El 31 de diciembre de 2013 esperé el Año Nuevo en Colonia, en la orilla oriente del Rin, cruzando el puente Hohenzollern, a metros de la hoy famosa estación central de la cuarta ciudad más poblada de Alemania. Siempre que recuerdo la experiencia, me invade una absurda remembranza bélica. La fiesta es, para los alemanes, la excusa perfecta para mezclar fuegos artificiales, muchos de ellos, con alcohol y desenfreno. Es como si la madrugada del 1 de enero todo estuviera permitido. Vi cómo niños de cinco años manipulaban cohetes y otros explosivos prohibidos en cualquier otro país, vi cómo personas lanzaban bengalas a quemarropa a otros ciudadanos y vi cómo el destino final de cualquier botella de vidrio era ser destruida brutalmente contra el pavimento. La noche terminó para mí viendo cómo dos sujetos organizaban un lanzazo en un andén de la estación central, mientras las fuerzas especiales de la policía cruzaban el puente para imponer nuevamente ese orden tan caro de las ciudades alemanas, impolutas, silenciosas, verdes, civilizadas.

Sirve de contexto para un correcto análisis de lo sucedido este último Año Nuevo en Colonia. Lo que se viene a la cabeza al leer las noticias de las tropelías impresentables, "repugnantes", en palabras de la canciller Angela Merkel, es preguntarse cómo esto no sucedió antes. "Esto" es el asalto sexual y financiero que sufrieron innumerables mujeres cuando 2016 apenas despuntaba en Colonia.

Hoy sabemos que la policía alemana calificó inicialmente la jornada como una noche tranquila, "sin incidentes", e incluso se ve en algunos videos abandonando el lugar de los ataques mientras explotaban los fuegos artificiales que dieron comienzo al escándalo. Sabemos también que luego responsabilizó de los hechos a hombres de origen norafricano o árabe, pese a que no hay un solo detenido y a que la cifra de presuntos atacantes ha llegado a ser elevada hasta mil.

¿Cree alguien, de verdad, que entre los atacantes sólo había personas de origen extranjero? Algunos quieren creerlo. Los partidos de extrema derecha, al menos, se cuadran con esa idea. El NPD, heredero del nazismo, y el AfD, euroescéptico y amigo de las restricciones a los inmigrantes, son dos de ellos. En las redes sociales ya han usado el escándalo colonés para pedir más trabas a la política de brazos abiertos con los refugiados, mezclando agua con aceite.

Incluso desde la CDU de la canciller Merkel han surgido voces que hablan de que es claro que en esto hay mano extranjera. En la televisión, como en el canal de noticias NTV, las notas explican cómo los países del mundo árabe menosprecian a las mujeres y se preguntan qué podría pasar para el carnaval de Colonia, que se celebra masivamente en febrero. Todo eso mientras acusan una "sexualización" de las mujeres en otras culturas, al tiempo que muestran chicas en minifalda desfilando por las calles de la ciudad renana.

Desde el mundo político, en tanto, sólo la voz de la parlamentaria de Los Verdes Claudia Roth da la nota disonante. Ella llamó a hablar de violencia masculina y no de violencia norafricana o árabe, para referirse a la noticia en cuestión.

La policía, muy criticada por su accionar en esta delicada situación, ha prometido tomar medidas para evitar que una vergüenza como la de esa madrugada se repita. En conferencia de prensa, el jefe de operaciones de la policía, Michael Temme, lamentó que por culpa de "estos idiotas" la imagen de los refugiados se vea afectada, olvidando que fue la misma policía la que acusó desde un comienzo a personas de origen extranjero, una declaración aventurada cuando no hay pruebas concretas y cuando el país se halla cada vez más dividido entre quienes respaldan a Merkel en su plan de permitir la llegada de más solicitantes de asilo y entre quienes piensan que Alemania ya no da abasto.

El escándalo en Colonia viene como anillo al dedo para los radicales de derecha, sin ninguna duda, quienes han profitado ya de la crisis de los refugiados y obtenido beneficios en las encuestas. Pero, a la vez, pone en evidencia a una sociedad que se dice tolerante y avanzada en términos de inclusión femenina, pero al mismo tiempo tiene una alcaldesa, precisamente la colonesa Henriette Reker, ella misma defensora de la integración de los refugiados y que fue acuchillada por un desempleado enemigo de los inmigrantes en octubre pasado, que recomendó a las mujeres — tras el episodio de Año Nuevo — "no irse con unos u otros" al calor de las fiestas.

Con su dura reacción llamando a aplicar todo el peso del Estado de derecho sobre los responsables, la canciller Merkel buscó dar una señal de firmeza y compromiso con las mujeres. Una buena estrategia que choca con la verdadera raíz de este asunto. El problema de Alemania es que muchas veces, incluso de forma inconsciente, busca derivar las causas de sus dificultades hacia el "otro", obviando las responsabilidades propias y olvidando que esas personas que acá llaman "de origen extranjero" (como los sospechosos de Colonia) son segunda o tercera generación en el país, se educaron en el país y crecieron en el país. Son los "otros" a los que siempre les preguntan de dónde vienen y ellos responden, en perfecto alemán, "de Alemania".