Columna de Constanza Michelson: Matar al padre
Al padre, dada su contingencia, hubo que inventarlo tantas veces, tantas, hasta que se convirtió en un nombre: el nombre del padre.
El sociólogo Luigi Zoja hace una observación: el padre es una construcción cultural. Que algunos machos humanos, a comienzos de la civilización, hayan elegido alimentar a sus hembras y a sus crías es, según la antropóloga Margaret Mead, "un gesto muy raro en el mundo animal".
Aunque la evolución premió esta conducta, pues favoreció a esos hijos, no hay nada estrictamente natural en la paternidad. Desde siempre ha habido que insistir mucho más para tener padre que madre; porque la tentación a la regresión a lo que hubo antes, al macho de la norma animal -egoísta y rival de las crías-, acecha. Quizá sea esa la razón de haber tenido que construir tamaño andamiaje, al patriarcado, para sostenerlo.
Al padre, dada su contingencia, hubo que inventarlo tantas veces, tantas, hasta que se convirtió en un nombre: el nombre del padre. Comenzó a encarnar algo mucho más grande que un hombre, pasó a ser el símbolo del eslabón entre la intrascendencia de una vida privada y el mundo público. Padre es el nombre de lo que daba existencia, no la corporal a cargo de la madre, sino que esa nutrición que los seres humanos requerimos, el reconocimiento social. En Roma, por ejemplo, existió la figura del "hijo alzado", que era el momento de reconocimiento de un padre a un hijo, fuera este biológico o adoptivo: no era eso lo más relevante, sino que el padre pusiera en ese cuerpecito un nombre. El destino de un hijo alzado o no reverbera hasta hace no mucho, cuando existían los hijos legítimos y los huachos. De todas maneras, hay quienes aún funcionan bajo ese código, hacen negocios o se casan -si acaso hay alguna diferencia en ello- con el nombre del padre del socio/cónyuge.
El padre también ha operado como ficción de un límite: "Tu papá te va a retar", dijeron muchas madres a sus hijos cuando su voz no tenía ningún efecto; aun cuando ese hombre no tenía ni ganas ni altura para retar a nadie. Padre fue el nombre del lugar de la fascinación, mirar hacia arriba, odiarlo y querer superarlo.
Es también el lugar del "padre de los conflictos", el primero que se nombra cuando llega el malestar, decimos que alguien nos oprime o nos humilla. Lo que muchas veces es cierto, pero otras tantas no es una autoridad la que se opone a nuestros deseos sino que uno mismo. En sicoanálisis no es poco frecuente que sea, precisamente, por los asuntos del padre por donde se comience a escarbar, hasta entrar, después de mucho rodeo, al laberinto del latigazo materno. Porque madre es el nombre del eco del origen, un lugar que contiene una ley mucho más seria para alma humana; madre es la voz más difícil de la cual desapegarse.
¿Qué queda del nombre del padre? Así como las instituciones en su nombre, la modernidad lo ha ido derritiendo. Incluso antes del movimiento feminista, el lugar paterno fue sustituido por la escuela; así dejó de ser el transmisor de un oficio, luego del saber, hasta hoy donde no hay garantías que, respecto de muchos asuntos, sepan más que sus hijos. La revolución industrial inventó al padre urbanizado, humillado por el jefe; hoy está el padre inmigrante por fuerza, creando la figura de la vergüenza de los hijos hacia el padre, hacia su origen, su lengua. La modernidad y su aceleración actual cortaron los lazos intergeneracionales.
La lógica de la transparencia afectó mucho más a la autoridad de los padres, literales y simbólicos, que a las madres. Según Zoja, esta es la tragedia de la intrascendencia del macho. Quienes responden, en su peor versión, cuando los viejos códigos no lo sostienen, regresionando al origen: al macho egoísta, el de la cofradía de hermanos. Quizás algo de eso explique la fascinación de algunos hombres jóvenes -no pocos al parecer- hacia discursos reaccionarios, pandillas y milicias imaginarias. O bien, dice el sociólogo, arrancan hacia adelante, al estereotipo de los "nuevos padres", los que salen en las revistas con el torso desnudo con un niño en brazos. Un padre que debe seguir la ruta de la madre. A diferencia de Zoja, pienso que esta última es una paternidad virtuosa, pero comparto su pregunta: quién o qué ocupa hoy el lugar del eslabón entre lo privado y lo social, por cierto, espacios que hoy parecen confundirse. ¿Será que la crianza hoy tiende hacia adentro?
El nombre del padre parece estar vacante. Quizás no tenga que llamarse más nombre del padre, siempre fue un símbolo antes que una anatomía. Quizás no tenga ningún sentido, y sea el cachorro individualista la unidad mínima para el nuevo padre llamado neoliberalismo.
*Psicoanalista y escritora
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