El viejo Krakatoa vivía en Indonesia. Durante su vida sus erupciones (varias de ellas explosivas) habían ido formando la isla donde él estaba, y además habían ayudado a hacer crecer parte de su cono. Eso hasta que en 1883 el volcán tuvo su gran erupción, su último grito. La secuencia comenzó en Mayo de ese año, y terminó alrededor de Octubre, con un colapso de todo el volcán, y la aniquilación de varias islas cercanas, producto de una de las erupciones más grandes que hemos visto como humanidad. El ruido de la explosión más grande ha sido el más fuerte jamás registrado, y se dice que dejó sordos a la mayoría de las personas que vivían a unos 40 kilómetros del volcán. Más aún, debido al colapso del volcán, y a enormes flujos piroclásticos generados por el colapso de una nube de ceniza de más de 40 kilómetros de altura, se produjeron varios tsunamis que azotaron las ciudades costeras del Estrecho de Sunda. ¡Algunas olas tuvieron más de 20 metros de altura!
Tras la megaerupción de 1883, el Krakatoa dejó de existir. Pero el magma que lo alimentaba quería seguir saliendo, lo que llevó a una serie de erupciones submarinas en los años que le siguieron hasta que, en 1927, se pudo ver en la superficie como este volcán estaba creando su propia isla. Este volcán, al que se le llamó Anak Krakatoa (el hijo de Krakatoa), crecía con cada nueva erupción, llegando así a los poco más de 300 metros de altura sobre el nivel del mar que tenía antes de la Navidad de 2018. Las erupciones del hijo de Krakatoa son bastante variadas: muchas veces tienen explosiones bastante ruidosas, enviando rocas a varios cientos de metros de distancia, mientras que otras veces han sido más calmadas, con fuentes de lava en su cima, y explosiones más pequeñas. Esto incluso convirtió a este volcán en un foco turístico, al que varios visitantes veían hacer erupción a una distancia relativamente segura, desde alguna isla cercana, o derechamente desde el mar.
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Pero el Anak Krakatoa tiene un problema: su cono es inestable, y partes de él pueden colapsar. Algo que afectó trágicamente a los habitantes del Estrecho de Sunda.
El Anak Krakatoa comenzó una nueva fase eruptiva en Junio del 2018, y al principio tuvo explosiones esporádicas bastante espectaculares, pero no demasiado grandes, y ya hacia Diciembre estaba con una erupción más estromboliana, que mostraba material incandescente que bajaba por las laderas en cada explosión, e incluso ríos de lava. El contraste entre los modos de erupción marcaba a un volcán que, a simple vista, estaba con una leve baja en su explosividad.
Pero en Diciembre la actividad del Anak Krakatoa aumentó. Hubo más explosiones, y las autoridades prohibieron acercarse demasiado al volcán. Y ya el 22 de Diciembre hubo un evento mayor: la estabilidad del volcán se rompió, y parte de su cono colapsó. Esto se puede ver en estas dos fotos, donde está el volcán "normal" en la izquierda, y en la derecha se ve que a la isla del volcán le falta un trozo. Esto es evidencia de una remoción en masa, que no sólo ocurre en superficie, sino que también debajo del mar. Toda esa masa debe ocupar un espacio, por lo que mueve al mar, perturbándolo. Y esa perturbación se propaga, como se ve en los círculos concéntricos en torno al Krakatoa: esas son olas del tsunami producido por el volcán, y van viajando rumbo a las ciudades costeras cercanas. Nadie sintió un sismo, nadie escuchó una gran explosión. La paz de la noche se vio súbitamente interrumpida por olas que tomaron a todos por sorpresa.
Como había luna llena ese día, las autoridades de inmediato pensaron que quizás los reportes de olas grandes que recibían eran marejadas, y no un tsunami. El sistema de alerta no se activó automáticamente tampoco. ¿Cómo hoy, con toda nuestra tecnología, este evento agarra desprevenida a una sociedad? Ocurre que el sistema de alerta de Indonesia (y muchos otros países) pone el énfasis en los terremotos como generadores de tsunamis, ya que la mayoría de los más destructivos han sido generados por terremotos. Y si bien el colapso parcial de un flanco del Anak Krakatoa sí hace temblar el suelo, la señal que fue captada por diferentes estaciones no fue más grande de la que generaría un terremoto de magnitud M~5, lo que se considera muy pequeño como para generar un tsunami. Por lo mismo, el sistema automático de alerta no se activó. Pero las olas llegaron a la costa, tomando la vida de más de 300 personas hasta el día de hoy.
Los colapsos parciales de laderas de volcanes no son algo inusual en el mundo. Pero esta es una de las pocas veces que hemos presenciado como generan tsunamis destructivos. Por lo tanto, no ha habido tanta investigación sobre el tema. Sin embargo, el año 2012, Thomas Giachetti y sus colegas publicaron in artículo científico donde se preguntaban qué pasaría si es que parte de la ladera más inestable del Anak Krakatoa colapsara súbitamente. El escenario que mostraban sus simulaciones era muy parecido a lo que se vivió en Indonesia. ¿Habrá sido tomado en cuenta este estudio por las autoridades del país? ¿O quizás era simplemente demasiado caro implementar una extensión del sistema de monitoreo para un volcán como el Krakatoa? ¿O simplemente no estaban conscientes de que existía este paper, que había sido olvidado durante mucho tiempo, como tristemente ocurre con una buena parte de la investigación científica? Estas son dudas que quizás no sean respondidas pronto, pero que seguramente pondrán el énfasis en los pasos que hay que dar hacia adelante, para que algo así no vuelva a ocurrir.
Hoy, el volcán está con una tremenda cicatriz, y las últimas fotos y videos de él muestran que el magma que lo sigue alimentando está interactuando directamente con el agua del mar. Esto ha hecho que toda la erupción se haya vuelto más explosiva, con una abundante cantidad de vapor de agua involucrada. Debido a este escenario, las autoridades prohibieron que alguien se acerque a menos de 5 kilómetros del Krakatoa, aumentando el nivel de alerta, y poniendo mucha más atención a posibles tsunamis que se generen debido a la erupción actual. Nadie puede predecir exactamente cómo va a seguir el proceso, pero al menos de ha visto que la cantidad de sismos volcánicos (ya baja al momento de la erupción) se ha mantenido así.
La tragedia de Indonesia es un caso que los científicos estudiaremos por muchos años hacia el futuro. Pero no debemos olvidar que aquí murieron más de 300 personas, y que familias completas fueron destrozadas. Sólo recordando y honrando a estas personas es que podremos tener la perspectiva necesaria para poder desarrollar investigación que nos ayude a impedir que desastres como este ocurran nuevamente.
Cristian Farías Vega es doctor en Geofísica de la Universidad de Bonn en Alemania, y además profesor asistente en la Universidad Católica de Temuco. Semanalmente estará colaborando con La Tercera aportando contenidos relacionados a su área de especialización, de gran importancia en el país dada su condición sísmica.