Un terremoto de magnitud 8 es grande. Uno de magnitud 9 es 32 veces mayor, por lo que es tremendamente grande. Por lo mismo, su potencial destructivo es brutal, y la mitigación de sus efectos es una de las tareas primordiales de las sociedades que pueden ser afectadas por ellos. En Chile tenemos una vasta experiencia al respecto, ya que hemos sufrido una gran cantidad de terremotos de magnitud mayor o igual a 8 en toda nuestra historia. Uno de ellos fue el más grande jamás registrado instrumentalmente en todo el mundo. Ocurrió el 22 de mayo de 1960, generó una ruptura que abarcó desde Lebu hasta las cercanías de Aysén, y tuvo una magnitud brutal: 9.5. Este terremoto, además, fue precedido por una secuencia de sismos muy notable, que incluyó a sismos magnitud mayor a 8 en las 33 horas que vinieron antes que se desencadenara el megaterremoto.

Usualmente se entiende que un terremoto puede tener precursores sísmicos, es decir, una secuencia de temblores que terminan en uno más grande. Esto, ya que para poder liberar la tensión acumulada por años, las placas deben empezar a moverse, y cada pequeño movimiento genera un sismo. Muchos no los podemos identificar como precursores en el momento, sino que a posteriori. En el caso del sur de Chile, el 21 de mayo de 1960 ocurrió un terremoto de magnitud 8.1 cerca de Lebu, que produjo grandes daños en Concepción y zonas aledañas. La zona no recibía un gran sismo desde 1835, por lo que un evento de ese tamaño no era una sorpresa. La sorpresa fue que en realidad ese terremoto fue un precursor del más grande de todos.

Naturalmente, después de un sismo tan grande, uno hasta hoy espera lo que intuitivamente hemos aprendido: deberían seguir réplicas, las que podrían ser bastante fuertes, y que deberían ir decayendo en cuan seguido ocurren. Así, todos empezaron a hablar del terremoto de Concepción, creyendo que lo peor ya había pasado. Pero durante el día los habitantes del Bío-Bío y la Araucanía comenzaron a sentir sismos bastante importantes. ¿Una secuencia inusual de réplicas? Podría pensarse que sí, sobre todo porque en esa época ni había cómo localizar rápidamente y con confianza los sismos, por lo que con saber que la zona donde más temblaba estaba cerca de la zona del terremoto M 8.1 del 21 de mayo bastaba. Los diarios del 22 de mayo titulaban sobre el terremoto del día anterior, hablando del fuerte movimiento. El USGS hoy tiene una estimación de cuan fuerte se sintió el evento, y se ve claramente su impacto en la región del Bío-Bío.

Pero ocurrió algo más espectacular (y peor para las personas): los sismos que siguieron al terremoto del 21 de mayo no se originaron en su zona de ruptura, por lo que no eran sus réplicas. En efecto, fueron generándose en zonas cada vez más cercanas a Traiguén, en la Araucanía. La secuencia incluyó 6 eventos de magnitud mayor a 6, e incluso un evento de magnitud M 7.9 que ocurrió 15 minutos antes del gran terremoto. Las localizaciones de esos eventos están aquí:

Esto fue como una ruptura de un vidrio: comenzó fuerte en un lugar, luego se propagó, y finalmente generó una ruptura enorme. El epicentor del megaterremoto de 1960 estuvo cerca de Traiguén, y desde allí comenzó la gran ruptura. Toda la secuencia es tan impresionante que nunca más en el mundo se ha vuelto a ver una así. Que un sismo de magnitud M 8.1 sea un precursor de un megaterremoto de magnitud M 9.5 es inaudito. Esta secuencia es uno de esos casos que nos permitirían entender mejor cómo se desencadenan los grandes sismos, pero por desgracia solo habían dos sismógrafos en Chile en la época, y la red mundial de monitoreo sismológico no estaría operativa sino hasta 3 años después. Ni siquiera la teoría de las placas tectónicas aún no estaba aceptada en esa época.

El 22 de mayo de 1960 la secuencia de terremotos precursores del más grande jamás registrado terminó con un sismo de magnitud cercana a 8. Luego comenzó el gran terremoto, pero en Concepción no se sintió como siempre, con un movimiento notorio e impulsivo, sino que con un movimiento lento, parecido al de una persona arriba de un barco: el megaterremoto de 1960 fue incluso precedido por un terremoto lento. Impresionante. Y terrorífico también.

Cristian Farías Vega es doctor en Geofísica de la Universidad de Bonn en Alemania, y además profesor asistente en la Universidad Católica de Temuco. Semanalmente estará colaborando con La Tercera aportando contenidos relacionados a su área de especialización, de gran importancia en el país dada su condición sísmica.