Tenía 19 años. En ese momento estaba muy metida en el judaísmo. Participaba activamente de la comunidad judía ortodoxa de mi universidad en California. Estudié hebreo y las festividades de esta religión. Me encantaba. Quería convertirme e irme a Israel, vestir túnicas, caminar en la Tierra Santa y estar así, a lo natural.

Un día tenía una entrevista con miembros de la comunidad judía para irme a Israel y vivir en un kibutz. En esa época mis padres estaban separados, y yo vivía con mi papá en San Fernando Valley. Rodrigo, la pareja de mi mamá, se ofreció para llevarme a esta reunión en un pueblo que estaba ubicado a dos horas de distancia. Fue un viaje largo y la entrevista, una decepción: no me dijeron que no, pero me pusieron dificultades para cumplir mi sueño. Me sentí súper rechazada. A la vuelta, en algún minuto, sentí que transferí todo el amor por Dios y por Israel a Rodrigo. Fue instantáneo. Nos enamoramos de un momento a otro, fue como una bomba. Primero fuimos donde su hermana y él declaró que me amaba. Después le tuvimos que decir a mi mamá…

Rodrigo era chileno y se había venido con su familia a Estados Unidos en los 70. Yo lo había visto apenas dos veces, porque él vivía con mi madre en otra ciudad. Nunca nos habíamos hablado mucho. Él era el quinto novio que yo le conocía a mi mamá. Nunca pensé que iba a ser el amor de mi vida.

Le dijimos a mi madre que esto no era una cosa sórdida, que de verdad era amor, que queríamos tener hijos, y que sabíamos que iba a ser la mejor abuela. Todos lloramos, pero al final ya estaba claro que así era la cosa no más. Rodrigo tenía 10 años más que yo; y mi madre, 25 años más que él.

Mi mamá estaba medio choqueada. Todas sus amigas le decían que esta relación era horrible, lo peor. Ella entendía la situación. Entendía que él quería casarse, que era joven, que quería tener hijos; pero ella no quería más hijos. Se amaban, pero había cosas que no funcionaban. Con esta nueva situación, al principio mi mamá estaba triste, pero después lo superó y encontró otra pareja.

Tiempo después me fui a vivir con Rodrigo, y al año siguiente nos casamos. Éramos la caricatura de los hippies de los 70 en California. Era la revolución total. Nos íbamos mucho tiempo de camping a las playas, éramos súper místicos, hacíamos yoga.

Para nuestro matrimonio invitamos a mi madre, pero ella decidió no ir. No me acuerdo si nos respondió o no, pero hubiera sido raro encontrarse con mi padre, que había sido su marido, y con mi novio, que había sido su pareja, su pololo.

Que yo haya sido hija de la ex pareja de Rodrigo no era muy relevante para la familia de él. Ellos veían que era lo mejor, que finalmente se quedó con una niña inteligente, sana, en edad de casarse, y que por algo el destino nos hizo enamorarnos. Fue así como un rayo, rarísimo.

En 1973 tuvimos nuestra primera hija y un año más tarde decidimos venir a Chile a conocer su país. La idea era darnos cinco años para decidir si nos quedábamos o no. Nos fuimos en una combi Volkswagen a Chile, con la guagua de nueve meses. Recorrimos casi toda la costa del Pacífico, bajando tres meses en auto para llegar a Santiago. Llegamos aquí en julio de 1974.

Vine aquí esperando los cielos azules del himno nacional, y no fue así. Me impactó que la gente se vestía súper formal; las mujeres con faldas de lana plisada, collares de perlas y peinadas de peluquería. Yo venía de la onda californiana, con el hipismo más exagerado que existía. Mi suegra se espantaba cuando veía que yo me vestía con faldas largas y cosas en la cabeza; creía que yo era gitana. En Chile todo era diferente.

Un día le dije a mi marido "por favor, sácame de aquí", y nos fuimos a vivir a una parcela en San Bernardo. Ahí nos quedamos y tuvimos tres hijos más. He vuelto a California a ver a mi familia, principalmente a mi hermana. Mi mamá estuvo enojada mucho tiempo, pero en uno de mis viajes nos juntamos, porque quería conocer a sus nietos. Nunca tuve una relación muy amorosa con ella, yo sé que nos amaba mucho, pero no había un vínculo muy cariñoso. Era más de enseñarnos modales, llevarnos al dentista y esas cosas, nos enseñó mucho pero no era muy cariñosa.

No recuerdo exactamente cuándo les conté a mis hijos que su papá había sido la pareja de su abuela, pero sé que esperé a que fueran más grandes. Era un hecho curioso obviamente, pero nunca fue tema. Mis nietos mayores, que tienen 12 y 18 años, ahora lo saben y para ellos es como "oye granny, wow"; no es nada terrible, lo encuentran genial, gracioso, como de película.

Mi marido murió de cáncer el 2003, estuvimos casados 32 años. Me dejó estos cuatro hijos maravillosos y este país que amo. Ahora vivo en El Tabo, felizmente en la playa. Hace poco nació mi sexto nieto. Tengo cuatro nietas mujeres y dos hombres. Estoy chocha.

Mi destino se decidió en un viaje, ¿cómo puede pasar algo tan raro? Yo iba enamorada de Israel y volví enamorada de Rodrigo. Todavía sigo la religión, pero no participo de la comunidad y ni siquiera he ido de visita a Israel.

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