1974, el año de la irrupción de Johan Cruyff. Por supuesto, los más informados lo tenían bajo su radar desde mucho antes. No en vano ya había ganado tres veces la Copa de Europa con el Ajax entre 1971 y 1973, además de dos de sus tres balones de oro. Pero fue ese año, en el Mundial de Alemania, cuando el planeta se enteró de quién era Cruyff y del fútbol total de Holanda, una nación que en esa década empezaba a salir de un largo ostracismo balompédico.
Claro que para que sucediera, la federación neerlandesa debió resolver un importante conflicto con el crack.
A la leyenda que el jueves 24 de marzo murió a los 68 años víctima de un cáncer de pulmón, no le pasaban por encima. Ni en la cancha ni fuera de ella, heredada de su familia de clase obrera. Su selección cerró un contrato con Adidas para que le proveyera de camiseta que tenía a todos contentos, menos a Cruyff, quien había firmado con la rival Puma y no quería promocionar otra marca. No gratis, al menos.
El problema se resolvió con Cruyff llevando dos rayas en su indumentaria y no tres, como es la tradición de Adidas. La relación entre las partes se mantuvo áspera hasta el final, al punto que en 2014 la empresa alemana quiso impedir que el futbolista vendiera la réplica de la polera con dos rayas a través de su compañía Cruyff Classic, aduciendo que era dueña del diseño. "Esas dos tiras me pertenecen", les contestó la leyenda.
La situación comenzó a gestarle una fama de ambicioso que no le caía en gracia, la que volvería a demostrar en varias ocasiones, cobrando por sus entrevistas o cuando, ya como técnico culé, vestía a su auspiciador y no el del club. Para él, era un acto de rebeldía, de pelear por lo que consideraba le pertenecía.
Ocurrió cuando Ajax negociaba su venta al Real Madrid. Entre las historias que se cuentan está la de que al enterarse, prefirió fichar por el enemigo, el Barcelona, que en 1973 venía a los tumbos y llevaba 14 años sin conseguir el título de la Liga, aunque en la banca tenía el cerebro de la "Naranja Mecánica", el técnico Rinus Michel. No lo hizo a cualquier precio, en todo caso, sino que por 60 millones de pesetas, unos 14 millones de dólares de la actualidad, que lo convirtieron en el pase más caro hasta entonces.
Luego de cuatro años, un título y una Copa del Rey, Cruyff deja la Ciudad Condal para ir a Estados Unidos, no sin dejar cuestas otra muestra de su carácter, al llamar Jordi a su hijo y no Jorge como dictaba la ley franquista de esos días.
Su regreso a Europa, en 1981, se producirá bajo especiales circunstancias. Si bien a los 34 años ya no era el mismo, mantenía parte de sus cualidades y eso motivó a que tuviera varios interesados en contratarlo. Pese a tener pretendientes de mayor renombre, él decide por el Levante, de la segunda división hispana. Las razones en la elección se resumen en una mejor propuesta económica. La aventura pintaba bien: el equipo peleaba el ascenso y se espera que con Cruyff aumentara la captación de socios y el dinero en las boletería. No sería así.
Lo trataron como estrella, se entrenaba poco y viajaba aparte de sus compañeros. Además, una vez confirmada la expectación que generaba, quiso su parte. Consciente de que la gente pagaba la entrada para verlo a él, decidió exigir la mitad de la recaudación en los partidos de visita. Como era de esperar, le dijeron que no. A la postre, su rendimiento y las taquillas fueron a la baja, lo mismo que la opción del Levante de subir.
Su forma de actuar respecto del dinero generó que una de las teorías que circuló respecto de su ausencia del Mundial de Argentina 78 fuera un nuevo conflicto Adidas-Puma-Holanda. Después de años de silencio, Cruyff aclaró que se debió por temor a que algo le sucediera a su familia, que no mucho antes había sufrido un intento de secuestro en España, razón mucho más potente y menos idealista de que lo había hecho para no apoyar a la dictadura de Jorge Rafael Videla, relato que agigantaba su genio rebelde, aunque —visto en perspectiva— no era algo que necesitara.