Los caminos del cine tienen desvíos inesperados. 120 latidos por minuto es una película francesa enfocada en la labor de ACT UP-París, un grupo de activistas que a inicios de los 90 dieron la pelea para visibilizar a los enfermos de sida en Francia. Dirigida por Robin Campillo, esta película se estrenó el año pasado en Cannes y acaba de aterrizar en la cartelera local en los mismos días en que el Ministerio de Salud chileno reveló que los contagiados con VIH aumentaron un 96% el año pasado.

Una coincidencia feroz, porque justamente esta es una película que habla sobre la negligencia de las políticas públicas y la indiferencia —y ceguera— del resto de la sociedad frente a este tema. Campillo, conocido por su labor como guionista de Laurent Cantet (Entre los muros), también fue miembro de ACT UP-París y eso se nota. Campillo filma con nervio, completamente fiel al coraje de esos hombres y mujeres que no sólo luchaban contra una enfermedad que en ese entonces parecía no tener cura, sino que también debían enfrentar a una sociedad que los veía como unos parias. Campillo revive ese espíritu de guerrilla del grupo, capaz de repartir condones en un liceo o de irrumpir en un laboratorio que especulaba con la entrega de nuevas drogas para combatir la enfermedad.

Pero, más allá del activismo, Campillo también se detiene en la vida íntima de estos jóvenes que, en muchos casos, literalmente estaban luchando por su vida. Es el caso de Sean (Nahuel Pérez Biscayart), seropositivo y uno de los más radicales del grupo, que se empareja con Nathan (Arnaud Valois), alguien mucho más moderado en sus posturas.

Pocas veces el mundo gay ha sido retratado tan bien y sin prejuicios. Desde el erotismo, la amistad y la solidaridad de estos hombres que incluso viviendo al límite, con la muerte como una sombra indeleble, también son capaces de celebrar la vida. Es probable que 120 latidos por minuto sea uno de los mejores estrenos del año. Una película bella, conmovedora y urgente, que en Chile tiene una vergonzosa vigencia.