"Hay una reunión importante en la noche", le murmuraron a Elena Serrano la mañana del jueves 10 de agosto de 1967. Ella era entonces estudiante de segundo año de Derecho de la Universidad Católica. La asamblea secreta era convocada por un grupo de estudiantes de distintas carreras y con un domicilio político común -eran simpatizantes de la Juventud Demócrata Cristiana-, que desde hacía un tiempo venía reflexionando sobre qué camino seguir para modernizar esa tradicional casa de estudios.
Elena había conocido a algunos de ese grupo unos meses antes en los trabajos de verano en Curanilahue, en la Región del Biobío, donde le tocó hacer clases de educación cívica en la cárcel. "Estos chiquillos eran lo más progresista que había en la universidad", recuerda ella, y nombra a algunos de ese lote: el ex embajador de Chile ante el Vaticano, Mariano Fernández; el ex canciller Juan Gabriel Valdés; el ex ministro José Joaquín Brunner; el senador Carlos Montes y el médico Miguel Ángel Solar.
Esa experiencia en Curanilahue había despertado en ella una sensibilidad política que estaba instalada en la familia, pero que hasta ese momento estaba medio dormida en Elena. Sin ir muy lejos, su papá, Horacio Serrano, había sido ministro de Agricultura del Presidente radical Juan Antonio Ríos y era votante de Salvador Allende: "A nosotras nos daba vergüenza contar eso porque en mi colegio, el Villa María, votar por Allende era lo mismo que irse al infierno", recuerda la abogada y consultora internacional.
La cita era en una pequeña sala del primer piso de la Casa Central. Empezó pasadas las ocho de la noche, cuando quedaba poca gente en la universidad, recuerda Elena. Había unos 25 estudiantes que escuchaban a Montes y a Solar, y ella era una de las pocas mujeres. En ese tiempo, cuenta, la Escuela de Derecho de la UC tenía cupos limitados para las mujeres: "Esa era una regla de la escuela, que yo creo que se mandaba sola, y sólo el 10% éramos mujeres. Imagínate cómo habría caído eso hoy día".
Antes de esa reunión clave, el grupo había presentado un petitorio a las autoridades de la universidad con varios puntos; entre ellos, currículum flexible y la eliminación de las cartas de recomendación para ingresar. "Se exigía certificado de bautismo y carta de recomendación del párroco o del obispo, por lo menos en la escuela de Derecho. ¡Por favor! De hecho, mis compañeras de ese 10% éramos todas católicas y los cabros iban a misa en la universidad todos los días".
Esa reunión en la Casa Central era entonces el último capítulo de un largo proceso de reflexión y de negociaciones. Los estudiantes pretendían sacar de la rectoría a monseñor Alfredo Silva Santiago, que llevaba 14 años en el cargo.
Así lo recuerda Elena: "Teníamos a este rector increíble que andaba vestido de obispo, de morado, con cadenas, medallas y cruces por los pasillos del segundo piso. Yo me lo topaba todos los días y veía cómo la gente más religiosa y más de derecha de mi escuela se hincaba a besarle el anillo en el pasillo. ¡Esas cosas eran normales! Piensa que fue hace 50 años, mucho tiempo. Y a quien más recuerdo besándole el anillo es a Jaime Guzmán, que era el presidente del centro de alumnos".
-¿Qué le parecía esa escena?
-Era una cosa medieval. Yo adquirí conciencia de lo obsoleto que era ese ambiente a través de mi participación en este grupo político. La toma llegó luego de un largo proceso de madurar que no podíamos ser una universidad vinculada con los movimientos sociales o con lo que pasaba en el país y en el mundo con este tipo de jerarquía que estaba decidida a mantener el statu quo a como diera lugar.
Elena no sospechaba que la reunión de esa noche era el comienzo de la operación "OP" -así era llamada la toma- hasta que Montes señaló qué puertas se cerrarían con cadenas y candados. No hubo votación, dice ella, ya había un consenso de que no quedaba otro camino. Esa noche se fue a su casa y cuando comentó lo que estaba pasando no le dieron mucha atención. Elena, la mayor del clan Serrano, era la única que estaba en la universidad; Paula, Margarita, Marcela y Sol aún estaban en el colegio y sus temas eran otros.
A la mañana siguiente, Elena entró a la universidad con una tarjeta que identificaba a los alumnos en toma. Esa mañana ocurrió el primer intento de retoma de parte de los alumnos de derecha y hubo peleas y golpes en la puerta trasera. "Fue súper violento. A las mujeres nos llevaron a una sala para protegernos".
-¿Cuál era el rol de las mujeres en la toma?
-El mismo que el de los hombres: hacíamos comida, limpiábamos. No había esto de "tú haces esto porque eres mujer". No, para nada. Teníamos reuniones, hacíamos estrategia, leíamos diarios. Lo de "El Mercurio Miente" salió de esas reuniones.
-¿Había separación de roles?
-No mayormente. Y si lo había, no nos habríamos dado cuenta porque estábamos tan acostumbradas. Tampoco lo habríamos cuestionado, porque el espíritu de las mujeres que estábamos ahí era que esto resultara. Daba lo mismo lo que tuviéramos que hacer, queríamos cambiar la universidad y el mundo.
-¿Por qué está invisibilizada la presencia y el rol de las mujeres en esa toma? Cuesta encontrar nombres femeninos cuando uno revisa la historia.
-Porque de verdad éramos muy pocas, no había nada que visibilizar. En la universidad, las mujeres participaban muy poco en política, no es que una se asociara a la toma por su linda cara; era un grupo de cada escuela que había pensado, madurado y participado en las reuniones. Lo que te quiero decir es que éramos invisibles, pero con el criterio de hoy día, ¿me entiendes la diferencia? En ese momento, sobre todo yo, que venía de una casa de puras mujeres donde nunca nadie me había discriminado, no tenía el concepto. Después, ¡Dios mío cómo lo adquirí!
-¿Cree que la historia les debe un lugar a las mujeres de esta toma?
-No, nos lo debe a todos los que participamos. Para nosotras, las que estábamos ahí, lo que importaba era la causa y la causa no éramos nosotras.
-¿Valoraban los hombres lo que hicieron ustedes?
-Yo creo que sí y nos admiraban porque estábamos arriesgando más que ellos, nuestra reputación, por ejemplo. Nos sentíamos profundamente queridas por nuestro grupo y profundamente aliadas. Otra cosa es que yo nunca sentí el odio con tanta virulencia como en esa escuela.
La tercera noche de toma, Elena llegó a su casa y sus papás estaban esperándola sentados en el living "al borde del espanto", dice ella. Habían recibido llamadas telefónicas todo el día con groserías. "Eran los insultos de rigor a las mujeres: que era puta, que le están metiendo no sé qué cosa no sé dónde, que están tirando arriba de la mesa del Consejo Superior, que no tiene arreglo... Y eso era sin parar. Eran mis compañeros de Derecho de la universidad que tenían mi teléfono", dice, y luego agrega: "Hoy eso sería considerado un caso grave de acoso".
Los padres de Elena entraron en pánico y le dijeron que no podía volver a la toma porque "iba a adquirir mala fama con los hombres. En ese tiempo, la mala fama era sentencia de muerte", recuerda. Ella entendió sus argumentos, pero no les hizo caso. Y mientras su mamá seguía preocupada de la reputación de su hija, su papá fue cediendo a su interés político.
-¿Se ha encontrado con sus compañeros de escuela?
-Me los he topado en la vida mil veces. No lo hablé con ninguno de ellos, pero curiosamente nos abrazamos con gran cariño. No tengo rencores.
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Imágenes de la toma de la UC en 1967. (Crédito: Revista Vea y Revista Ercilla)
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Un abrazo para todas
Elena Serrano es abogada especializada en comunicaciones corporativas y executive coach de la Georgetown University (EE.UU.). Conoció al papá de sus tres hijos -un hombre y dos mujeres que tienen entre 45 y 34 años- en la toma de la UC. Él, Carlos Fuensalida, era representante de la Escuela de Arquitectura y asistió en esos días a una reunión en la Casa Central, donde se vieron por primera vez. Se casaron cuando ella terminó cuarto año. "Era bien típico que me dijeran: 'Supongo que vas a dejar de estudiar para preocuparte de la casa'", recuerda. Ella, obviamente, no hizo caso.
-¿Qué aprendió como mujer al participar de esa toma?
-Aprendí que quería más espacio para mí y para las mujeres; que la política era un espacio para luchar por las mujeres y que en la política éramos más invisibles que en ninguna otra parte. Algo me decía en mi instinto que dependía de nosotras, que no iba a ser regalado.
Diez años después de la toma de la UC -que duró nueve días y terminó con la salida del rector-, Serrano participó en la creación del primer grupo de reflexión feminista, la Asociación para la Unidad de las Mujeres (Asuma), que realizaba talleres de reflexión sobre la condición de la mujer en la sociedad. "Fue en plena dictadura. Éramos diez mujeres sentadas en la consulta de una de ellas que era sicóloga, prácticamente clandestinas". En los 80 fue parte del Círculo de Estudios de la Mujer y en el último tiempo -y por más de 10 años- ha participado en ComunidadMujer.
El 16 de mayo pasado, Serrano estaba en Washington por trabajo y en sus redes sociales empezó a recibir fotos y videos que le llamaron la atención. Ese día, las universitarias realizaron la movilización por una educación "feminista y no sexista", que dejó postales como las cinco estudiantes vestidas de monjas o un grupo de manifestantes con la cara cubierta y torso desnudo. Todo eso, en el frontis de la UC. "No puedo creer que esto esté pasando en Chile... qué milagro", pensó frente a su computador.
Tomó el teléfono y llamó a su hermana, la escritora Marcela Serrano. "¿Este video es de verdad? ¿Está pasando eso?", le preguntó. Después dijo: "Benditas sean". "Qué maravilla tener esa audacia y esa irreverencia. Le tengo un gran respeto a la irreverencia. Me encanta que no sean pacatas como éramos nosotras, todas llenas de reglas porque si no, nadie me iba a querer y nadie se iba a casar conmigo".
Dice que la estética de la toma feminista de la UC le recordó la de 1967: la puerta, la cadena, la gráfica. También, la simbología de querer un país distinto. "Todo lo que está pasando hoy me es balsámico. Lo veo como una consecuencia de 50 años de pensarlo, de darle vueltas y de rebelarnos. Es una cuestión política totalmente imparable, que no se va a revertir, porque una vez que hemos accedido históricamente a los espacios ganados nunca hemos retrocedido. La historia nos avala".
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La reciente toma feminista en la casa central de la UC.
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-¿Qué reflexión hace de los cuatro días de la toma feminista de la UC?
Me encantaría ser joven de nuevo y estar en primera fila con las cadenas en la mano en la puerta de la universidad.
-¿Eso estaría haciendo usted hoy?
-De todas maneras (repite tres veces, cada vez con mayor énfasis). Pero si ya estuve ahí. Es totalmente válido, sobre todo en la escuela de Derecho de la Católica. Ahora, desde mi madurez, me dan ganas de ir a abrazarlas a todas y decirles: pucha, cabras, denle nomás, esto es lo que hay que hacer en este mundo. Es lo único que importa: nuestro rol. Cómo es posible que nos hayan quitado tanto espacio.
-¿Debió haber pasado antes?
-Mira, yo soy discípula de Lola Hoffman, una mujer muy sabia que fue muy importante en mi generación. Ella nos decía: alerta al espíritu reinante del tiempo. Nosotras fuimos contratiempo; estas cabras están en el tiempo. Es lo que hay que hacer.
-¿Qué piensa del feminismo?
-Que ha sido tremendamente exitoso y muchas veces me sorprenden estas backlash, como José Antonio Kast que opina unas cosas que uno dice: no puede ser verdad que diga una cosa así. Lo mismo cuando veo a Donald Trump. En todas partes está esta backlash. Mal que mal, el hombre está cediendo poder.
-¿Cómo ve al hombre chileno en este terreno?
-Tratando, pero entendiendo muy poco. Desconcertado. Y a la mayor parte no le interesa.
-¿Que debiéramos entender los hombres?
-Deberían pensar que nosotras queremos que nos quieran, igual como hemos querido siempre, que nada de eso ha cambiado. Que nosotras sí los queremos querer, pero queremos ser pares y que nuestro rol sea valorado. El feminismo, como lo entiendo y como lo entienden las pensadoras, es con los hombres. Esto es súper importante: no es contra ellos. Al contrario, no podríamos vivir sin ellos.