Cuando Neil Armstrong pisó suelo lunar en julio de 1969, un adolescente inglés de 18 años lo miraba atónito desde el living de su casa, a través de la transmisón de la BBC. Ese joven, años más tarde, también llegaría al espacio... aunque de una manera distinta.
Martin Sweeting (65) comenzó a fabricar aparatos de comunicación a los 5 años de edad, usando dos latas conserveras y un hilo entre ambas. Como cualquier niño de la época, se pasaba las tardes conversando con su hermana y jugando a estar a miles de kilómetros de distancia, aunque sólo los separaba una habitación.
Al crecer, Sweeting comenzó a mostrar una afición por la radio. Si bien se comunicaba con jóvenes —y otros no tanto— del mismo Reino Unido, siempre soñó con interceptar las comunicaciones entre los rusos. La Guerra Fría y sus historias de espionaje vivían su máximo apogeo y Sweeting ansiaba ser parte de ello. Luego, el Apolo XI llegó a la Luna y fue el catalizador de un gran cambio.
Al ver la caminata de Armstrong, Sweeting vaticinó que el mundo de las comunicaciones explotaría. "Ése será el futuro", recuerda que pensó.
Decidió estudiar algo ligado con la radiotransmisión. Entró a la Universidad de Surrey, al suroeste de Londres, y ahí comenzó a armar transistores, hasta que un día uno de ellos le agitó el corazón: un equipo interceptó señales de un satélite soviético y, con el tiempo, otros equipos empezaron a recibir más comunicaciones de los rusos. Entendió que había que ser parte de esa red que comenzaba a tejerse. Decidió fabricar satélites.
A fines de los 70, y cursando su doctorado en antenas de onda corta, Sweeting reunió a un grupo de voluntarios para armar un satélite. No cualquiera, sino uno que tuviese apenas una fracción del peso que tenían los ya en órbita. Los convenció de que los inventos que estaban llevando a cabo estadounidenses como Steve Jobs y Bill Gates, los creadores de los microcomputadores, empujarían la carrera cósmica a otro nivel: los satélites se harían más pequeños y alguien debía fabricarlos. En 1981 crearon el primer satélite compacto del mundo, con apenas 72 kilos. Pero el Reino Unido recién había abandonado la carrera espacial, por sus altos costos, y el equipo de Sweeting no tenía quién pusiese al nuevo invento en órbita. Decidió contactar a la NASA.
La respuesta de la agencia espacial estadounidense lo sorprendió. Aceptaron llevar su satélite al espacio como peso extra en una misión que llevaría uno de sus grandes satélites fuera de la atmósfera. Tal fue el éxito que en 1982 repitieron la hazaña, y el segundo satélite del equipo de Sweeting venció la gravedad. El primero de ellos, recuerda Sweeting, estuvo 8 años en órbita antes de caer al mar. El segundo, y no disimula su orgullo al contarlo, sigue en funcionamiento. "Es muy simple y rudimentario, pero aún funciona. Sigue sirviendo para mover las comunicaciones de radioaficionados de todo el mundo. Lo mismo que yo hacía cuando adolescente ahora otros lo hacen usando mi satélite", cuenta ahora desde Inglaterra.
Tras el éxito de ambos satélites, Sweeting convenció al vicecanciller de la universidad que le prestase el equivalente a US$ 150. Con el capital inscribió su empresa y en 1985 nació Surrey Satellite Technology (SST), una empresa que hoy controla el 40% de la producción mundial de satélites y de la cual Sweeting sigue siendo su presidente.
El padre del FASat-Alfa
Con el correr de la década de los 80, las superpotencias comenzaron a gastar menos en la carrera espacial. Sweeting pensó que los elevados costos de los satélites rusos y estadounidenses estaban dejando afuera al resto de los países, al llamado Tercer mundo, de la exploración espacial y decidió salir a venderles sus satélites. "Todos querían ser parte de esta aventura, pero nadie iba a destinar un porcentaje importante del PIB a crear satélites", explica.
Él tenía una oferta distinta. Emprendió viajes a Tailandia, Malasia, Corea del Sur, Singapur y Portugal. Todos países en vías de desarrollo que deseaban llegar al cielo para mirar sus propios territorios desde lo alto. Sweeting los convenció de tener sus propios satélites, unos que fuesen livianos, de alta tecnología y a bajo costo. El mundo emergente comenzó a ver en SST su principal proveedor.
En los años 80, Sweeting pensó que los elevados costos de los satélites rusos y estadounidenses estaban dejando afuera al resto de los países, y decidió salir a venderles sus satélites: "Todos querían ser parte de esta aventura, pero nadie iba a destinar un porcentaje importante del PIB a eso".
A inicios de los 90, Chile se puso en su radar. El país venía experimentando el crecimiento económico más potente de América Latina por casi una década. Recuerda que visitó Santiago en varias ocasiones para hablar con agentes en las Fuerzas Armadas y en el gobierno. En 1995, por fin se dio luz verde al proyecto y se fabricó el FASat-Alfa, de apenas 50 kilos de peso y el cual se pondría en órbita en agosto de ese año.
Tras el lanzamiento en Rusia, el satélite jamás entró en operaciones debido a un problema en el desacoplamiento con el cohete principal. Fue uno de los primeros fracasos para SST. En 1998 repitieron la prueba con el FASat-Bravo, el cual logró ponerse en órbita por tres años, hasta que la batería dejó de funcionar y quedó convertido en chatarra espacial.
A pesar de estos contratiempos, Sweeting está convencido de que el que un país como Chile tenga un lugar en el espacio es mérito de estas tecnologías más baratas y accesibles para potenciar las comunicaciones, el monitoreo de la agricultura, los comportamientos urbanos y poblacionales, el seguimiento de cursos de ríos y de posibles desastres, etc. "Hoy ningún país podría decir que tener un satélite es un lujo. Es una herramienta vital para el desarrollo y para proteger a sus habitantes", dice el presidente de SST, junto con agregar que esperan trabajar en el satélite que Chile lanzará después de 2017, cuando se acabe la vida útil del FASat-Charlie, el sucesor de Bravo.
La masificación de estas tecnologías fue mérito suficiente para que la reina Isabel II lo nombrara caballero en 2002 por su aporte a la humanidad.
LA RED DEL FUTURO
Cuando se imagina el mañana, Sweeting pone en su hoja de ruta a la Luna y a Marte. "En unos 30 ó 40 años comenzará la migración hacia Marte. Comenzará recién en unas cuatro décadas, pero la red de comunicaciones debe construirse desde ya y de manera unificada entre todos los países. Ese será el futuro de nuestra compañía", dice.
Su augurio no es muy descabellado. La misma SST ya está trabajando en el perfeccionamiento de la red satelital Galileo, la cual servirá a toda Europa y será afín con la norteamericana GPS y las redes de Rusia y China. "Lo que queremos es que estas cuatro poderosas redes comiencen a trabajar juntas en el corto plazo, como un ensayo de lo que tendremos que hacer afuera de este planeta", asegura. El joven que soñaba con interceptar las comunicaciones soviéticas, hoy se ilusiona con ser el puente comunicador de los humanos, pero ya en otro planeta.