David Wallace-Wells
Fotografía por: Beowulf Sheehan.

David Wallace-Wells: “Los últimos años han sido un poderoso antídoto para la desesperanza”

¿Cuál es el peor escenario posible frente a la crisis climática? El periodista norteamericano se lanzó a documentar científicamente un futuro apocalíptico, cercano y real. El resultado: su libro El planeta inhóspito, la vida después del calentamiento (recientemente publicado en español). A cinco años del Acuerdo de París, el autor reflexiona sobre las lecciones de la pandemia y llama a la acción conjunta para enfrentar el calentamiento global. “Tenemos que entender que cada décima parte de un grado que podamos evitar va a generar una diferencia significativa en los niveles relativos de sufrimiento y prosperidad que veremos las próximas décadas”, dice.


Su reportaje sobre cambio climático movió montañas. Describió lo que viene como un infierno. Literal y metafóricamente hablando.”El planeta inhóspito” se llamó, y en 2017 tuvo un récord de lectura y de impacto. Fue publicado en la revista New York, donde este periodista norteamericano es editor adjunto, y su éxito de lectura fue inédito: cerca de 6 millones de visitas.

“Es peor, mucho peor, de lo que imaginas. La lentitud del cambio climático es un cuento de hadas tan pernicioso quizá como el que afirma que no se está produciendo en absoluto”, parte escribiendo, revelando las crudas y dramáticas realidades que el cambio climático estaba a punto de traer, y los horizontes de lo posible de aquí en adelante.

Lo criticaron por ser demasiado alarmista, demasiado negativo, pero él no se amilanó. Al revés. Y el año pasado publicó el libro El planeta inhóspito, la vida después del calentamiento, que acaba de llegar a nuestro país traducido al español.

Fue un best seller instantáneo. El New York Times lo describió como el libro “más espeluznante”. Porque no sólo describe con precisión qué pasará con cada nuevo grado de temperatura sobre la faz de la Tierra, sino que esa alteración será para quienes estamos ahora vivos en él. No es una historia distópica para nuestros tataranietos, sino para los que estamos vivos hoy. Esas catástrofes sobre las ciudades, cultivos, cuerpos humanos, naciones, están a pocos años. The Economist lo definió como un libro fascinante, y aunque muchos lectores puedan creer que es demasiado alarmante, dijo que estaba bien pues “deberíamos estarlo”. La influyente revista Nature calificó sus argumentos, de hecho, de una “contundencia demoledora”. Lo que él quería, dice, es pasear a las personas por la data científica que a él lo hizo “despertar”.

-Algunos científicos lo acusaron de exagerado, ¿por qué?

-Es una pregunta complicada. Creo que durante mucho tiempo, activistas climáticos y científicos creían que la mejor manera de motivar al público a actuar era siendo optimista. Y creían que había un riesgo de asustar a los lectores con el fatalismo y que así pudieran rendirse. Así es que estaban muy preocupados de no presentar información sobre el futuro que pensaban que pudiera desalentar a la gente, al deprimirla. Creo que en parte había buenas intenciones, que no estaban tratando de ocultarle información al público para protegerlos o para ser condescendientes; realmente creían que estaban involucrados en un desafío existencial y que lo más importante era convencer al público de que era posible tener un mundo distinto y más deseable… Creo que esa aproximación estuvo mal y no entendió muchas de las complejidades de la sicología humana y política.

-¿Por qué?

-Creo que la gente responde al miedo, sé que yo respondí al miedo y me desperté ante esta crisis debido al miedo. Así es que sabía que al menos habría otra gente como yo que podría salir de su autocomplacencia por miedo y decidir tomar acción… Pienso que la autocomplacencia era obviamente un problema más grande que el fatalismo. Había muchas más personas, políticos, personas de negocios, que trataban este problema como si fuera más pequeño de lo que realmente es” -dice vía Zoom desde Nueva York.

-¿Cómo no paralizarse leyendo su libro y en cambio pensar que hay muchas cosas que todavía podemos hacer y que vale la pena hacerlas?

-Bueno, incluso cuando estamos hablando de posibilidades que son bastante aterradoras para el planeta si aumenta en 3, 4 o 5 grados, seguimos viendo evidencia del poder que tenemos sobre él. Porque si nos permitimos llegar a esos niveles de calentamiento de 3, 4 o 5 grados, va a ser debido a las decisiones que tomamos a partir de ahora. Así que la escala de ese posible sufrimiento es de alguna manera un recordatorio de lo poderosos que somos, y lo mucho que hemos paralizado la capacidad de rediseñar el planeta como nos gustaría que fuese.

El planeta inhóspito

-¿Cree que esta pandemia va a ser una fuerza para ayudar a enfrentar el calentamiento global, o que va a ser lo contrario, por el daño económico global?

-Creo que la pandemia nos enseña muchas de las mismas lecciones que nos ha enseñado el cambio climático. Que el mundo es frágil, que muchas de las cosas que pensábamos que eran permanentes son en realidad bastante débiles y pueden verse afectadas en un tiempo bastante corto, pero también nos ha demostrado que podemos actuar de una manera mucho más dramática de lo que la mayoría esperaba o apreciaba.

-¿Por qué?

-Si hace un año alguien nos hubiera dicho que un nuevo virus iba a brotar en enero y a mediados de febrero millones de personas -y a mediados de marzo, miles de millones de personas- iban a quedarse encerradas en sus casas, cerrar sus economías, cortar su vida social, profesional y romántica para protegerse los unos a los otros... Eso nos hubiese parecido una respuesta inimaginable. Creo que este es un “estudio de caso” sobre lo que podríamos hacer para combatir el cambio climático. Necesitamos ese esfuerzo global, que quizás no tiene que ser tan coordinado, pero sí tiene que ser consistente en todas las naciones y las personas.

-¿Es posible?

-No lo sabemos aún, pero hay algo que está muy claro y es que estamos tomando muchas acciones en todo el mundo para estabilizar la economía por el bienestar de nuestros ciudadanos. Los bancos centrales y gobiernos centrales están invirtiendo mucho más dinero en mantener el bienestar de sus ciudadanos, mucho más que antes y que durante cualquier crisis en la historia del mundo.

-¿Cómo se conecta eso con el cambio climático?

-Hay dos grandes preguntas que surgen de eso. La primera es ¿qué porcentaje de ese gasto puede dirigirse hacia inversiones en energía verde e infraestructura renovable en general? Creo que la respuesta es bastante divergente, las naciones en Europa han invertido una gran parte de su dinero en inversiones climáticas, un 30% de su paquete de estímulo. En el resto del mundo, en su totalidad, es alrededor del 2%, y Estados Unidos y China, que son de las naciones más determinantes, tienen los paquetes de estímulo menos destacables. Y han invertido en apoyar el negocio de los combustibles fósiles en vez de incentivar su extinción. Así es que esa es la primera gran pregunta, ¿cuánto progreso climático podemos incluir dentro del gasto que ya estamos incurriendo debido a la pandemia?

-¿Y el segundo punto?

-Es si este momento de gasto público amplio es una breve respuesta a una breve amenaza, o es el comienzo de una nueva era donde, especialmente los gobiernos de Occidente, se sientan cómodos gastando mayores cantidades de dinero para asegurar el bienestar de sus ciudadanos, y así asegurar un futuro estable y próspero.

-¿Qué cree usted?

-Creo que es bastante posible, dadas las tendencias en la disciplina económica. Vamos moviéndonos hacia un estado más generoso, cuyas preocupaciones por la deuda pública son mucho menores que hace 10 o 15 años atrás, donde hay mayor apertura hacia enfoques de mayor intervención en el gasto público. La pregunta es ¿en qué lado del espectro estarán los gobiernos? ¿Van a ser un poco más generosos de lo que fueron luego de la crisis entre 2008 y 2009, o van a serlo categóricamente más? Si es el segundo caso, vamos a poder invertir en salir de la crisis climática. Porque el costo de acción no es tan grande considerando todo lo que está en juego. Y esto es muy crítico entenderlo: para toda una generación, para el ciudadano promedio, se creía que esto era muy costoso.

-¿Y qué consecuencia tuvo eso?

-Llevó a que tomar acción (climática) se sintiera como una carga moral, como algo que teníamos que hacer, pero que iba a ser difícil y cara. Y los economistas han cambiado realmente, al punto en que casi todos te dirán que es más probable que tengamos una economía próspera si hacemos una transición (ambiental) más rápida. Y recientemente han salido algunos estudios que dicen que para ello sólo necesitamos gastar alrededor de un 10% del dinero que hemos gastado en estímulos mundiales de coronavirus. Si dirigimos un 10% de ese dinero hacia la descarbonización podemos producir la completa transformación del sistema que necesitamos, en un tiempo relativamente corto. No digo que esto vaya a ocurrir de manera inevitable, todos estos son procesos políticos y la presión política tiene que aplicarse, pero creo que no es un sueño imposible. Y creo que, de hecho, la experiencia del último año nos muestra casi de manera precisa cómo podría lograrse.

-¿Prioridades?

-Una enorme cantidad de eso depende de las opciones que tomemos ahora. Si decidimos continuar dependiendo de los combustibles fósiles, y descarbonizar de manera muy lenta, vamos a terminar en un solo tipo de mundo. En cambio, si decidimos tomar acciones mucho más rápidas, vamos a tener un mundo mucho más confortable.

-¿Cómo debemos mirar el desafío, para que sea efectivo?

-Tenemos que entender que este no es un sistema binario, no es un tema de evitar el cambio climático o entregarnos a ser extinguidos por el cambio climático. Vamos a llegar, aproximadamente, al centro de ese rango. Tenemos que entender que cada medio grado, en cierto sentido, cada décima parte de un grado que podamos evitar, va a generar una diferencia significativa en los niveles relativos de sufrimiento y prosperidad que veremos para las próximas décadas.

-Ver el detalle de cada grado…

-Si estamos en 2,1 grados más, va a ser mejor que tener 2,3 o 2,6 grados más o 2,9 grados más. Y tenemos que tomar en serio estas pequeñas variaciones de cambio si realmente esperamos seguir acelerando el progreso y enfrentar este problema en la escala que se requiere. Porque si esperamos evitar por completo el cambio climático, entonces no tenemos esperanza, porque eso no va a ocurrir. Necesitamos encontrar una forma de que nos entusiasme evitar, por ejemplo, llegar a 3 grados y quedar en 2 grados. Esa es la tarea que tenemos por delante hoy en día, y creo que honestamente es la única perspectiva moralmente seria, aunque también entiendo por qué a veces puede ser difícil hacernos esta idea... Si esperamos cambiar el nivel de temperatura para 2050 tenemos que comenzar inmediatamente hoy... y si no tomamos acciones, vamos a pasar los umbrales de temperatura que gatillan cambios en el ambiente y que van a estar desarrollándose por miles de años.

El peligro de las migraciones climáticas

-Usted plantea que una de las consecuencias será la migración relacionada a causas climáticas y podría ser que lleguemos a tener incluso un “apartheid climático”.

-Creo que estamos empezando recién a verlo, como cuando observamos los patrones de migración en Centro América hacia Estados Unidos. Esas son muchas de las huellas climáticas. Y un ejemplo famoso es la guerra civil en Siria, donde su única causa no fue el cambio climático, pero esto sí fue un factor que contribuyó a ello. Y la crisis de refugiados que se generó por esa guerra civil ha transformado por completo las políticas europeas y, hasta cierto punto, las políticas mundiales. Y esto fue sólo la migración de un millón de sirios a Europa, a pesar de que los expertos esperan que sean probablemente 100 o quizás 200 o 1.000 veces más durante los siguientes 50 o 75 años… Así que este marco de justicia climática es bastante dramático.

-¿Cómo se define la justicia climática?

-Creo que es un concepto bastante iluminador, pues tienes que quienes han hecho lo menos para generar este problema, son los que más están sufriendo, y los que tienen menores capacidades o recursos para responder. Y creo que eso significa que hay un gran imperativo moral en los países y las personas del mundo que se han visto más beneficiadas por la quema de combustibles fósiles, para tratar de responder. Por una parte, recibiendo con los brazos abiertos a más refugiados, más de lo que les había acomodado en el pasado. Y posiblemente, otra parte sea inversiones en filantropía que les permitan a esas comunidades y naciones -que de otra manera no habrían podido- protegerse y adaptarse a nuevas condiciones climáticas, de manera más efectiva.

-¿Cómo debería reestructurarse el marco del Acuerdo de París con los nuevos umbrales que vamos a enfrentar?

-Tenemos que hacer mucho más que lo que se dicta según el Acuerdo de París, eso es seguro. No sé si necesitamos otro conjunto de negociaciones climáticas como esas. Creo que durante los últimos años hemos visto un número de naciones que toman acciones mucho más agresivas por su propia cuenta. Durante los últimos meses, China hizo un compromiso bastante sorprendente y ambicioso de carbononeutralidad. Japón, Corea del Sur y muchos países de la Unión Europea han hecho lo mismo. Así es que ahora estamos viendo países que, independientemente del escenario global, están haciendo compromisos para moverse mucho más rápido hacia la descarbonización. Y creo que eso demuestra un cambio en el cálculo sobre cómo va a ser el futuro y cuál es verdaderamente la competencia internacional sobre el cambio climático. En el pasado, hasta la ceremonia de firma del Acuerdo de París, existía una ansiedad abrumadora entre las naciones que participaban, incluso en las naciones que querían avanzar rápido, porque moverse rápido sería complicado. Sería costoso porque cuando tomas acciones para cortar las emisiones de carbono de tu economía, los beneficios se ven distribuidos de manera global, pero los costos se concentran de manera local dentro de tus fronteras.

-No había incentivos a liderar…

-Todas las naciones del mundo pensaban “ok, sabemos que queremos hacer esto, queremos progresar, pero tenemos que hacerlo juntos. Porque si no, todo el mundo va a querer esperar y ver que otras naciones del mundo actúen”. Y esa es la lógica elemental del Acuerdo de París, donde todos se mueven al unísono, y esto significaría que todos estarían progresando. Pero el récord de los últimos años sugiere una lógica muy distinta, donde las naciones individuales ven beneficios económicos y de salud para sí mismos al descarbonizar, independientemente de lo que están haciendo otras naciones en el mundo. China piensa que estaría mejor si descarboniza, independientemente de lo que haga Estados Unidos. Japón cree que estaría mejor si se descarbonizan, más allá de lo que haga China.

Antes de despedirse, Wallace-Wells subraya su opinión de que ha habido progreso, quizás no el suficiente, pero más del que había en la era del “optimismo”. El miedo a la realidad ha servido.

”Los últimos años, a través de las protestas climáticas, los compromisos de neutralidad de carbono, la conciencia ambiental que ha aumentado debido a los desastres naturales, realmente estamos comenzando a ver cómo emerge un tipo de política diferente. Y personalmente creo que eso es en parte el resultado del miedo que ha generado el conocimiento que existe sobre el futuro, y también creo que es el mejor antídoto ante la desesperación”.

-¿Y los pesimistas?

-Creo que los últimos años han sido un poderoso antídoto para la desesperanza. Y estoy feliz de que tengamos esa experiencia porque estamos viendo, así como pasó con el Covid, cómo comienza a nacer un nuevo mundo. Está recién comenzando y existe una enorme cantidad de trabajo por hacer. Ya perdimos la oportunidad de asegurar un medioambiente como el que existía cuando crecimos y con el que se criaron nuestros abuelos, pero como hablábamos antes, la diferencia entre limitar el calentamiento global a dos grados en vez de tres o cuatro es toda la diferencia del mundo, y eso no es sólo una oportunidad que tenemos frente a nosotros. Ahora tenemos las herramientas políticas para hacer que esto ocurra. Y creo que en parte esto es un regalo del miedo.

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