Columna de sismología: ¿Qué aprendimos del megaterremoto más fuerte de los últimos años?
El terremoto de magnitud 9.1 de marzo del 2011 en Tohoku desencadenó una catástrofe, pero también resultó en una oportunidad de aprendizaje para prepararnos mucho mejor tanto científica como social y políticamente frente a estos eventos.
El 11 de marzo de 2011 es un día que Japón no olvidara jamás. El terremoto de magnitud Mw 9.1 y su posterior tsunami detonaron un desastre que nos llevó a replantear la forma en que enfrentamos estos eventos a nivel mundial. La suma de muertos y desaparecidos llegó a más de 25000 personas, mientras que el número de damnificados se elevó a más de 450 mil. Estos números por si solos los hablan de un gran desastre, uno que ocurrió en uno de los países mejor preparados para resistir el embate de grandes terremotos y tsunamis en el mundo. ¿Pero qué pasó?
En Japón se sabía que la zona de Tohoku tenía el potencial de producir un terremoto importante. Tanto así, que antes del megaterremoto se hablaba que existía un probabilidad mayor al 99% que ocurriera un evento de magnitud 7.5 en los próximos 30 años. Los japoneses también tenían fresco el terremoto de magnitud estimada 8.2-8.5 de Meiji (en 1896, cuyo tsunami generó más de 20 mil muertes), así que el país propuso hacer lo responsable: prepararse para el siguiente gran terremoto y tsunami. Pusieron barreras de concreto, plantaron bosques en la línea costera de varias ciudades para disminuir el impacto de una potencial ola, definieron vías verticales de evacuación, y realizaron muchos ensayos. En definitiva, Japón era uno de los países mejor preparados para un evento de tal magnitud. El problema fue que las estimaciones se basaron en datos históricos, que no contemplaban un terremoto de magnitud parecida al que ocurrió. Esa subestimación fue fatal: las barreras no resistieron el poder de las olas, y fueron en general demasiado bajas. Todos pudimos ver, en tiempo real y alta definición, cómo las olas de el gran tsunami de Tohoku arrasó con las ciudades costeras. Un megadesastre, que también incluyó la crisis de Fukushima, que generó daños económicos por más de 300 billones de dólares, y que llevó a una reconstrucción que tomó siete años. Sí, siete años. Eso le tomó a un país desarrollado levantarse después de tal evento. Un dato que no nos vendría mal tomar en cuenta, y que nos habla del tremendo impacto de un terremoto de dicho tamaño.
Pero hay un aprendizaje después de un megaterremoto como el de Tohoku. Ya que este evento ocurrió en una de las zonas mejores monitoreadas del mundo, el detalle de la información fue avasallador. Gracias a ello es que sismólogos de todo el mundo trabajaron para obtener una visión detalladísima sobre el proceso de cómo se desencadena un terremoto. A modo de ejemplo, el video que pueden ver más abajo muestra cómo se fueron moviendo las estaciones GPS de Japón debido al terremoto. A la izquierda está su movimiento lateral (en un eje Norte-Este) y a la derecha el movimiento vertical. El resultado es impresionante, ya que se ve cómo se genera la ruptura del sismo, como viajan las ondas, y como después toda la zona queda deformada. Más interesante aún es el hecho de que tomó pocos meses hacer esta animación, que provee información vital acerca de cómo se puede desencadenar un megatsunami en detalle. El siguiente paso es depurar la técnica para que este análisis pueda ser realizado en pocos minutos. Además, lo observado en el terremoto de Tohoku mostró a todas luces la complejidad con la que se lidia en estos fenómenos, y se ha convertido en una referencia frente a la cual los modelos de rupturas terrestres deben medirse. Para hacer buena ciencia aplicada, debemos tener algo con lo que contrastar, y así poder anticiparnos al impacto de futuros terremotos en el mundo. Tohoku nos dio eso.
https://www.youtube.com/watch?v=1QCcVqZgNKw
Pero no solo eso. El desastre producido llevó a que las Naciones Unidas tomaran cartas en el asunto, generando el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres. Esto lleva consigo un esfuerzo conjunto entre las naciones donde los objetivos apuntan a cuatro prioridades: comprender el riesgo de desastres, fortalecer la gobernanza en estos temas, invertir en la reducción del riesgo de desastres, y aumentar la preparación frente a ellos. Si bien estos objetivos parecen obvios, no debemos olvidar que muchas de las personas susceptibles a terremotos y tsunamis no comprenden el riesgo asociado a ellos, y que muchas veces no existe un marco legal sobre el que actuar. Y si bien en Chile nos va muy bien en la parte de la reconstrucción y la resiliencia de nuestra gente, estamos muy al debe en la preparación. Por ejemplo, los mapas de riesgo de inundación por tsunamis son un ente ausente de los lugares públicos de las grandes ciudades costeras que podrían ser afectadas por tsunamis en el futuro. Las iniciativas comunitarias de preparación frente a terremotos y tsunamis son muy pocas, y la confianza hacia las oficinas de Emergencia necesita ser mejorada urgentemente. En ese sentido, no hemos aprendido lo suficiente. Más aún si consideramos que el Marco de Sendai establece que la colaboración en la preparación debe involucrar una comunicación y colaboración fluida entre la academia, las autoridades, y la sociedad civil. Es nuestra tarea a futuro, donde estamos llamados a convertirnos en uno de los líderes a nivel mundial.
Debemos trabajar mucho. Pero vale la pena. La ciencia está y seguirá estando. Mientras arreglemos la comunicación y entendamos que los desastres no son naturales, podremos avanzar a pasos agigantados. Salvará a nuestros compatriotas y nos ayudará a todos.
Cristian Farías Vega es doctor en Geofísica de la Universidad de Bonn en Alemania, y además profesor asistente en la Universidad Católica de Temuco. Semanalmente estará colaborando con La Tercera aportando contenidos relacionados a su área de especialización, de gran importancia en el país dada su condición sísmica.
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