El desarrollo de públicos y la formación de nuevas audiencias para las artes se ha impuesto en la agenda de manera transversal. Durante octubre, conferencias, talleres y seminarios han abordado el tema y han cuestionado más de un paradigma.
El Festival Internacional de Cine de Valdivia reunió a encargados de salas independientes para debatir sobre las estrategias en el campo del audiovisual, cuando el cine chileno encuentra más resonancia en los certámenes europeos que en la taquilla local. En Buenos Aires, el Centro Cultural San Martín acogió las ponencias conmemorativas de los 10 años del Programa de Formación de Espectadores, enfocado principalmente en la vinculación de jóvenes con la abultada cartelera de artes escénicas de la capital trasandina.
El próximo lunes, la Fundación Cultural de Providencia hará otro tanto con un ciclo de conferencias sobre programación artística y la gestión de espectadores. Y a fin de mes dos eventos profundizarán en el tema reuniendo a especialistas y casos internacionales. En Madrid, la consultora Asimétrica realizará, por quinto año, la conferencia sobre marketing de las artes, que tendrá entre sus ponentes a Niels Righolt, director del Danish Centre for Arts & Interculture y crítico del impacto de las políticas de participación.
En Santiago, el Centro Gabriela Mistral, GAM, presentará la quinta edición del Seminario de Formación de Audiencias Cómo trabajar con públicos infieles, críticos y participativos a partir de la revisión de experiencias de distinta escala: Teatro Solís, de Montevideo; Gran Teatro Nacional, de Lima; programa Carrusel de las Artes, de Buenos Aires; centro The Place, de Londres; Teatro Nescafé de las Artes, Centro Cultural San Joaquín y centro La Nave.
Las conclusiones en estos foros son coincidentes: la revolución tecnológica y el uso masivo de smartphones y plataformas digitales han modificado de manera determinante las prácticas y los hábitos de consumo cultural de la población, y ha quedado atrás la era de destinatarios dóciles y homogéneos.
Los creadores, directivos de espacios artísticos y de museos, y funcionarios a cargo de políticas públicas están desafiados a admitir que en el lado oscuro de la sala —como diría la antropóloga Lucina Jiménez— la partida se juega ahora de otro modo. El espectador contemporáneo es ante todo un prosumidor: opta por generar contenidos y creaciones que lo involucran activamente, y luego se convierte en ocasional receptor de las artes tradicionales, como ha demostrado Néstor García Canclini.
Esto pone en entredicho las políticas de gratuidad y de eventos masivos y obliga a revisar estrategias. El Parlamento de la Comunidad Europea ha situado el desarrollo de audiencias como eje de los programas a financiar a través de Europa Creativa hasta 2020, y Gran Bretaña viene condicionando el apoyo a los espacios culturales al trabajo con los públicos.
Hay quienes relativizan el impacto de las iniciativas en tanto se encuentren sujetas a la lógica de las industrias creativas y a la generación de mercados de circulación de creaciones artísticas, donde las audiencias sólo se leen a la vista de indicadores numéricos. Así argumentan el polaco Zygmunt Bauman en La cultura en el mundo de la modernidad líquida (Fondo de Cultura Económica, 2013) y Gilles Lipovetsky y Jean Serroy en La estetización del mundo (Editorial Anagrama, 2015).
Son ellos también quienes plantean un enfoque de particular resonancia en Chile: si el acceso a las artes está condicionado hoy principalmente por una barrera simbólica, parece oportuno orientar el desarrollo de audiencias hacia la diversificación de públicos y a la conformación de comunidades en torno a los espacios culturales. De otro modo, se corre el riesgo de quedar anclado en ópticas anacrónicas.