Es viernes 29 de noviembre. Mientras miles de mujeres ejecutan la performance "Un violador en tu camino" del colectivo Las Tesis en el corazón de Plaza Italia, hay un intruso. Equipado con una cámara fotográfica Leica con película de 35 milímetros, un señor bajito de anteojos, grita como una más y fotografía a las manifestantes en medio de la masa. Hasta que llegan las bombas lacrimógenas.
"Caían encima y yo, que soy operado del corazón, tengo tres by pass, soy hipertenso, diabético, operado de la columna y de cáncer en el lagrimal, estaba ahí", recuerda Luis Poirot, reconocido fotógrafo, retratista de nombres como Pablo Neruda y miembro de la Academia Chilena de Bellas Artes. "Ya no podía abrir los ojos, no veía y me costaba respirar. Las manifestantes me pusieron agua en los ojos, me los lavaron, me obligaron a ponerme un pañuelo, me dieron agua con bicarbonato. Ellas me cuidaron y luego me tomaron del brazo y me sacaron de ahí. Me dijeron: 'usted ya no tiene edad para estar metido aquí'", cuenta el fotógrafo, quien en unos días más cumplirá 79 años.
Una semana después, en su departamento de Providencia -entre fotografías originales hechas por Sergio Larraín y Cartier-Bresson; decenas de retratos de su esposa Fernanda; y unas máscaras antigases que cuelgan en la entrada del departamento y lo delatan-, Poirot relata su aventura. Aclara que no ha sido la única: desde que partió el estallido social ha ido varias veces a Plaza Italia.
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Fotografía hecha durante la manifestación feminista del viernes 29 de noviembre en Plaza Italia. Foto: Luis Poirot[/caption]
No es su primera vez en la calle. Fotografió las manifestaciones durante la Unidad Popular, con registros únicos del "tanquetazo" y la visita de Fidel Castro. Después, ya en el exilio y luego de vivir dos años en Francia, aterrizó en 1975 en Barcelona. Ahí fue testigo -y fotógrafo- de la transición española. Finalmente en 1985, regresó a Chile y trabajando para El País de España retrató las manifestaciones y la noche del plebiscito en el comando del No en el Hotel Galerías.
En la primera línea
Por eso, cuando en la primera semana de manifestaciones -él no recuerda el día exacto-, su hija menor, Isabel de 8 años, le pidió que la llevara a las manifestaciones, Poirot no lo dudó. Equipado con su cámara Leica, un lente y dos rollos fotográficos en el bolsillo partió junto a ella y Fernanda. "Salí a acompañarlas. No iba en plan fotógrafo, pero ya metido entremedio empecé", recuerda.
-¿Qué sintió el primer día en que volvió a la calle?
-Fue una mezcla de emociones. Lo que inmediatamente me llamó la atención fue que esta gente no tiene miedo, va a todo. Eso es bueno y malo; es bueno porque perdimos el miedo, fíjate lo que nos demoramos en salir del fantasma de Pinochet; pero malo también porque dejan de tener prudencia. Yo sé de lo que son capaces los militares, ya lo he vivido, no hemos llegado a eso, pero siempre lo tengo presente.
-¿Cómo es estar dentro de las marchas de nuevo?
-Hay una protección y una solidaridad que son muy emocionantes. Me siento protegido. Voy a cumplir 80 años, ya no tengo edad ni físico para ser fotógrafo de primera línea, porque como hay manifestantes de primera línea que tienen buen estado físico, también hay fotógrafos de primera línea. Yo no puedo ser así: ya no puedo arrancar, me asfixio, me pasan cosas.
-¿Y por qué lo hace entonces?
-Porque me interesa. ¿Puedo hacer la foto del combate de los manifestantes con los carabineros? No, hay gente que ha hecho fotos muy buenas de eso. Para mí hoy eso no es lo importante, sino que es cómo la gente manifiesta su opinión, cómo se expresa. Toda la imaginación, la alegría, la solidaridad. Me interesa lo que escriben en las paredes, sus pancartas. Ahí hay algo de lo que la televisión no da cuenta, ellos dan cuenta de los combates, pero no de esto otro.
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Poirot en el estudio de su departamento en Providencia. Foto: Javiera Gandarillas.[/caption]
-En sus fotografías se ve que está en medio de la manifestación.
-Estoy al lado. No voy a estar como un mirón, fuera, en la vereda del frente. O estoy al lado, gritando y compartiendo con ellos, siendo uno más de la manifestación, o no voy. No tiene sentido. No estoy de lejos, con un teleobjetivo sacándote una foto a la mala sin tu consentimiento. Estoy contigo, estamos haciendo la cosa juntos y si tú no quieres, no hago la foto. Jamás hago una foto contra la voluntad de la persona.
-¿Qué emociones ve en los rostros de la calle cuando los retrata?
-Hay una gran fuerza, una fuerza enorme. Me dicen 'nosotros no somos los pingüinos que nos van a dar una caluga y nos vamos a ir para la casa'. Y eso no lo ve el gobierno. A mí me gustaría que se disfrazaran de algo y fueran ahí a ver qué está pasando y qué dice la gente. Somos dos países. Cuando escucho los discursos me pregunto de qué me están hablando si lo que yo estoy viendo en la calle es otra cosa.
Esto Poirot lo cuenta en el estudio de su departamento entre cientos de libros y fotos. De pronto, se da vuelta y revisa en un computador imágenes digitalizadas de su trabajo durante el estallido social: ahí están los rostros expresivos de las feministas en Plaza Italia, de los manifestantes arriba del caballo del General Baquedano y de los guitarristas que tocaron canciones de Víctor Jara frente a la Biblioteca Nacional el 27 de octubre. Para el fotógrafo, quien se hizo amigo del autor de "Luchín" mientras estudiaban Teatro en la Universidad de Chile, ese momento fue conmovedor: "Para mí fue muy emocionante. De repente, me di cuenta de que estaba lloriqueando, que me costaba sacar fotos porque estaba con la emoción de Víctor, era su presencia. Esa era una manifestación de alegría".
-¿Qué sintió durante el estado de emergencia?
-Cuando salieron los militares a la calle me dio rabia, ira, empecé a dormir mal, despertaba a las 3 o 4 de la mañana, me daba vuelta por la casa. Volvieron todos los fantasmas y lo pasé muy mal. Pensé en pedirle al médico una pastilla, pero decidí superarlo solo. Me dije: 'He vivido toda una vida para llegar a lo mismo'.
-¿Encontró el remedio?
-Sí, se me pasa cuando voy a las marchas. Cuando veo que los chicos me dicen que ellos no van a parar.
El cabildo de los fotógrafos
En estos días, Poirot está sumergido en el tema constitucional. Dice que leyó las constituciones de los tres países en que ha vivido -Francia, España y Chile-, que conversa con su familia y amigos sobre qué significan los cambios en este documento y que el sábado pasado fue a un cabildo de fotógrafos en Estación Mapocho para hablar de lo mismo. "Me siento un privilegiado porque estoy viviendo un nuevo momento histórico. No los tengo que leer en un libro de historia, los viví", dice con orgullo.
-Usted se ha autodefinido como un fotógrafo de la memoria. ¿Dónde cree que se van a ubicar estos días en la memoria de nuestro país?
-Este es un momento de tránsito muy importante. Acá va a cambiar algo quieran o no. Hay un antes y un después. Aunque no se cambie la Constitución, lo que se ha producido en la gente es muy importante. Yo lo comparo con la caída del Muro de Berlín, que nadie se lo esperaba, fue de un día para otro y cambió todo: esto es el fin del modelo neoliberal.
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Plaza Italia, imagen del 23 de noviembre. Foto: Luis Poirot[/caption]
-¿Es el oficio de fotógrafo el que lo lleva a interesarse y retratar estos momentos?
-Tengo un amigo catalán que fue periodista del diario El País. Ahora hace documentales y está intentando hacer uno con mi trabajo que se llamaría El último testigo. Dice que eso soy por toda la gente que conocí, todos los periodos que atravesé, porque tengo lucidez y me acuerdo.
Eso es verdad. Después de su pasado vinculado a la prensa y al fotoperiodismo, Poirot se volcó al retrato, principalmente en blanco y negro. En esa tarea fotografió figuras vinculadas al poder, como Patricio Aylwin, Ricardo Lagos o el mismo Pinochet. Pero su mayor dedicación fue retratar a personalidades vinculadas a la cultura en Chile, como Raúl Ruiz o Nicanor Parra. Hoy lo sigue haciendo y calcula que ha registrado a unos 100 escritores, cifra que sigue creciendo porque aún retrata autores jóvenes que tienen una o dos novelas escritas.
"Eso lo debieran estar haciendo los fotógrafos de 20 o 30 años, pero no lo hacen. Por eso estoy en eso, es algo que nadie me pide, pero tengo la necesidad de hacerlo. A eso estaba dedicado hasta que apareció esto que es una tormenta que nadie esperaba. Es como cruzar el Beagle, el mar tormentoso donde las olas van de un lado para otro, en un bote al garete gobernado por un timonel que está pasmado. Eso me produce un poco de ira y desesperación. A veces tengo que ser espectador de cosas y fuera de dar mi opinión no sé qué más puedo hacer", dice el fotógrafo sobre el estallido social.
-Hace un tiempo dijo que ya no quería fotografiar políticos. ¿Todo lo que está pasando reafirmó su postura o les va a dar una segunda oportunidad?
-No me interesan, son poco interesantes. Salvo (Ricardo) Lagos, a quien he fotografiado varias veces, creo que fue el último presidente republicano y consecuente que tuvimos y que fue un grave error del Partido Socialista no haberlo dejado ser candidato. Dudo que vuelva a hacer fotos de políticos, y si me llegan a pedir fotos para un afiche, creo que no me interesa.
-Estuvo cerca de retratar al Presidente Piñera en su primer gobierno, pero no se concretó la idea.
-Sí, fue por una cosa técnica, ellos querían que hiciera una foto digital para poder retocarla y manipularla. Yo les dije que no querían un retrato, sino que querían un icono idealizado y eso yo no lo hago. Voy, estoy a solas con la persona por 20 o 25 minutos y después tienen el derecho de decirme que no les gusta la foto y rechazarla, pero no a intervenirla. Por eso no se hizo.
-Si hoy lo llamaran para fotografiar al Presidente, ¿qué se vería en ese retrato?
-No lo haría, pero ahora por razones políticas. ¿Qué puedo decir de todas las cosas que me pasan por la cabeza para que no me acusen de injuria? La más suave que se me ocurre es irresponsable. La situación en que estamos es por una irresponsabilidad de él, por falta de toma de decisiones.
-Bueno, entonces salgamos de ahí. ¿Hasta cuándo piensa seguir en la calle?
-Mientras pueda caminar, mientras pueda moverme. Los fotógrafos somos deudores del cuerpo. Mientras mi cuerpo dé, voy a seguir, porque tengo esa necesidad, esa maldición de ser testigo. Además, me produce alegría hacerlo, fuera de que me ahogo y quedo complicado de los ojos, pero ya le prometí a Fernanda que en la próxima marcha voy a ir con máscara, pañuelo, agua y antiparras.
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