Si Kenny G es compañía fiel en la consulta del dentista o en los paseos de mall, Jean-Michel Jarre es el incondicional de los reportajes sobre ovnis y exploración espacial; de aperturas de Juegos Olímpicos, aniversarios de ciudades, celebraciones de la NASA y cualquier festejo imponente necesitado de un eco de "modernidad". De ser un pionero de la música electrónica en los años 70, el compositor francés pasó a ser el faraón del new age futurista y de los megaconciertos parafernálicos, lo que explica que en su nuevo disco, Electronica 1: The Time Machine, haya querido recordarle al mundo su influencia y las razones por las que, hasta la década de 1980, la crítica lo consideró brillante e innovador.
La estrategia fue convocar a una decena de estrellas para componer y crear junto a ellos una especie de antología personal de buena parte de las eras de la música electrónica: la matriz sesentera y progresiva de Tangerine Dream, el pop de teclados ochentero con Vince Clarke, el uso experimental de los mismos teclados por Laurie Anderson, el trip-hop de los 90 con Massive Attack, el llamado french touch con Air, el sampler transformado en herramienta pop por Moby, y el perfil del DJ global millonario con Armin van Buuren, además del legendario Pete Townshend, de The Who; John Carpenter, M83 y Lang Lang, entre otros.
El resultado puede ser desigual, pero es interesante en dos sentidos. Primero, porque recuerda lo mal que envejeció parte de la música de Jarre y lo bien que habría podido adaptarse a los nuevos tiempos —como lo hizo Brian Eno, el padre de la ambient music— si hubiera pensado más en música que en fuegos artificiales. Segundo, porque esta comunión de tanto artista de peso ayuda a pulir algo de su brillo de antaño: antes de vender 80 millones de discos, Jean-Michel Jarre fue el primer compositor en masificar los sintetizadores y convertirlos en gusto popular. Este disco es su intento por recobrar esa vieja gloria, la gloria de los días en que aún no era el Kenny G de la música electrónica.