En plena Copa América y Mundial Femenino de Fútbol, a pocos días del esperado eclipse y entre las bombas molotov del Instituto Nacional, un tema logró colarse en la agenda y convertirse en noticia. Esta semana, la eliminación de un mural en el barrio Lastarria causó sorpresa y molestia en miles de personas. Sólo en el post que hicimos en el Instagram de @Santiagoadicto hubo más de 4.500 comentarios; un récord. La inmensa mayoría eran lamentos y expresiones de rabia por haber pintado encima de la intervención urbana del artista antofagastino Luis Núñez, quien realizó esta obra para el Festival Hecho en Casa Entel.
No me interesa echar carbón a la fogata, menos cuando había un acuerdo entre partes para que el mural tuviese una duración de seis meses, que finalmente terminó siendo de casi dos años. Prefiero enfocar la mirada en una combinación de consecuencias inesperadas y reglas no escritas del street art o arte urbano.
Partamos con las reglas no escritas. Hace cinco años desapareció un mural pintado por un artista de relevancia global. Lo realizó el francés Thierry Noir, célebre por sus obras en el Muro de Berlín. Noir había pintado en una pandereta que separaba un sitio eriazo de la calle Lastarria, justo donde hoy está el hotel Cumbres. Y, vaya coincidencia, exactamente al frente del mural de la discordia de esta semana. Recuerdo que escribí en redes sociales y en columnas acerca de mi indignación por este hecho. Hasta que fueron los propios artistas urbanos, los capos del grafiti y el muralismo de este país los que me explicaron que entre los numerosos códigos tácitos del street art, hay uno básico: el arte urbano es, por definición, transitorio. Quien pinta en la calle no espera nunca que su obra permanezca. Sabe que el sol, la contaminación, el paso del tiempo y los rayados se encargarán de "erosionar" el mural. Es más, artistas urbanos que usan la técnica del paste up, es decir que pegan obras impresas en los muros, les toman fotos en el momento de la instalación, pues nada les garantiza que duren más que algunas horas. Son las reglas del juego. Y por eso no hay resentimiento entre los artistas de la calle cuando su obra desaparece. Aprovecho de contar que más tarde supe que el hotel que se instaló en Lastarria hizo todo lo posible por recuperar el muro con el mural para darle una nueva ubicación, pero técnicamente fue imposible.
Vamos al otro punto. El de las consecuencias inesperadas. La polémica por el mural de Lastarria fue un triunfo de la ciudadanía. No hubo medio de comunicación que no diera cobertura al tema; había despachos en directo desde la esquina de Rosal con Lastarria. El pintor antofagastino se hizo más conocido y hasta el alcalde de Santiago, Felipe Alessandri, le prometió un muro para que pronto pueda realizar otra obra. Opinaron los arquitectos, los urbanistas; y hasta hubo discusiones en las redes sociales de si el edificio en cuestión era de estilo Bauhaus o de arquitectura moderna. Que estos temas sean noticia, generen pasión, debates acalorados, que cada ciudadano se forme un punto de vista respecto del arte en la ciudad, es un triunfo de la cultura, de la importancia del espacio público en estos tiempos y es un aviso a los tomadores de decisiones -políticos, empresarios, ministros, planificadores urbanos, alcaldes o directores de universidades y espacios culturales- de que la ciudad no se puede seguir pensando y construyendo sin conocer la calle.