Nací en Puerto Montt y cuando tenía seis o siete años mi papá ya me llevaba a volar en avionetas. Él era piloto de la Fuerza Aérea y ponía dos o tres cojines en el asiento para que yo pudiera ver hacia afuera mientras estábamos en el aire. Eso me motivó a seguir sus pasos y durante 23 años estuve en la FACH, donde fui piloto de combate y también integré la escuadrilla de acrobacia conocida como Halcones. Ese mundo me llevó a hacerme fan de la Red Bull Air Race, el campeonato mundial de carreras de aviones que nació en 2003 y en el que empecé a competir en 2014. Hoy, a los 44 años, soy el único piloto latinoamericano que corre en la serie Master Class, la más exigente de este torneo.
Mi primer acercamiento formal con el torneo fue hace cinco años, cuando la gente de Red Bull Air Race me invitó a iniciar un proceso de selección para obtener una licencia especial que te exigen para volar en la competencia. Tuve que cumplir con varias pruebas de pilotaje, exámenes médicos y sicológicos, porque querían ver si era capaz de manejar aviones de competencia. En junio de 2014 me dieron mi licencia y empecé a participar en la serie más básica, que se llama Challenger.
Todos los que se quieren convertir en pilotos de carrera deben estar en ese grupo por lo menos un año, porque ahí existen tutores que te enseñan a correr. Si obtienes una licencia superior, pasas a la Master Class, la categoría top, donde estoy desde 2016. La diferencia básica está en los aviones, porque en la serie Challenger son de menor potencia y más lentos. Además, toda la parte técnica y de mantenimiento no es de responsabilidad del piloto, sino que la organización se ocupa de eso. En cambio, la Master Class opera igual que la Fórmula Uno: hay 14 equipos, incluido el mío, que se llama Cristián Bolton Racing, y los aviones son mucho más rápidos y están altamente modificados.
Básicamente, son aeronaves experimentales que puedes alterar de manera sencilla. Cuando partió la competencia se usaban aviones acrobáticos como los de los Halcones, pero el deporte evolucionó y como se necesitaban modelos con mejor rendimiento se crearon aviones muy livianos, hechos de fibra de carbono y que cuestan alrededor de 500 mil dólares cada uno. En mi equipo hay seis personas, incluyendo técnicos, ingenieros y mi esposa, que ve relaciones públicas, y su financiamiento proviene de auspicios y del dinero que obtengo participando en cada una de las ocho fechas de la temporada, que se efectúan en lugares como Budapest, en Hungría, Cannes, en Francia, o Chiba, en Japón.
En 2007 y en 2009 hubo carreras en Río de Janeiro y desde entonces no han vuelto a Sudamérica, aunque ahora estoy trabajando para traer las carreras a Chile, porque me encantaría correr acá. De hecho, hay una productora local que está trabajando para que en Chile haya una fecha el próximo año o el 2020. Para quienes no conocen estas carreras, les puedo decir que básicamente es una competencia contra reloj, porque la idea es volar los aviones en el menor tiempo posible a través de unas puertas compuestas por grandes pilones. Cada circuito se extiende por tres a cinco kilómetros y consta de 12 portales, los que se instalan en barcazas sobre el agua o en lugares como el óvalo de carreras de autos Nascar de Indianápolis.
Se trata de un deporte muy exigente, porque para nosotros cada carrera dura una semana. Llegamos al lugar un lunes y el martes armamos el avión para ver que todo funcione. El miércoles, jueves y viernes haces prácticas de vuelo. El sábado se hacen las rondas clasificatorias, donde tratas de conseguir tu mejor tiempo, y el domingo se realizan series eliminatorias, donde se arman parejas que se enfrentan entre sí hasta que quedan cuatro pilotos. Uno tras otro se lanzan a completar el circuito lo más rápido posible y el más veloz gana la carrera. Así se va armando la clasificación general y a final de año el que tiene más puntos sale campeón mundial.
Pero obtener esos puntos no es tan fácil. Tu cabeza es el punto de referencia para los jueces: si pasas por arriba de la punta del pilón te penalizan con dos segundos que se suman a tu tiempo. En caso de golpear un poste son tres segundos. Además, cada año los diseños de los recorridos van cambiando y si mueven la puerta diez metros, eso cambia totalmente tus maniobras. Lo otro es que los aviones son tan ligeros que se mueven de un lado a otro si el viento es intenso. Afortunadamente, la seguridad es alta y hay paramédicos y botes de rescate. Además, tenemos que cumplir cursos para salir del avión en caso de caer al agua. El último accidente fue el 2009, cuando un piloto se precipitó al agua en Australia, pero no le pasó nada.
Para competir con estos aviones, hay que prepararse bastante. Uno de los ingenieros del equipo tiene unos programas que analizan la manera más rápida de completar el circuito. Él me envía esos resultados y yo los pongo a prueba en un simulador de vuelo con realidad virtual que tengo en mi casa. Me coloco los lentes y si miro a un costado veo las alas, los pilones, todo.
En la parte física, tengo que hacer ejercicio para fortalecer mucho la musculatura de cuello, espalda y glúteos; ésas son las zonas del cuerpo que más sufren por la fuerza de gravedad. Eso también ayuda a mejorar la irrigación sanguínea al cerebro y evita que puedas perder la conciencia durante las maniobras. Después de la carrera, vamos al kinesiólogo y también nos hidratamos porque perdemos mucho líquido. La cabina es muy pequeña y no tienes aire acondicionado porque es peso extra. Hay unas ventanas chicas, pero cuando corres hay que cerrarlas y si afuera hay 30 grados centígrados, dentro hay 60.
Por un tema de costos, hace dos años que vivo con mi familia en Florida, Estados Unidos. Es cierto que paso mucho tiempo fuera, pero mi esposa y mi hijo Damián , de seis años, a veces me acompañan cuando tienen vacaciones. A él le encanta todo esto y cuando estoy en la casa se sienta conmigo y le gusta volar un rato en el simulador. Le encanta ganarme y a veces salimos juntos en otro avión y me pide que hagamos acrobacias, así que quiero enseñarle a volar en algún momento.
Esta disciplina puede ser muy exigente, por lo que en mi tiempo libre me relajo con el surf o la bicicleta. Al vivir afuera extraño cosas típicas de Chile, como un buen choripán o una empanada de pino, pero ahora que estoy de visita me di el gusto de comerme una. Todo el esfuerzo vale la pena y si alguien me pregunta qué hay que hacer para ser piloto de carrera, le diría que la base es ser piloto acrobático y que luego lo esencial es no perder nunca la motivación.
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