Cholitas escaladoras: las mujeres que llevan las polleras a la cima
Por décadas les dijeron que la montaña no era para ellas y que bastaba mirar la cumbre desde la cocina. Pero en 2015, 11 aimaras de entre 20 y 50 años se rebelaron contra el machismo y la discriminación en Bolivia y coronaron el Huayna Potosí en faldas. La percepción que tenían de sí mismas cambió para siempre. Conquistando cimas de seis mil metros desde entonces, acaban de ascender el Aconcagua, el pico más grande de América, y su próximo sueño es coronar el Everest. "Querer es poder", dicen mientras el mundo no despega sus ojos de ellas.
Cinco mujeres bolivianas ríen en las faldas del Aconcagua. Vistiendo coloridas polleras y aguayos que mezclan con buzos térmicos, crampones, arneses, bastones, cuerdas y parkas de pluma, imaginan cómo sus maridos estarán esa noche de enero de 2019 en La Paz, ahora que ellas están comiendo milanesas y pizzas pre cocidas en un campamento en Argentina, y se preparan para subir por etapas la montaña más alta de América.
"¡Tanto que nos han regañado y ahora por 20 días no podrán llamarnos ni por teléfono!", bromean mientras las estrellas fugaces caen sobre sus cabezas.
Lejos estarán durante esa expedición las cocinas de Bolivia donde han pasado gran parte de sus vidas sirviéndoles a otros. Desde que en 2015 Lidia Huayllas (50), Elena Quispe (22), Cecilia Llusco (35), Dora Magüeño (53) y su hija Ana Lía Gonzáles (34) decidieron derribar los prejuicios que les impedían a las mujeres de polleras hacer cumbre en las montañas paceñas, lo único que quieren es conquistar más y más cimas en faldas. Las cholitas escaladoras desean reivindicar sus raíces. Pero también devorarse el mundo.
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Para que estas mujeres estén encabezando esta revolución en la montaña en un país como Bolivia, donde sólo entre enero y febrero de este año se cometieron 19 femicidios, ellas tuvieron que sobreponerse primero a la histórica discriminación que padecían por su doble condición de mujeres e indígenas. Viviendo en El Alto, que es donde emigró la población campesina de Bolivia, han atravesado vidas tan duras, además, que no fue hasta hace cuatro años, y tras acompañar por décadas a sus esposos como cocineras o porteadoras en el campo base de Huayna Potosí, que comenzaron a presionar en serio para que las llevaran a la cima, como sólo en 1985 se había atrevido a hacerlo la chola paceña Virginia Siñani.
"¿Qué es lo que habrá allá arriba?", se preguntaba Dora Magüeño, viendo cómo los turistas regresaban de la cima descorchando cervezas de felicidad.
Aunque la mayoría de las cocineras o porteadoras está casada con guías de montaña, que sí llegaban al tope con los extranjeros, es decir, a 6.088 msnm, las mujeres de polleras tenían que conformarse con ver los picos nevados desde los 5.300.
"¿Por qué nosotras no?", comenzó a decir también Lidia Huayllas a los hombres. Pero la respuesta siempre era la misma: "Qué van a poder ustedes…".
La curiosidad entre las mujeres por subir al tope no hizo más que crecer con los años. Hasta que en 2015 Dora trató de consolar a un turista que había fracasado en su intento por coronar y le sugirió tomarse una foto afuera del refugio.
"Es lo mismo. No llores. Tómate una sopita de verduras y te vas a sentir mejor", le dijo.
Pero el extranjero le abrió los ojos: "¿Es que no has subido? Es que nunca, nunca, será lo mismo. Tienes que ir y lo vas a ver. No merezco ni una sopa".
Ese fue el punto de inflexión para que tomaran la decisión de ascender la madrugada del 17 de diciembre de 2015. "Con esposos o sin ellos estábamos decididas a ir a la cumbre del Huayna Potosí. Ya no aguantábamos más con el misterio", recuerda Lidia.
Para su sorpresa, esa noche no sólo llegaron Dora y su hija Ana Lía, sino que fueron 11 en total las mujeres que se habían convencido de hacer cumbre. Cuando los esposos las vieron organizadas, pero sin equipos de montaña ni dinero para alquilar nada, ya no pudieron negarse. Les prestaron algunos abrigos y salieron con lo que tenían a la montaña para poder guiarlas.
Ese día nacieron las cholitas escaladoras: un grupo de dueñas de casa, madres y abuelas que coronan cimas en polleras y que usan aguayos en lugar de mochilas sobre sus hombros. Y que cuatro años más tarde, tras ir al Aconcagua, se han convertido en verdaderos símbolos de lucha por la visibilidad de los pueblos andinos y la igualdad de derechos de las mujeres, recibiendo amplia cobertura mediática en Bolivia y también a nivel internacional en diarios como El País, Huffington Post o National Geographic.
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Al principio, sus maridos no creyeron que llegarían muy lejos. Las mujeres tuvieron que aprender sobre la marcha a encordarse y a caminar con crampones, pero además las puntas de estos se enganchaban con las polleras, lo que hacía que la caminata por la nieve –sobre todo de bajada - fuera más difícil aún.
"Ven, no fue buena idea. Devolvámonos", dijo más de uno de los esposos. Pero ellas insistieron en que no. Que ya habían tardado demasiado en cumplir este sueño y que aprenderían lo que fuera necesario con tal de llegar.
A pesar de que al comienzo tenían miedo, a medida que subían dicen que sus cabezas se fueron vaciando de pensamientos y avanzaron más livianas. En ningún momento pensaron en sacarse la pollera. Mientras Ana Lía Gonzáles cuenta que para ellas es vital reivindicar sus raíces a través del atuendo, Elena Quispe agrega que sin las cuatro enaguas que van debajo moriría de frío porque siente que el buzo térmico no las calienta lo suficiente.
"Para nosotras la pollera significa fuerza. Representa a la mujer trabajadora que históricamente ha sufrido discriminación por ser mujer e indígena, y que aún así se inventa formas para sacar adelante con esfuerzo a sus hijos. Mi abuela me recomendaba sacarme la pollera por miedo a que me trataran mal, como le pasó a ella, pero nunca le hice caso en eso. Hoy las cosas están cambiando: la chola paceña es el ícono de la ciudad de La Paz y está en la política también. Para nosotras es un orgullo llevarla siempre", dice Ana Lía.
Ese día de 2015 debieron tardar seis horas en subir al tope del Huayna Potosí, pero les tomó el doble. No les importó. A eso de las 15 horas todas, y también sus maridos, estaban emocionados en la cumbre viendo el cielo azul contrastar con la panorámica de El Alto y la difícil ruta que habían atravesado juntos hasta lograrlo.
Elena Quispe lo recuerda bien: "Me puse a llorar de felicidad. ¡Era mi primera vez en una cumbre y había un avión pasando que estaba más abajo que yo! Era todo tan bonito", relata sobre el momento en que cumplir ese sueño les cambió la vida.
A la primera que le mandó fotos de su hazaña fue a su madre. Ella también había sido alguna vez cocinera en la montaña, pero jamás tuvo el valor de contradecir los prejuicios y subir, por lo que terminó renunciando.
La felicidad que experimentaron en la cima del Huayna Potosí en 2015 les dio el impulso para ir a la conquista de otras cinco cumbres: escalaron el Acotango (6.052 m), los volcanes gemelos Parinacota (6.132 m) y Pomarapi (6.222 m), el nevado Illimani (6.438 m) y la montaña más alta de Bolivia: el nevado Sajama, en Oruro (6.542). Todas esas hazañas les hicieron ver al mundo que no se rendirían.
"Les hemos demostrado con hechos que las mujeres sí somos fuertes y que no nos quedamos ahí no más con los sueños. Y así los hombres se han quedado callados. No nos dicen nada ya", cuenta Elena.
Sus maridos ahora las apoyan. Salvo a la expedición al Aconcagua, las han acompañado a todas las demás.
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Cada vez que Lidia Huayllas sube a la montaña siente que toca el cielo. Tenía apenas tres años cuando murió su padre, y ella cree justamente que él está ahí, arriba, cuidándole los pasos.
Unos delincuentes lo empujaron cerro abajo para robarle la mercadería del negocio con el que él mantenía a su familia. Y Lidia, que es la tercera de cinco hermanos, tuvo que abandonar tempranamente el colegio y ponerse a trabajar: junto a su madre vendían fricasé y charquicán por las calles de El Alto para poder sobrevivir.
"Recuerdo que no me gustaba la Navidad, porque a los niños les hacían regalos, y yo no tenía siquiera una muñeca con la que jugar", dice.
Dora tiene heridas similares. Huérfana de madre a los tres y de padre a los ocho, ella y su hermano menor quedaron en manos de una madrastra que nunca los trató bien.
"Con mi hermano salíamos a buscar comida en la basura para poder alimentarnos. También me acuerdo que él iba a vender periódicos mientras yo hacía de ayudante de cocina, tejía o me iba a las pensiones a lavar platos y a pelar papas, lo que fuera", dice con los ojos vidriosos.
Pero incluso esos dolores profundos ceden cuando las cholitas están en las montañas. En la cultura aimara se cree que estas son achachilas, es decir, "dioses que tienen espíritu y vida" y "escalarlas, un culto a lo sagrado", como explica Ana Lía. Dora siente que rejuvenece y que hoy son los propios turistas quienes se cruzan con ellas en los ascensos los mejores portavoces de sus historias.
En mayo de 2017, por ejemplo, la periodista polaca Marzena Wystrach viajó a Bolivia para entrevistarlas. Pero el artículo terminó siendo leído por los organizadores del Festival Górski: el evento de montaña más prestigioso y antiguo de Polonia, y Dora Magüeño y Ana Lía Gonzáles fueron invitadas a contar sus historias a Polonia.
"Es que las cholitas escaladoras inspiran y son fuertes tanto en la montaña como en la vida. Y su historia es muy motivadora para otras mujeres. Un ejemplo de lo que cada una de nosotras puede lograr sin importar la edad, la educación o de dónde venimos", explica la periodista polaca.
Madre e hija tomaron el primer avión de sus vidas en septiembre de 2018 y recorrieron el país durante un mes. Las montañas eso sí allá eran significativamente más bajas que las paceñas: Śnieżka, la más alta de República Checa, tiene apenas 1.603 metros, así que la subieron en un suspiro. Dora recuerda el viaje más bien como las primeras vacaciones de su vida:
"En Polonia no he alzado ni un plato durante un mes. Hemos dormido en hoteles. ¡Hasta me lavaban la ropa y sequita me la traían!", dice riendo. La montaña la rejuvenece.
"Si te quedas en la casa, como que decaes, pero si subes, te fortaleces y desestresas. Arriba me siento libre y feliz", dice emocionada.
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En Polonia o en los canales de televisión a los que las cholitas han sido invitadas en este tiempo ya venían repitiendo que atesoraban el sueño de subir el Aconcagua (6.962 m). Por eso, cuando el cineasta español Jaime Murciego les propuso llevarlas hasta allá para grabar un documental en la montaña más alta de América, ellas saltaban de felicidad.
Auspiciadas por la marca de ropa outdoor Montura, las cholitas salieron de sus casas en El Alto el 8 de enero pasado rumbo a Mendoza, y salvo Ana Lía y Dora, las demás nunca habían salido de su país. Ni siquiera se habían separado de sus esposos tanto tiempo.
"Eso me hizo pensar que, a través de este viaje al Aconcagua, teníamos una genial oportunidad para, a la vez, hacer un viaje al interior de estas mujeres, y conocer las motivaciones que las impulsan a salirse de todos los estereotipos sociales y culturales de su entorno y afrontar un reto de estas características", dice Murciego. Él y un equipo de siete personas más, entre las que había tres guías de montaña argentinos, ascendieron con ellas para rodar una película que se va a estrenar globalmente a comienzos del próximo año y que incluye tomas capturadas desde un helicóptero.
Las cholitas escaladoras cuentan con una ventaja: dado que viven en El Alto, a 4.200 metros, tienen una capacidad pulmonar nata para la altura. Pero la aridez del cerro y las temperaturas más frías del Aconcagua versus las de las montañas paceñas fueron un verdadero reto para ellas.
Bebiendo seis litros de agua diarios para no deshidratarse y superando incluso en trechos a andinistas profesionales que se cruzaban con ellas en la expedición y que quedaban admirados de su fortaleza, fueron aclamadas al llegar a cada campamento, sobre todo cuando en Plaza de Mulas se pusieron a jugar fútbol con los porteadores.
A la cima, en tanto, llegaron dos de las cinco cholitas: Ana Lía Gonzáles y Elena Quispe, con un día sumamente soleado y despejado que ellas atribuyen a las ofrendas que llevaban a los achachilas y a la pachamama en sus aguayos y que quemaron pidiéndoles protección.
Aunque Dora Magüeño y Lidia Huayllas expresan con dolor que fueron los guías los que tomaron la decisión de que ellas no siguieran subiendo, y estos por su parte lo desmienten, igualmente al regreso todas fueron aplaudidas y se consideró su expedición como una verdadera hazaña. Si en Argentina fueron reconocidas por la Agrupación de Mujeres Montañistas en Mendoza y el gobernador, en el aeropuerto de La Paz –donde regresaron la mañana del 28 de enero- las recibieron con músicos andinos sonando en vivo. Y la Asociación Andina de Promotores en Aventura y Montaña (Aaptam), el Ministerio de Culturas de Bolivia y hasta el propio Presidente Evo Morales celebraron la gesta.
"Muy contento por la hazaña alcanzada por nuestras cinco hermanas, conocidas como las cholitas escaladoras, que lograron llegar a la cima del Aconcagua, el pico más alto del continente. Son un orgullo para #Bolivia", posteó en su cuenta de Twitter.
Fue el broche de oro de las andinistas. Hasta ahora. Porque Ana Lía dice que la montaña cambió la percepción que tienen de sí mismas y que quieren más. Su sueño ahora es poder coronar el Everest, el pico más alto del mundo, con 8.848 metros, y antes entrenarse en montañas previas, como el volcán Ojos del Salado en Chile (6.891).
"Querer es poder", dice Dora mientras entre todas ahorran para ese viaje. Y su hija Ana Lía se convierte en la primera profesional del grupo: acaba de egresar de turismo y aspira a convertirse en la primera mujer en ser guía de montaña en Bolivia.
"Nosotras no queremos quedarnos ahí no más. Queremos seguir demostrando el poder de la pollera siempre y sería un orgullo para nosotras llegar con ellas hasta el Everest. Sabemos que cuesta mucho dinero y no tenemos los recursos pero buscaremos por todos lados el financiamiento, porque ese es nuestro sueño. Y nada es imposible", dice Elena, mientras imagina que las banderas de Bolivia y de Wiphala (la de los pueblos andinos) que dejaron en el Aconcagua siguen flameando en la cumbre.
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Las mujeres bolivianas mezclan sus atuendos tradicionales con equipo de alta montaña. Foto: AP
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Las cholitas según los expertos
"La primera vez que supe de ellas fue cuando alcanzaron una de sus primeras cumbres en Bolivia y ¡se me llenó el corazón de alegría! Como montañista sé muy bien lo que significa llegar a una cumbre y ver todo desde una perspectiva diferente: las vistas son siempre maravillosas, pero más allá de eso, es un logro personal que cada uno lleva consigo. Estoy segura de que todo este proyecto tiene muchos significados para ellas, pero me gusta lo que reflejan hacia afuera, porque la verdad es que, ¡por qué no podrían subir ellas esas cumbres! Hay que tener fuerza interior y coraje para ir. Para nosotras los símbolos son importantes, mientras más fieles somos a nosotras mismas, más fuertes y seguras nos sentimos. Creo que por eso van vestidas de cholitas, porque aceptarse tal cual son las hace más fuertes".
*Inés Dussaillant ha realizado muchas rutas alpinas en la región del Mont Blanc y dos intentos de expediciones de mujeres al monte Kenia en Tanzania y al Monte Logan en Canadá.
"Si bien puede parecer algo novedoso ir de polleras a la montaña, no lo es. Es simplemente ir mal equipadas a la montaña. Esas ropas tradicionales son del altiplano, no para cerros. Los sherpas no suben al Himalaya en ropa tradicional, por lo que para mí sólo demuestran desconocimiento y tal vez show mediático. Si la intención es luchar contra el machismo, bienvenido. Pero no sé si ir de polleras sea lo mejor... es como caer o justificar el mismo machismo que las obliga a usar esa ropa. Veo amateurs sin preparación, sólo con mucho entusiasmo. ¡Me imagino ir con polleras y crampones, lo fácil que es tropezar y matarte cerro abajo! Llevo 30 años haciendo montaña y me parece una torpeza, pero la montaña debe ser libre y siempre hay espacio para unos locos más".
*Pablo Besser, líder de la expedición que hizo el primer cruce longitudinal de Campos de Hielo Sur.
"No creo que el Everest sea difícil para ellas. Tienen que creerse el cuento y que tienen las capacidades para hacer cumbre allí. También pienso que iniciaron un camino que no empieza ni termina ahí, que requiere que estén unidas y que se preparen técnica y sicológicamente para los desafíos que vienen. Hacer historia no es fácil. Y ellas ya la están haciendo en su país, y eso va a generar envidias y cosas que tienen que conversar. La montaña saca lo mejor y lo peor de uno en lo humano, y hay situaciones frente a las que no sabemos cómo vamos a reaccionar: un accidente, la prensa, el echar de menos a las familias. Ahora: la pollera. Las admiro por querer ir con ellas, pero es delicado que sufran caídas y a lo mejor en el Everest van a tener que dejar las faldas en el campamento base no más".
Patricia Soto, la primera mujer chilena en hacer cumbre en el Everest.
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