En un poco más de mil kilómetros de costa, la isla griega de Creta es un remanso de paz. Lejos de la convulsionada Atenas, también parece haber dejado atrás su impronta de tierra codiciada por cada uno de los imperios que desplegaron su expansión por todos los rincones del Mediterráneo.
Su posición estratégica ha sido su gran valor, pero también su vulnerabilidad. Al punto que aún se discute si es una frontera cultural entre el mundo occidental y el oriental, un cruce obligado y equidistante entre Europa, Asia Menor y África. Aunque recién en 1913 pasó a ser parte del Estado helénico, la isla tiene un recorrido histórico que supera en antigüedad a los relatos de la vieja Esparta o el Peloponeso. De ahí que su riqueza cultural, repleta de datos mitológicos y fundacionales, se convierta en batería de información que no se puede pasar por alto al visitar un enclave ideal para desconectarse entre playas de arenas blancas, aguas tranquilas y, sobre todo, ruinas de asentamientos fenicios, cúpulas bizantinas y anfiteatros romanos.
Habitada actualmente por poco más de 600 mil habitantes, fue en sus inicios la cuna de la civilización minoica que dominó el Mediterráneo hasta el siglo I antes de Cristo. Luego fue colonizada por el florecimiento de la Grecia continental hasta que los romanos vieron en ella una suerte de perla en el medio del mar, un lugar que les permitía controlar con absoluta soberanía todos los dominios que llegaban hasta el norte de África y más allá. Después del desplome de Roma, fue bizantina, árabe y, tras la cuarta cruzada, colonia veneciana.
Todos esos pasajes en su historia están muy presentes en su fisonomía de sociedad abierta y multicultural. Su gente, que siempre da pistas de su pasado, está acostumbrada a contar curiosidades de su isla, que conviene visitar hacia el final del verano sudamericano, cuando todavía no se ve inundada de turistas y las temperaturas aún no rondan las máximas de 30 grados del período estival europeo. Es fácil que en cualquier bar, donde siempre hay pescados, mariscos e insuperables preparaciones de pulpo, los isleños inviten a los forasteros a una copa de ouzo, un destilado hecho con uvas, anís y cardamomo, mientras cuentan cómo Teseo mató al temido Minotauro. Según ellos, se trata de una leyenda que aún tiene eco en sus propias vidas y también en la de los que llegan por primera vez. Porque esa bestia, mitad hombre, mitad toro, fue confinada por Zeus a esos parajes llenos de recovecos y montañas para que nunca pudiera escapar de ese laberinto natural. Sólo el valiente Teseo se atrevió a internarse por esa maraña de caminos para darle muerte con su daga. Para lograrlo tuvo la ayuda de Ariadna, quien le entregó un ovillo de hilos dorados para no perder el camino de regreso.
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Una de las prístinas playas que se pueden disfrutar en la zona de Heraklion.
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"No es que uno se vaya a perder, pero sí es fácil encantarse y quedarse aquí por un buen tiempo", dice un alegre mozo en un restaurante de comida tradicional en plena costanera de Chania, la ciudad más grande de la isla y que además funciona como capital administrativa. Para llegar hasta el más urbano de los enclaves cretenses hay vuelos directos desde Atenas, además de otras conexiones que se pueden hacer en Bruselas o Frankfurt. Aunque la gracia, dicen los propios isleños, es llegar por mar. Idealmente desde un barco que provenga desde Estambul para hacer la entrada por el sur del mar Egeo y, de esa manera, divisar una fisonomía montañosa que se desparrama a través de casas blancas y torreones medievales que servían de divisadero ante las invasiones egipcias.
Mezcla de culturas
Una vez en el muelle, de inmediato aparecen las construcciones venecianas que de forma casi espontánea conducen al elegante barrio de Kastelli, donde la sinagoga judía Etz Hayim se convierte en un ejemplo de cómo distintos credos conviven en armonía junto a muros bizantinos y peldaños con baldosas de influencia árabe. En su mercado central, el cuero es el gran protagonista. Desde alforjas ecuestres a cinturones más propios del rock aparecen en la oferta de accesorios que tienen una gran reputación no sólo en Grecia, sino en toda Europa.
Otros edificios que están a la redonda son la mezquita rosa Gialí Tzamisí, la fortaleza Firka y el Gran Faro, una triada de monumentos que además concentra en sus estrechas calles la expresión cultural de un pueblo que tiene fechas de fiestas como ninguna otra ciudad europea. En febrero, el carnaval de Rethymno es una celebración que, desde 1914, invita a isleños y forasteros a usar trajes típicos. Luego de reunirse en el puerto, con música en vivo y platos tradicionales, todos buscan un tesoro perdido que solamente se puede encontrar en la medida que se pongan a prueba los conocimientos de la historia local.
En abril, en el día de Agios Georgios, el pueblo se llena de animales que son bendecidos en la plaza por un sacerdote. En señal de agradecimiento, los ganaderos luego ordeñan sus cabras y ovejas, hierven la leche y la regalan a los asistentes en señal de agradecimiento por otra temporada de producción. En el mismo mes, la Pascua Griega convoca a enormes coros de cantos ortodoxos, mientras los niños hacen muñecos de trapos viejos para crear la imagen de Judas Tadeo, una figura que luego es quemada en medio de la plaza. El domingo de resurrección está reservado para preparar el famoso asado de cordero.
Aunque la favorita de todas las celebraciones es la fiesta de la Cura. Entre mayo y junio, mientras el puerto descansa, los vecinos llegan hasta los pueblos montañeses para ayudar en el esquileo de las ovejas y recibir, a cambio, vino y carne. Es el momento en que también los músicos trasladan sus instrumentos hasta las viejas estancias para amenizar días de trabajo intenso e invitar a bailar el sirtós, una danza suave que imita el sonido y el movimiento de las olas del mar.
De castillos y playas
Aunque las playas de Chania son de aguas templadas y de escasa profundidad, las más solitarias son las del extremo oeste, a no más de 40 kilómetros. La bahía de Balos, en la llamada península de Gramvoussa, es dueña de una arena blanca que hace un soberbio contraste con aguas turquesas. De fondo, se divisa un castillo veneciano que permanece intacto sobre un islote rocoso. Es un itinerario imperdible para los amantes de las motos todo terreno que permiten llegar, incluso, hasta playas más ocultas, como Elafonisi y sus arenas de color rosa. En sus alrededores, modernas motorhome y casas de renovada arquitectura mediterránea confirman que esos paisajes son los favoritos de los nuevos boho o bohemios de Europa. Como si fueran la prolongación del movimiento hippie de los años 70, muchas familias jóvenes se radican en estas costas para llevar una vida tranquila, lejos de las grandes urbes.
Un poco más citadina es Heraklion, una ciudad en el norte de la isla que aún conserva muros medievales. La cuna de Nikos Kazantzakis, al autor de Zorba el Griego, llama la atención con sus quioscos otomanos que conviven dignamente junto a la fuente Bembo de origen veneciano y la amplia explanada de la catedral ortodoxa. A pocos metros, el Museo de Agia Ekaterini posee la colección de pinturas más importante de Michael Damaskinos, el pintor que en el siglo XVI hizo las primeras escenas sacras como la adoración de los Reyes Magos.
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En Lasithi, al este de Heraklion, no sólo hay gastronomía, sino que también varias ruinas minoicas.
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En el mismo circuito se puede visitar también la basílica de Agios Markos, la iglesia de Agios Titos de origen bizantino y el edificio veneciano de la Logia. Cada una de esas construcciones obliga a dos o tres días de recorrido, sobre todo si se quiere escarbar en la historia o revisar la iconografía ortodoxa que recorre muros y jardines. El barrio es también una buena parada para comer. En las calles Dédalou y Koraí hay restaurantes que, por una justa suma de euros, ofrecen la famosa ensalada Dakos con tomate, feta y un pan tradicional griego que, para nuestro paladar, es bastante seco y obliga a ser generosos con el aceite de oliva. Las preparaciones de pez espada son levemente ahumadas y, a la hora de los postres, casi nadie se pierde los loukoumades, una suerte de buñuelos calientes que se acompañan con miel.
El Museo Arqueológico, a sólo cinco kilómetros del centro de Heraklion, es un gran depósito de la memoria de la isla que recibe anualmente más de medio millón de visitantes. Ahí están los frescos del famoso palacio Cnosos, la construcción más antigua de la cultura minoica y que habla de una sociedad politeísta que rendía culto diario a sus dioses. Un lugar sagrado que, hace más de veinte siglos, dominaba el mar Egeo y que era la puerta comercial entre Egipto y Europa. Al igual que las ruinas de Festos, que fueron descubiertas recién en 1900 por el arqueólogo italiano Federico Halbherr, también cumplían una función religiosa y comercial. Levantadas sobre un acantilado, son el lugar favorito para esperar la puesta de sol.
En la ruta de los pueblos blancos, Retimno y Agios Nikolaos son las paradas obligadas para recorrer el norte de la isla siempre con el mar en un costado. Sus carreteras amplias y seguras han hecho que este circuito sea uno de los más solicitados a la hora de lanzar nuevos modelos de motos y autos en el mundo. Pocos lugares en el planeta permiten tener una vegetación de cipreses y castaños que se amplían como enormes bosques mientras las curvas dejan ver vestigios de torreones y pastores con sus ovejas en las llanuras.
Como si fuera una enorme caja de sorpresas, la isla por las noches es otra. En Heraklion y Chania, los movimientos de música electrónica tienen una nutrida agenda con fiestas a la orilla del mar, o bien frente a un viejo asentamiento minoico. En lugar de champán, la mayoría brinda con rake o retsina, un vino rosado al que se le añade resina de pino. Más alcohólico es el metaxá, o cognac griego, con notas de canela y laurel. "Es fuerte, pero la gente lo resiste bien", dice un barman que no piensa irse nunca de su isla. "Aquí somos duros, como el metal", remata haciendo alusión al nombre Creta que, aunque todavía no esté del todo confirmado, significa robusto peñasco de bronce.