En una época de esposas devotas y madres abnegadas, Emily Dickinson siempre vivió al margen: no se casó ni tuvo hijos. Su legado se forjó en el anonimato, en una Nueva Inglaterra puritana y conservadora, a mediados del siglo XIX. Esa lucha entre la escritora brillante y la mujer atrapada por las convenciones de su tiempo es el centro de Una serena pasión, película inspirada en la vida de la poeta norteamericana.
En vida, Dickinson apenas publicó un puñado de poemas y el reconocimiento a su obra fue póstumo. Por lo mismo, esta biopic dirigida por el británico Terence Davies (The Deep Blue Sea) no se alimenta de grandes sucesos ni eventos extraordinarios, porque la vida de Dickinson ocurrió a puertas cerradas, en su casa, rodeada de sus padres y de sus hermanos. La película parte con Dickinson finalizando su estricta educación en el seminario de Mount Holyoke y la sigue hasta sus días finales, recluida en su hogar, siempre vestida de blanco, aquejada por una enfermedad.
Lo que ocurre entremedio es lo que importa. Una serena pasión es una película que intenta emular ese tempo asociado a la creación y a una vida más contemplativa, con un ritmo pausado y un montaje en que los poemas de Dickinson son protagonistas y van ordenando el relato. Ese es el reto que se impuso Davies: todo sucede fuera del espacio público, en la intimidad del hogar, el lugar de las mujeres en esos años. Por su posición social, la escritora recibió una educación privilegiada para las mujeres de esa época y, en cierta forma, eso fue una condena. La Emily Dickinson de Cynthia Nixon (la amiga pelirroja de Sex and the City) es una mujer contenida, en pugna con su tiempo y con su fe. Una serena pasión funciona también como un retrato de la vida privada de las mujeres, enfocado en una rebelde que no alcanza a liberarse del todo, pero donde se siente la presencia latente de ese cuarto propio que muchos años después imaginó Virginia Woolf.