Frontal es una de las palabras que más se repite cuando se pide definir a Sergio Muñoz. Una característica que mostró apenas debutó como presidente de la Corte Suprema en marzo de 2014, cuando respondió molesto a las críticas del entonces presidente Sebastián Piñera y su ministro del Interior Andrés Chadwick a los jueces que condenaron a Celestino Córdoba por el incendio en que murió el matrimonio Luchsinger MacKay, sin aplicar, como pedía el gobierno, la Ley Antiterrorista. Entonces dijo: "El Poder Judicial siempre va a responder cuando es agredido".
Durante sus dos años en la presidencia de la Corte Suprema, período que termina en diciembre, Muñoz ha seguido evidenciando su estilo. Si para algunos es confrontacional, para otros responde, simplemente, a parte de una nueva concepción de los jueces que consideran que no deben estar encerrados en los tribunales y ajenos a lo que pasa en la calle. De hecho, parte de su discurso ha sido reiterativo en cuanto que en Chile no debe haber una justicia de clases y que la desigualdad no se debe reflejar en el acceso a justicia.
Su rol y fuerte personalidad, además de la cada vez mayor judicialización de proyectos ambientales, hizo que por primera vez la Enade invitara a un supremo a su encuentro anual. Y allá, ante la curiosidad de los empresarios, señaló: "Un modelo democrático de desarrollo sustentable requiere de equilibrar las metas económicas, sociales y culturales con respeto a nuestros pueblos originarios y medioambiente" y "la gente quiere participar en el bienestar, no solamente en el sacrificio de los proyectos económicos".
Otra muestra de su sello se reflejó esta semana: en forma inédita, acaba de pedir al Congreso rechazar el presupuesto de 2016 designado para el Poder Judicial por estimar que los recursos son insuficientes. También opinó, en una reciente entrevista, que "para profundizar los derechos no es necesario modificar la Constitución".
Sin embargo, hay otro Muñoz, el Muñoz juez, quien estará en la Corte Suprema por los próximos 17 años, que ha plasmado en varias de sus sentencias (sobre todo cuando integró la Tercera Sala de la Suprema) su manera de comprender el derecho y el rol de justicia. Ha dicho, por ejemplo, que "interpretar el Derecho es un arte, no una ciencia" y que "hoy estamos en un modelo crítico de interpretación de la legislación, racional, ponderado".
"La idea de que la ley no es la última palabra, sino que es la puerta de entrada para solucionar un asunto hace una gran diferencia entre esta Corte Suprema y la del pasado".
Hoy, varios de sus fallos suelen ser lectura de nuevas generaciones de jueces, así como también mirados con lupa por los grandes estudios de abogados. Dos ejemplos: cuando estimó que las isapres no podían subir sus planes, pues era una decisión arbitraria, y cuando paralizó el proyecto termoeléctrico Central Castilla al cuestionar la evaluación previa que había realizado la autoridad ambiental.
El profesor de Derecho Administrativo de la Universidad de Chile, Luis Cordero, quien por sus clases ha seguido durante 10 años la evolución de la jurisprudencia de la Corte Suprema, en especial los fallos de la Tercera Sala donde Muñoz ha dejado huella y marcado pauta para futuras generaciones, dice: "Hay que distinguir a Sergio Muñoz como juez, que decide asuntos de interés público, del Sergio Muñoz como gestor a cargo del Poder Judicial".
—¿Y en qué se diferencian esos dos Muñoz?
—El primero es leal a los hechos de los casos que tiene que resolver y, el segundo, es un deliberante de la discusión pública. En su rol de la Corte Suprema, desde el punto de vista del protagonismo público, ha sido completamente distinto a sus antecesores, porque le han tocado dos cosas que son centrales: liderar el proceso de modernización del Poder Judicial y, segundo, como presidente ha tenido que reforzar la independencia de los tribunales.
—¿Cómo es la Corte Suprema a la que pertenece Muñoz?
—La Corte de estos seis últimos años es diametralmente distinta a la que teníamos de vuelta a la democracia, porque la de los 90 venía de la dictadura y era muy reticente a involucrarse en los asuntos públicos. Pero esta Corte ha ido moviéndose al interior del Poder Judicial, y hoy es una Corte de derechos. Su primer gesto de independencia en los temas políticos fue con el caso Pinochet. Pero en los temas sociales ese gesto fue la termoeléctrica Campiche, que es la primera decisión de la Corte importante al dejar sin efecto un proyecto que ya estaba en ejecución.
—¿Cuán protagonista es Muñoz en estos cambios?
—Muñoz sintetiza la evolución que ha tenido el Poder Judicial hasta ahora. Porque esta es una Corte que entiende que es importante resolver los problemas en clave de derechos y que comprende que debe prestar el servicio de justicia de forma eficaz. Pero Muñoz no es único, no está solo en esto, porque todas las decisiones deben pasar por el pleno. Además, las reformas judiciales trajeron consecuencias nuevas: amplió la base del tipo de jueces a personas más jóvenes que fueron educadas en democracia y en un Derecho que se enseñó en base a derechos.
—¿Jueces que no son literales en la ley, como Muñoz?
—Más bien jueces que aprendieron a resolver los conflictos en base a derechos y no necesariamente a reglas. La idea de que la ley no es la última palabra, sino que es la puerta de entrada para solucionar un asunto hace una gran diferencia entre esta Corte Suprema y la del pasado.
—Muñoz extrema el argumento, lo lleva al límite. Pero también hay una sensibilidad de la Corte en esto. El ministro Muñoz puede ser un símbolo, pero nadie, ni Hércules,es capaz de mover un pleno de 21 miembros. Esto tiene que ver con lo que está detrás de su manera de verbalizar los asuntos, tiene que ver con una cierta manera que hoy tiene la Corte de entender los derechos y comprender su posición en la sociedad. Esta Suprema tiene un activo muy importante, porque ningún especialista dudará que ella tiene dos grandes atributos: es independiente y proba, algo que al retorno de la democracia era dudoso.
—¿Qué opina de las críticas que han formulado varios abogados respecto del activismo judicial al considerar que hay jueces que plasman sus convicciones personales en sus resoluciones?
—Los jueces hoy están conscientes del protagonismo que tienen. Cuando vino la oleada de críticas sobre el activismo judicial, la respuesta del ministro Milton Juica, entonces presidente de la Corte Suprema, fue que si las personas vienen a pedir tutela judicial, los jueces tienen que dar respuesta de eso. Además, la Corte fue muy explícita al decir que si las agencias gubernamentales no resuelven bien los asuntos, no es que los jueces los resuelvan, sino que tienen que decidir si los procedimientos utilizados fueron correctos o no.
— ¿Cuál es la mirada del Derecho de Muñoz?
—Muñoz ve el Derecho desde una perspectiva social. Lo ve como útil a un régimen de convivencia colectiva. En su vida universitaria, por ejemplo, fue el presidente del Departamento de Bienestar de los alumnos (en la UCV) y el autor del reglamento de beneficios a los estudiantes. Es decir, tiene una manera de comprender el Derecho y su rol como un gran engranaje colectivo. Eso él ya lo había manifestado como ministro de la Corte de Apelaciones, porque los criterios ambientales que después le criticaron cuando estaba en la Corte Suprema, ya los había anticipado cuando revocó la aprobación de la planta Itata de la Celulosa Arauco. Pero su característica no sólo es verbalizar estas situaciones, sino que también las expone extensamente.
—Sus opiniones en los fallos son muy largas.
—Es un ministro que cuando plasma sus opiniones en los fallos, la síntesis no es parte de sus atributos. Por ejemplo, en el fallo Farmacias, son 300 páginas donde habla del contexto y la importancia de la sanción. Y en los casos de responsabilidad del Estado, él hace una larga explicación sobre las razones que inspiran este fenómeno. Es un juez de derechos que no sólo lo hace explícito, sino que además lo hace desde una perspectiva y argumentación extensiva. Y eso también lo hace alguien particular, por la voluntad individual de manifestar sin ambigüedades una manera de comprender los problemas.
"El presidente de la Suprema tiene vocación de héroe en lo jurisdiccional y en su función administrativa. Es, ante todo, un explícito desafiante del poder en todos los ámbitos. Eso es lo que define su estilo".
— ¿Qué opina del planteamiento de Muñoz respecto de que para profundizar los derechos no es necesario modificar la Constitución?
—Es coherente con la doctrina de la Corte de los últimos años. Creo que ella puede sostener razonablemente que a través de varias de sus sentencias de los últimos años ha permitido una nueva interpretación de los derechos de la Constitución de 1980. La Corte hoy habla más de igualdad que de propiedad.
—¿Cómo es la percepción de los jueces de la Corte Suprema en otros países? ¿Se produce el mismo fenómeno que en Chile?
—Recientemente se publicó un libro, de Cass Sunstein, en donde se explica que los jueces de la Corte Suprema se pueden clasificar, de acuerdo a la manera en que enfrentan los asuntos —al margen de su ideología—, en héroes, minimalistas, soldados y silentes. Los héroes son capaces de desafiar abiertamente el contenido de las decisiones de la autoridad en base a valores constitucionales que estiman superiores. En cambio, los soldados son los que defienden el contenido de las decisiones de la autoridad como legítimas y difícilmente objetables. Los minimalistas buscan cambios en base a criterios incrementales progresivos. Y los silentes prefieren no pronunciarse en casos difíciles. Para ellos, el silencio es oro.
—¿Y qué tipo de juez sería Muñoz?
—La Corte Suprema chilena de los últimos años puede ser entendida en su globalidad como minimalista, porque ha ido realizando cambios incrementales en diferentes áreas de gran importancia social. En cambio, su presidente tiene vocación de héroe en lo jurisdiccional y en su función administrativa. Es, ante todo, un explícito desafiante del poder en todos los ámbitos. Eso es lo que define su estilo.