Si hay algo que siempre ha identificado al cine de Tarantino, es el estilo. Como al inicio de Bastardos sin gloria, su nueva película, Los 8 más odiados, es un homenaje al wéstern y una clase de cine. En tiempos de películas mediocres, la manera en que Tarantino se planta con la cámara es casi un prodigio. Incluso ahora llevó las cosas al extremo, al filmar en un formato de 70 mm —que tuvo su período de gloria en los años 50, con superproducciones como Ben Hur —, en un gesto más de su cinefilia desbordada y su amor por el cine de género, que lo ha llevado desde el policial al wéstern.

Un gesto que muy pocos podrán apreciar, eso sí, porque son escasas las salas que permiten la proyección en 70 mm. En esta obsesión por la forma descansa lo mejor y lo peor del cine de Tarantino. Lo más notable son esas secuencias filmadas como un milagro visual. Lo más débil, esos personajes más cerca de la parodia. Los 8 más odiados es un ejemplo de esa dicotomía. El viaje de John Ruth, un cazarrecompensas que traslada a una fugitiva de la justicia en la época de Lincoln y la Guerra Civil, a veces se hace demasiado largo en las casi tres horas de metraje. Pero lo que importa acá, nuevamente, es la manera en que Tarantino nos cuenta esa historia. Como un enjambre narrativo donde nadie dice la verdad y todos parecen esconder un secreto, y con trucos que dejan al descubierto que lo que estamos viendo es una ficción.

En eso, Tarantino puede ser un goce inagotable, y Los 8 más odiados, un clásico de su cine.

"Los 8 más odiados", de Quentin Tarantino.