"Oh, Manchester, tienes tanto por responder", canta Morrissey en "Suffer Little Children". La canción —que trata sobre un grupo de jóvenes asesinados en Yorkshire— fue lanzada en 1984, en ese corto pero glorioso período en el que el resto de su banda, los Smiths, logró soportarlo y crear algunos de los himnos pop más icónicos de finales del siglo XX.

Si a alguien le puede hacer sentido esta canción, compuesta por un atribulado poeta de sangre irlandesa, pero de corazón inglés, criado en el gris Manchester de los 80 bajo la ética thatcheriana, donde el más débil estaba destinado a quedarse abajo del carro de la victoria, es a Alexis Sánchez.

Porque el Niño Maravilla llegó a la ciudad industrial del norte de Inglaterra buscando la gloria que se le negó durante su estadía en el Arsenal. Y en un principio las cosas pintaban bien: arribó convertido en el jugador mejor pagado de la liga más rica del mundo, con un video promocional que invitaba a ilusionarse: siendo el número principal en el Teatro de los Sueños. Pero, desde su llegada —luego de desechar la oferta del City de Pep Guardiola— ha chocado como un autito de parque de diversiones: contra todo.

Extraña ver a un Sánchez tan pasivo dentro del campo. Algo no anda bien.

Que las peores barreras son las psicológicas, las impuestas por uno mismo, suena a cita de Paulo Coelho, a reflexión de Pilar Sordo, pero en el caso del Manchester United es tan triste como real. El de Mourinho es un club grande por historia que juega como equipo chico, como si cada fecha peleara el descenso en vez del campeonato. Un once que espera refugiado en su campo, cuyo esquema no da rienda suelta a los talentosos y, lo peor de todo, cuya defensa, en la que se debería sostener su planteamiento, es tan débil como la del Arsenal. Que David de Gea, su arquero, sea el mejor jugador del equipo dice mucho de cómo los adversarios enfrentan a Mourinho.

El escenario, entonces, no es el ideal para un jugador eminentemente creativo como Sánchez quien, contra el Sevilla, se dedicó a meter cambios de juego y a buscar con pelotazos al belga Romelu Lukaku. Los grandes jugadores, los llamados a escribir la historia, aparecen cuando se los necesita, se rebelan frente a la adversidad. Pero el miércoles, Alexis se remitió a ser un fiel soldado del general Mourinho: contenido, preocupado de marcar las subidas de Mercado, de limpiar el juego cuando le llegaba el balón. Una labor táctica perfecta. Y, como sabemos, en la perfección es muy difícil que nazca el arte. En un equipo que sólo se desordenó cuando todo estaba perdido, en esos últimos cinco minutos que lograron hacer que el espectador neutral dejara de bostezar, era más necesario el pichanguero de Tocopilla que el obediente obrero del Manchester.

Quizá este tiempo pueda servir para que Alexis termine de aclimatarse y se convierta en el líder que brilló en Arsenal.

Contra el Sevilla, Mou cedió el control y la iniciativa para ganar en orden y verticalidad. Por momentos le funcionó, sobre todo gracias al empuje del promisorio Marcus Rashford y del ya nombrado Lukaku. Pero para jugar al espacio se necesita gente capaz de meter balones con ventaja, y varios de esos no estaban en la cancha. Por eso las pifias que recibió el equipo cuando se cumplían 70 minutos y aún faltaban tres para que el recién ingresado Ben Yedder marcara el gol que los obligaba a marcar dos, fueron merecidas. Porque en un estadio así, con las cifras que ha gastado, y con todo lo que habla su entrenador, el United tiene que estar peleando arriba siempre. Pero no, no lo hace. Y no lo hace porque no se atreve. De hecho, pareciera ser un problema del fútbol inglés: mucho podrá hablarse de que LaLiga está monopolizada por el Real Madrid y el Barcelona, pero cuando al que le toca jugar es al Sevilla, al Celta, al Athletic o al Atlético de Madrid, demuestran que los partidos no los ganan los millones, sino el buen trato de balón, los planteos inteligentes, los goles.

Mourinho, por supuesto, parece no haberse dado cuenta de eso. De hecho, cuando entendió que debía salir a buscar el partido, tuvo una reacción tímida: ordenó el ingreso de Paul Pogba, el mejor reflejo del jugador Instagram: un crack para dominar en los stories de la red social, el que anda con los mejores audífonos, el del mejor corte de pelo. Pero a la hora de tomar el liderazgo demuestra lo que es en realidad: un jugador frío, intrascendente, hasta flojo.

Por eso extraña que Alexis, un malas pulgas dentro del campo por excelencia, haya sido tan pasivo. Quizás le falta tomar confianza, jugar más partidos en Old Trafford, conocer más a sus compañeros, meter un par de goles. No sabemos tampoco cuánto realmente lo marcó quedar fuera del Mundial de Rusia. Pero algo le pasa que no se desespera, no aletea cómo aleteó aquella vez cuando, jugando por el Arsenal, caían goleados por el Bayern Múnich. Probablemente sea cosa de tiempo, pero ojalá ocurra más temprano que tarde, porque en equipos como el United, el Barcelona o el Madrid, no hay tiempo para adaptarse. El que no funciona, simplemente sale.

Cuando ya va más de la mitad de la temporada europea, al United sólo le queda luchar por la FA Cup. Muy poco para un equipo tan grande, que tendrá que sacar lecciones y que, ojalá, se dé cuenta de que las formas sí importan y que quedar eliminado jugando de contragolpe como local, con 75.000 personas en las tribunas, no es lo mismo que quedar fuera de una copa con un fútbol vistoso, ofensivo, con actitud, con ganas de ganar. Este tiempo puede servir para que Alexis termine de aclimatarse y se convierta en el líder que llegó a ser en el norte de Londres, lugar que abandonó para jugar la Champions y levantar copas y que, por lo menos esta temporada, ya no cumplió.

"He vivido dos eliminaciones de la Champions aquí antes. Entrenando al Oporto, el Manchester United quedó eliminado. Entrenando al Real Madrid, el Manchester quedó eliminado. Así que esto no es nada nuevo para este club", declaró Mourinho después del partido. Con declaraciones como esa, más que nunca se hace necesario que los talentosos como Sánchez, Mata, Lingard, Rashford y Lukaku se rebelen, y de la forma más difícil: no con declaraciones para la galería, no amurrándose, sino pidiendo la pelota, intentando jugar bien, poniendo la cara cuando las cosas se ponen difíciles. Como ahora.

Al final de la canción de Morrissey, el niño que la protagoniza pide que lo encuentren. Es tanto lo que se demoran los adultos, los responsables, que él les termina avisando: el niño (¿maravilla?) está en el páramo. Y en ese momento uno no sabe si el que se lamenta es Morrissey o, quizás, Alexis Sánchez detrás de sus audífonos.