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El cacique Emilio Fiagama muestra la naturaleza en el sendero más fomoso de El Manantial. Crédito: Jorge López Orozco

Florencia de Caquetá, el hogar de la Manigua

La reconversión del territorio sur de Colombia hacia la paz ha provocado que tradiciones indígenas, reservas ecológicas comunitarias y alimentos de las selvas amazónicas sean lo más nuevo del turismo en este país. Es el caso de este lugar verde y hermoso, ubicado a 590 kilómetros de Bogotá.


A cada segundo, y a medida que el avión desciende, el paisaje se pone más verde en la ya siempre verde geografía de esta nación que pareciera no tener límite en sus atractivos. En los últimos años, debido al proceso de paz, algunos olvidados territorios de esta "nueva Colombia" surgen a la luz con sus propias historias y paisajes.

Es el caso de Florencia, capital del departamento de Caquetá y distante a 590 kilómetros al sureste de Bogotá, donde el avión llega tras hora y media. Durante décadas tildada como "zona roja", aún contarle a algún colombiano la idea de viajar a este sitio provoca cara de sorpresa. Sin embargo, desde hace poco menos de diez años, Florencia ha dejado atrás a las malas noticias y se ha ido abriendo a ser uno de los grandes atractivos en el mapa turístico colombiano.

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Caquetá

Florencia tiene 150 mil habitantes. Crédito: Jorge López Orozco[/caption]

"¡Bienvenido a la puerta de oro de la Amazonía!", dice sonriente Diana Tamayo, del Programa de Alianzas para la Reconciliación de USAID y ACDI/VOCA. Se trata de una cooperación internacional que busca promover la confianza en los territorios que fueron de conflicto. Diana oficia de anfitriona del viaje. Ya fuera del aeropuerto Gustavo Artunduaga, el calor húmedo traspasa y obliga a amistarse rápidamente con el sudor. Florencia, de sólo 150 mil habitantes, mezcla bajas edificaciones y cerros verdes. La vida se siente apacible.

Almorzando en el río

Dufrán Macías, dueño del restaurant La Calera, es uno de los pioneros en el turismo en Florencia. Recibe a todos los que llegan como si fueran amigos de larga data. Los comensales toman asiento junto a las mesas que dan a una espectacular vista al caudaloso río Hacha -principal afluente de la ciudad- y a frondosas montañas que aceleran la sensación de estar en la frontera del portentoso Amazonas. Es mediodía y su local se comienza a llenar.

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Caquetá

La cachama asada, uno de los platos típicos de la zona. Crédito: Jorge López Orozco[/caption]

"Hace tres o cuatro años hay un aumento constante de visitas, yo las atiendo a todas como en mi casa", cuenta Dufrán mientras despacha enormes platos que se han transformado en su sello, como el sancocho de gallina o la cachama asada. Esta última preparación compuesta por un pirarucú -pescado amazónico que puede alcanzar hasta tres metros de largo- y acompañado de piña asada, queso fundido y patacones.

En La Calera se puede convivir con pequeños monos ardillas que se acercan confiados a recibir trozos de bananas, se puede observar antiguas caídas de agua o meditar en medio del bosque local: el piedemonte andino-amazónico que se alimenta con más de 4.500 milímetros de lluvias anuales. El silencio natural se quiebra: "¿Ya le picó la Manigua?", pregunta una mujer.

Paz y prosperidad

El espíritu de la selva y su embrujo -denominada acá como la "Manigua"- se comienza a sentir. De tanto será nombrada por los locales durante el viaje. La naturaleza es omnipresente y ha formado una profunda relación con las personas que conviven con ella: desde los pueblos originarios hasta las sucesivas oleadas de colonos que vinieron de Antioquia, el Atlántico o Bolívar para trabajar el caucho a comienzos del siglo XX, cuando este material se convirtió en una verdadera fiebre.

Caquetá es una tierra rica. Desde el petróleo, oro y piedras preciosas que la selva tiene y donde grandes corporaciones han puesto sus ojos, hasta en la enorme ecodiversidad que mantienen sus extensos mantos verdes de bosques premontanos y piedemontes, con alrededor de 290.818 hectáreas que viven en constante peligro por la deforestación, erosión de los suelos y la extensión de las áreas urbanas. Pero así como hay quienes ven en todo ello un capital para extraer, otras personas ven en la Manigua un sitio para dar y recibir.

Desde hace dos décadas un conjunto de diez organizaciones sociales formó Agrosolidaria, comunidad que fomenta la economía solidaria, el comercio justo y la producción agroecológica, mucho antes que estos conceptos se volvieran una moda planetaria. Son más de 250 familias campesinas unidas que venden productos. Los frutos amazónicos como el arazá, cocona, copoazú, camu camu, sacha inchi o el cacao maraco son ofrecidos en una Eco Tienda, en el barrio Torasso, a donde nos dirige Diana Tamayo.

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Caquetá

Un colorido microbús de Florencia, ciudad que conserva su alma provinciana. Crédito: Jorge López[/caption]

Al interior del sencillo local, tres jóvenes explican los beneficios de estos superalimentos ricos en omega-3 y vitaminas C o E, que ayudan a controlar el colesterol, retrasar el envejecimiento o reducir el asma. Todo este trabajo mancomunado ha fomentado la generación de confianzas y evitar ese clima que durante la "época dura" provocó prácticamente la desintegración del tejido social caqueteño. Ricardo Calderón, director ejecutivo de Agrosolidaria, explica: "No queremos más violencias, lenguaje de odios o resentimientos".

La paz les ha dado una prosperidad real con importantes excedentes de en los últimos tres años. Además, ha fomentado la generación de nuevos profesionales mediante importantes programas de reforestación con 30 mil nuevos árboles nativos durante este año.

En la Maloka

"Hace 20 años atrás todo lo que vemos eran pastizales. Ahora hay grandes bosques y han vuelto los animales originarios", revela el biólogo Fernando Hoyos Cardozo, dirigente de la Reserva Natural Comunitaria El Manantial, a sólo cinco kilómetros de Caquetá.

Fue hace dos décadas cuando 72 familias decidieron comprar 45 hectáreas de territorio para fundar en ella sus residencias y conservar la naturaleza, reforestando la tierra depredada por el ganado. Cuesta imaginar todo esta actual foresta amazónica como yermos pastizales, pero esta historia de recuperación estuvo teñida por esfuerzos que pudieron costar, incluso, la vida de sus fundadores.

"Me tuve que ir por varios años, ya que fui amenazado por los paramilitares", señala Fernando. Los inicios de El Manantial fueron a los tumbos. Primero compraron el territorio a un latifundista privado. La negociación tardó y cuando el negocio estaba hecho, llegaron al sector los combatientes de las FARC cobrando un precio "extra" a la comunidad. Al no tener ese dinero, solicitaron a la guerrilla cancelarlo en cuotas, cuestión que fue aprobada. Poco después aparecieron los paramilitares –cruentos enemigos delas FARC-, que acusaron a los líderes de la comunidad como colaboradores de sus antagonistas. La directiva fue amenazada de muerte. Todos emigraron, pero Fernando, luego de unos años, volvió. No pudo olvidar a la Manigua.

El Manantial desde hace varios años vive en paz. Tiene casas coloridas en la que se puede alojar junto a familias locales, escarpadas calles de tierra donde todos se saludan por el nombre, pisciculturas caseras y árboles frutales y, en mitad del cerro, una inmensa choza construida con fibras naturales.

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Caquetá

El cacique koreguaje, Pedro Valencia, le sonríe a su nieta. Crédito: Jorge López Orozco[/caption]

Es la Maloka comunitaria del pueblo originario Uitoto, que durante la noche se abre a los visitantes para participar de las conversaciones que reviven la memoria indígena. Así lo explica el cacique Emilio Fiagama. Luego entrega un cuenco lleno de un polvo verde llamado Mambe, un extracto de hoja de coca tostada mezclada con hojas de yarumo: una vez puesta en la boca, se mezcla con el Ambil -una jalea picante hecha de hojas de tabaco hervida. Se forma una pasta que se deja al costado de la cavidad bucal.

El efecto es casi inmediato: cansancio y hambre desaparecen, mientras las historias de Emilio develan los orígenes mitológicos de su cultura. Durante el "mambeo", se comparte la palabra entre los participantes. "Esto no es una civilización, es una acabadura (sic) de vida. Acá no se valora el conocimiento indígena", señala Emilio. Los Uitotos fueron desplazados hace años de sus campos debido al conflicto armado y fue en El Manantial donde reencontraron un terreno fértil para mantener sus profundas y desconocidas tradiciones milenarias.

Lo mismo ocurrió con los Koreguajes, de los cuales los Uitotos eran enemigos y que hoy conviven cordialmente como vecinos. Así lo narra el cacique Pedro Valencia, ataviado con collares y un tocado de plumas. Él es el encargado de mantener sus tradiciones basadas en la paz y el equilibrio espiritual, nociones que comparte con los visitantes de su propia maloka, ubicada cerro arriba.

El bautizo

A la mañana siguiente, tras un desayuno con chocolate de copoazú, huevos azules, casabe (arepa de yuca típica comunidad indígena), queso caqueteño y pan en horno de barro, hay energías para el trekking de cuatro horas por el sendero ecológico Moniya Mena ("Árbol de la Abundancia"), principal atractivo de El Manantial.

Acompañados por guías locales, por el biólogo Fernando Hoyos y el cacique Emilio Fiagama, se inicia una caminata por la parte baja de un cañadón al que se llega tras un escarpado descenso. Allí Emilio efectúa una sencilla ceremonia solicitando permiso a la Manigua para caminar por sus senderos.

La ruta, entre paredes rocosas y riachuelos, se va adentrando hacia las profundidades de la selva hasta llegar a la "Maloka de Piedra", serie de cuevas en que vive la peculiar rana de cristal, con su piel translúcida que permite ver sus órganos internos. En la oscuridad de la caverna, una cascada de agua cae de quién sabe dónde. Entre el calor y la emoción, cada visitante es invitado a colocarse bajo el tibio chorro de agua. Al salir de ese trance acuático y feliz, Fernando Hoyos dice: "Te ha bautizado la Manigua". Es en ese momento donde todo el viaje hace sentido y el encanto de esta tierra, del que tanto se habla, se vuelve una realidad.

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