Autor de El fin de la clase media y El tiempo pervertido: derecha e izquierda en el siglo XXI, el periodista español Esteban Hernández asegura que estamos en un punto de inflexión: la “desglobalización” y el actual apagón causado por la pandemia nos están empujando a un nuevo escenario que desconocemos. Además, este analista político y jefe de la sección de opinión del diario El Confidencial agrega que en este momento decisivo escasea el análisis de nuestras debilidades estructurales y abundan las “pastillas TEDx y el coach social”.

Dicen que las pandemias, dado su sinsentido, se olvidan antes que otras catástrofes. Aún no hay vacuna y nos llegan imágenes del hemisferio norte de gente en bares y playas, como si todo hubiera sido un mal sueño. ¿Cómo lo están viviendo realmente?

Creo que hay distintos grupos sociales. Hay gente que es más temerosa, porque al final el estar tanto tiempo encerrado también retrae, y también gente relacionada con el negocio, que obviamente tiene más prisa por volver a abrir la tienda o el bar. Otra que está teletrabajando y está, no digo cómoda en casa, pero al menos digamos más protegida. La sociedad está fraccionada entre esas dos posiciones, algunos que quieren salir por fin, otros están temerosos, y bueno, entre medio estamos ahí unos cuantos que no queremos ni una cosa ni otra.

¿Cautelosos?

Digamos esperando acontecimientos. No sabemos las consecuencias que va a tener; si va a haber un rebrote en dos semanas o tres.

Más allá de las playas y los bares, ¿hay algo nuevo bajo el sol? Existe la esperanza de que tras este ensayo obligado de otras formas de vivir, aparezcan nuevos impulsos políticos.

Como suele ocurrir en las crisis, todos esos impulsos van desapareciendo conforme avanza el tiempo y la crisis se va diluyendo. La reacción en general en Europa y Estados Unidos es que casi todo ha tenido mucha más continuidad que ruptura. Por ejemplo, la economía en Europa ha dicho “bueno, este es un momento excepcional, hay que tomar otras medidas, pero una vez que pase esto, volveremos a lo mismo. Vamos a hacer una política ahora expansiva, en la que se introduzca dinero en la economía, pero dentro de un año o dos, vamos a tener que volver necesariamente a las reglas fiscales, al presupuesto controlado, etcétera”.

¿Algo así como la crisis de 2008?

Tiene todo el aspecto. La gran diferencia está en que en 2008 el dinero que se introdujo en el sistema fue a parar principalmente al sistema financiero, bancos y fondos, y ahora va a parar a grandes empresas, quizás estratégicas a nivel nacional, que tenían las cuentas deterioradas y que, por tanto, podían causar un agujero en los mercados. Si tú ves la diferencia que puede haber entre la cantidad de dinero que se retiró del sistema para estabilizar esas grandes empresas ligadas al ámbito financiero y lo que se ha introducido para estabilizar a pequeñas empresas y a los trabajadores, a los empleados, ves rápidamente cómo más arriba más rápida es la ayuda, y, cuando vas bajando, más lenta y en menor cuantía. Esto es algo que en el 2008 lo vimos también. Todo va apuntando en la dirección de hacer las desigualdades más desiguales y a generar una brecha también entre países.

La gran diferencia está en que en 2008 el dinero que se introdujo en el sistema fue a parar principalmente al sistema financiero, bancos y fondos, y ahora va a parar a grandes empresas, quizás estratégicas a nivel nacional, que tenían las cuentas deterioradas y que, por tanto, podían causar un agujero en los mercados.

En varios lugares, entre ellos Chile, el mundo ya había comenzado a estallar, ahora le ocurrió a Estados Unidos.  

Hay un elemento que damos por sentado, el de las desigualdades económicas; cuando hay entornos más deteriorados, es más probable que las tensiones se produzcan. Pero hay un elemento más significativo, que en Chile aparece y creo que está empezando a aparecer en Europa, y es el de la legitimidad. El problema de Estados Unidos viene porque hay una actuación por parte de poderes públicos, cuya función debería ser proteger a la población, pero va en sentido contrario: mata a una persona sin justificación simplemente por el hecho de ser negro. Lo que se espera del sistema es un castigo, pero lo que hace es ratificar la acción de los policías, como ocurre en primera instancia, luego ahí se producen las protestas. Esta pérdida de legitimidad la estamos viendo en distintos sistemas. Cuando ya no puedes confiar en tus dirigentes y no puedes confiar en el sistema porque de alguna manera está roto, te sientes solo, sin normas y leyes establecidas que pueden ayudarte, sino que debes intentar buscarte la vida por tu cuenta. Cuando la legitimidad de un sistema se rompe, quedan muy pocos lazos que nos unen.

¿Son los populismos, además de los estallidos, otro síntoma de la crisis de legitimidad política?

Está absolutamente ligado con la pérdida de legitimidad del sistema, porque tanto el Brexit como las opciones de ruptura de la Unión Europea prometen una cosa distinta de la que tenemos. Otra cosa es que la lleven a cabo, pero la promesa es un cambio sustancial respecto del sistema político actual. En Europa esto comienza a hacerse más profundo a raíz de la crisis de 2008. Es entonces cuando empiezan a surgir partidos populistas, y a cobrar auge extremas derechas antes impensables. Por ejemplo, la extrema derecha francesa de Le Pen no es una derecha francesa como la de su padre, sino que una extrema derecha con un componente mucho más social; o el Brexit, donde había un mensaje de incorporación de los perdedores.

La pandemia demostró que esa promesa era falsa.

Era una promesa difícil de cumplir, porque tanto el partido de Johnson como el de Trump y Bolsonaro son pensados para favorecer la economía que precisamente ha deteriorado este sistema. Ellos están mucho más ligados a clases altas, a lo financiero, por lo tanto, la única promesa que podían formular era la reunión en torno a la bandera. Por otra parte, esa promesa era difícil de cumplir por el giro del mundo hacia eso que podríamos llamar desglobalización. Por ejemplo, Estados Unidos está presionando para ganarle la batalla a China, recogiendo más trabajos en su país y desarrollando lo financiero afuera. Pero ese desarrollo del país no tiene una correspondencia con las vidas de la gente. La Bolsa va hacia arriba, mientras la vida de la gente, de los pequeños y medianos comercios, los trabajadores, va hacia abajo. Es una separación radical, como si hubiera dos tipos de economía.

La Bolsa va hacia arriba, mientras la vida de la gente, de los pequeños y medianos comercios, los trabajadores, va hacia abajo. Es una separación radical, como si hubiera dos tipos de economía.

¿Piensas que los movimientos sociales son una fuerza transformadora?

Son una semilla de algo; efectividad van a tener. Lo que pasa es que en la medida que eso no conforme movimientos institucionales que realmente aspiren al poder es complicado cambiar algo. Las revueltas producen efectos, lo que pasa es que no siempre son los esperados. Porque cuando la desigualdad es grande y el Estado está desestructurado, cada cual se busca la vida como sea. Te lo digo, porque al final las tensiones no solamente van en la dirección de crear movimientos políticos, también desinstitucionalizan.

Ideas mágicas y vibrantes

Has estado escribiendo sobre el estado de “hibernación” de los intelectuales y expertos. Dices que venimos de tiempos de mediocridad intelectual y una especie de pensamiento mágico en relación a las ideas.

Estamos en un sistema muy anquilosado porque la mayor parte de la gente que está dirigiendo las cosas, técnicos, expertos, tiende a reproducir esquemas mentales e ideas que son los que tenía hace dos o tres años.  Fíjate, por ejemplo, en el mundo de la cultura, que es un mundo extraordinariamente móvil. Hoy los libros más vendidos en España son de autores muy similares a los que vendían hace diez años. Y por fuera te encuentras con mucha gente diciendo muchas cosas, algunas muy interesantes, otras menos, pero que no tienen incidencia real en el sentido de que no son recogidas por las instituciones, por las fuerzas políticas y económicas. Entonces no es que haya falta de ideas, sino que esas ideas quedan fuera. Otra cosa que ocurre con mucha frecuencia es que te llegan con la solución mágica, dicen “no pasa nada porque tengo la renta básica” o esta otra idea, o esta otra, y entonces todo se soluciona. A lo mejor la idea está interesante, pero las ideas sólo cambian el mundo cuando tienen fuerzas sociales detrás que las soportan. El New Deal o la revolución rusa son ejemplos que, por brillantes u oscuras que fueran las ideas, cambiaron las cosas porque tenían un montón de gente detrás.

Hace algún tiempo que existe la sospecha que frente a la impotencia para cambiar las cosas, nos entretenemos en moralinas y culpando al de turno. Es lo que decías en tu columna “No echéis la culpa a Pablo Iglesias, será peor: el pensamiento blando en la era del Covid-19”.

Cuando tú necesitas responsabilizar al contrario es porque: uno, tú no lo estás haciendo bien; dos, no tienes una propuesta. Si toda tu opción es lo malo que son otros, como una especie de “yo soy el mal menor”, es porque no tienes nada que decir. En España ocurre que el Partido Popular y el Socialista se pueden atizar enormemente a partir de lo malo que son los demás y tal, porque ninguno de los dos tiene una opción. La línea económica española es una continuidad desde los años 80 hasta ahora.

Parece que evadimos los debates sobre asuntos estructurales, o bien, si los tenemos queda la sensación de cierta impotencia para operar sobre la realidad.

Para hacerte cargo de los problemas estructurales tendrías que creer y, además, poder. La solución intelectual no es tan difícil, por ejemplo, todo este tipo de dinero que está metiendo la Unión Europea, la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra en la economía, si realmente lo metiera para conseguir que la economía real se pusiera a producir, que es más o menos lo que hizo Roosevelt, ya está. Pero lo que no tenemos son los instrumentos de poder para llevarlos a cabo.

No es que haya falta de ideas, sino que esas ideas quedan fuera. Otra cosa que ocurre con mucha frecuencia es que te llegan con la solución mágica, dicen “no pasa nada porque tengo la renta básica” o esta otra idea, o esta otra, y entonces todo se soluciona.

Claro, no es tan evidente que el poder hoy esté en el Parlamento. En el campo del saber pasa algo similar, se vuelve estéril. Sabemos cada vez más cosas, pero no tenemos incidencia sobre el mundo.

Porque tal y como está organizado ese tipo de capitalismo, son los grandes fondos de inversión, las transacciones de los mercados, las bolsas lo que determina la economía real, la tuya, la mía, la de la gente. Mientras el ámbito financiero no cambie su perspectiva, y de momento no lo está haciendo, lo que los políticos vayan contando va a tener una efectividad escasa. En los Estados Unidos de Roosevelt había una pelea enorme entre el ámbito financiero y el político. Roosevelt apoyando a las masas sociales obligó al sistema a dar un giro. Lo que no tenemos ahora no son ni los políticos ni las fuerzas sociales que estén presionando insistentemente para que ese giro ocurra. Eso dificulta las cosas, porque lo dejamos a la autoconciencia de los que mandan. Es como si les pidieras a los barones y a los duques de la Edad Media que piensen en los campesinos. O sea, a veces lo hacen, pero a menudo no.

El factor “innovación”

Juan Sutil, el presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio, acá en Chile, decía hace algún tiempo que el país debía ser más anglosajón, más ingenieril y menos filosófico para avanzar. Supongo que comparte esa idea de futuro llamada “innovación”, que, al menos a mí, no me hace volar. ¿No es precisamente esa educación emocional y política la que deteriora la imaginación y el deseo? Como si el futuro fuera algo tan descafeinado como unas “soluciones versátiles para la vida moderna”.

Innovación es un término muy simpático en el sentido de que nos sugiere eso: modernidad, futuro, grandes posibilidades. Fíjate que antes de esta pandemia nos estaban contando de los enormes avances que se iban a realizar gracias a la tecnología en salud, en investigación, íbamos a vivir 120 años, nos jubilaríamos a los 80 y mira cómo estamos ahora. Quiero decir que la innovación es un ámbito de grandes promesas que están muy lejos de concretarse.

Innovación es un término muy simpático en el sentido de que nos sugiere eso: modernidad, futuro, grandes posibilidades (...) antes de esta pandemia nos estaban contando de los enormes avances que se iban a realizar gracias a la tecnología en salud, en investigación, íbamos a vivir 120 años, nos jubilaríamos a los 80 y mira cómo estamos ahora. Quiero decir que la innovación es un ámbito de grandes promesas que están muy lejos de concretarse.

Quizás lo que quedó en evidencia, y está bien me parece, es que la ciencia necesita tiempo. No funciona con la inmediatez de las transacciones financieras ni los anhelos desesperados.

Las revoluciones en el pensamiento en la sociedad son escasísimas a lo largo de la historia. Lo más habitual es que vayamos evolucionando a pequeños pasos. Y esta innovación se ha parado ahora. Llevamos un montón de tiempo dándole vueltas a lo mismo y no salimos de ahí. No ha habido transformaciones. Resulta paradójico cuando nos están contando permanentemente los científicos, técnicos, avanzados, modernos, lo que somos como sociedad. Y lo que te encuentras en la realidad es parálisis y repetición de lo mismo. Dices, “pues algo está fallando”.