puntos, y Rubio –su rival directo- sacando un segundo lugar con mucho sabor a victoria.
Apenas unos minutos después de su retiro, sin hacer el duelo, sus rivales empezaron a cortejar a los activos más preciados de la campaña de Bush: su red de donantes y de apoyos en el establishment republicano. Con el "Súper Martes" a la vista en diez días, la cita donde votan once estados tiene mucho sabor a final anticipada. Que, por supuesto, no tendrá a uno de los favoritos originales, eliminado en primera ronda.
LA PRIMERA VICTORIA DE HILLARY
Ganó Iowa por apenas unos votos, pero el margen no fue claro. Luego, perdió abrumadoramente en New Hampshire. Pero el sábado, Hillary Clinton ganó con cierta claridad Nevada, cumpliendo con su rol de favorita y deteniendo levemente el arrastre de Bernie Sanders en la primera parte de la carrera. Está claro que la campaña del senador tiene mucho por qué alegrarse: en apenas un mes redujeron una ventaja de cerca de 25 puntos a apenas cinco, y su desempeño entre los votantes latinos fue muchísimo mejor del esperado. Sin embargo, el resultado general tiene la lectura inequívoca de ser la primera vez en la carrera que la ex primera dama puede cantar victoria.
No es tanto el margen que tuvo como las condiciones que enfrentó, y que replican bastante bien lo que va a ocurrir en otros estados. Sanders, con más dinero en mano gracias a su ejército de pequeños donantes, puso más avisos publicitarios que Hillary y envió a sus líderes de la campaña en Iowa a organizar en terreno la operación. El senador cortejó abiertamente a los hispanos y trató de hacer lo mismo con los votantes afroamericanos. De hecho, ayer sábado en la mañana el Chicago Tribune publicó una fotografía de 1963 de Sanders siendo detenido en una protesta contra la segregación racial en las escuelas de esa ciudad, algo confirmado por su propia campaña.
Sin embargo, el liderazgo de Hillary durante meses –si no años– en las preferencias, una campaña con veteranos de ambos bandos de la batalla entre ella y Obama en el 2008 y que en terreno funciona bastante bien, y ventajas sólidas entre las mujeres y los afroamericanos, le permitieron ganar incluso por un margen mayor del que pronosticaban las encuestas finales del estado. Esto último es, quizás, la mejor noticia para Hillary, porque implica que su estrategia de posicionarse como la continuadora de Obama –mientras Sanders no puede evitar ciertas críticas a su manejo presidencial– está rindiendo frutos en la coalición que llevó al actual mandatario a la Casa Blanca.
La energía está aún del lado de Sanders, pero la pregunta ahora pasa a ser temporal: ¿le alcanzará el empuje para dar vuelta en menos de un mes la ventaja que tiene Hillary en los estados que votan hasta el 15 de marzo, y que entregan cerca del 60% de los delegados? Por de pronto, la próxima semana serán los demócratas los que se medirán en Carolina del Sur, donde Sanders arrastra una desventaja de cerca de 20 puntos. Y un dato perdido en el tiempo fue que en esa elección de 2008, la ex primera dama obtuvo más votos que el entonces senador Obama en la temporada de primarias y caucus, pero menos delegados. Si de alguna forma logra reconstruir su propia coalición y sumar al voto afroamericano, el impulso podría ser suficiente para ganar a Sanders aunque sea por un margen estrecho y quedarse con la nominación.
Con todo, la apatía puede ser un rival más a vencer, en especial entre los demócratas. Ayer en Nevada votaron más de un 30% menos de electores comparado con la histórica elección de 2008. Y si en Iowa y New Hampshire la tónica era que los estados vivían unos días en función de los comicios, ahora la realidad es distinta. La noche del sábado, Charleston, la ciudad más grande de Carolina del Sur, disfrutaba entre risas, paseos y conversaciones de una velada tan normal como cualquier otra. Apenas unos carteles por Donald Trump en algunas casas de las afueras de la ciudad dejaban ver lo que estaba pasando. Así ocurrirá cada vez más en una contienda que ahora llegará y se irá como un rayo de los estados, y que en diez días más vivirá un día completamente crucial.