Gabriel León: "Los niños hacen las mejores preguntas científicas"
Este bioquímico siguió el consejo de su hija y escribió un libro de ciencia para niños. En él están algunas preguntas típicas de los niños que papás o mamás no saben contestar, como qué es el hipo o por qué tenemos distinto color de piel. En esta entrevista habla de la curiosidad infantil y pide a los científicos que salgan del laboratorio para hablar de ciencia, que es a lo que hoy se dedica.
"Papáaa", gritó la niña mientras se daba un baño con espuma, como si algo terrible pasara. Cuando su papá -Gabriel León (43)- entró a ver qué pasaba, ella le preguntó: "¿Por qué se nos arrugan los dedos cuando estamos bajo el agua?". León, sorprendido con la pregunta, balbuceó una respuesta, pero terminó reconociendo que no tenía idea. "Lo voy a averiguar", le dijo.
Al día siguiente, en vez de trabajar en un paper que debía entregar con urgencia, este bioquímico y doctor en biología celular y molecular se pasó la mañana leyendo artículos científicos sobre el tema. Otra vez se sorprendió al constatar que había bastante investigación y lo que parecía una inocente pregunta infantil era objeto de investigación seria y sistemática. Esa mañana, León se convirtió en un experto en dedos arrugados y le pudo dar una respuesta a su hija. "Tú deberías escribir un libro sobre las cosas raras que le pasan al cuerpo", le dijo ella de vuelta. Él se quedó pensando que era una buena idea.
León cuenta esta anécdota en el prólogo de ¿Qué son los mocos? Y otras preguntas raras que hago a veces, el libro que le recomendó escribir su hija a los 8 años y que contiene las respuestas a las típicas preguntas que tienen las niñas y niños a esa edad y que se lanza hoy a mediodía en la librería del GAM. El libro está narrado en la voz de una niña y cada tema está acompañado con ilustraciones de Paula Balbontín. Este es el tercero de comunicación científica de León, después de La ciencia pop 1 y 2, que vendieron más de 30 mil ejemplares.
Este bioquímico que derivó a comunicador de ciencia se dedicó durante un año a recolectar preguntas que los niños le hacían en las charlas que dio de Iquique a Punta Arenas, y otras que le mandaban a través de redes sociales: ¿Por qué la noche es oscura?, ¿por qué tenemos ombligo?, ¿sienten sed los peces?, ¿por qué la cebolla nos hace llorar? Para muchas de ellas no tenía la más mínima respuesta.
-¿Es difícil para el ego de un científico decir "no sé"?
-No, de hecho todo el tiempo no sabemos. Creo que es al revés de lo que la gente piensa: los científicos vivimos con una parte en la incertidumbre y la mayoría del tiempo estamos seguros -o más o menos seguros- de algunas cosas, pero nuestro trabajo es no saber, porque si supiéramos no generaríamos conocimiento.
León dice que ponerse como blanco de escolares que disparan preguntas es un desafío que le da placer. "Los niños son los que hacen las mejores preguntas científicas. ¡Tienen un desparpajo! Les importa un carajo lo que uno crea de sus preguntas, tienen un genuino interés por la respuesta y nunca te preguntan para lucirse ellos, te preguntan porque no saben, no como los adultos, que muchas veces te preguntan para lucirse".
-¿Qué te preguntan los adultos?
-A los adultos les da vergüenza no saber. Me pasa mucho que se quedan hasta el final de las charlas y me dicen "profesor, me quedé hasta el final porque le quería hacer una pregunta, pero me da lata hacerla en público porque puede parecer tonta". Y siempre son fantásticas. Tenemos un miedo terrible a no saber, probablemente porque en el colegio si no sabes te ponen un 1, y doce años de esa cultura genera adultos con miedo a hacer preguntas y a no saber las respuestas, lo que es bien heavy, porque finalmente son las preguntas lo valioso, ése es el alimento del científico.
-En el libro dices que los niños se aproximan al mundo usando la curiosidad. ¿Los niños hiperconectados de hoy siguen siendo curiosos?
-Sí, claro. De hecho, pueden canalizar esa curiosidad por un montón de otras partes, hoy tienen muchas herramientas más que nosotros y lo importante es que aprendan a usarlas. Tú puedes usar internet para un montón de cosas, pero el aprendizaje más lindo es cómo se descubren las respuestas, el famoso "el método científico". Ese ejercicio en el que los científicos nos embarcamos de manera eterna de ir haciéndonos preguntas a partir de observaciones, generar hipótesis, hacer experimentos y a partir de eso llegar a conclusiones, nos permite contestar una pregunta, pero después aparece otra. Y ese ejercicio los niños permanentemente lo hacen cuando descubren el mundo.
-¿Y cómo es hacer comunicación científica para niños?
-Es lejos lo más difícil. A los más chicos tienes que contarles algo que les interese, pero además en un lenguaje en el que te puedan entender y con una narrativa que logre transmitir un mensaje que a ellos les haga sentido. Y los más grandes están cada uno con un celular, tienes que ser más entretenido que cualquier cosa que puedan ver ahí. Lo que yo aplico en la divulgación científica es ciencia de contrabando.
-¿Cómo es eso?
-Te trafico ciencia sin que te des cuenta. En clases contaba una historia de Star Wars y les enseñaba el transporte de proteínas, o les contaba una historia de fútbol y les hablaba de contracción muscular. Eso me funcionaba muy bien.
-¿Crees que aún existe la idea de que la ciencia es una lata?
-Sí, todavía hay un estigma muy grande. Se tiende a creer que la ciencia es la verdad, como "los científicos dicen tal cosa", y la ciencia no es eso, es una forma de pensar, una herramienta para tratar de entender al mundo que tiene ciertos alcances y limitaciones. Hay cosas que hacemos muy bien: los físicos pueden predecir todos los eclipses de sol de aquí a 50 años con una precisión pasmosa; sin embargo, aún no somos capaces de saber qué te va a pasar a ti si te doy una droga en particular, porque ahí hay grados de incertidumbre todavía. Lo segundo, quiénes son los científicos. Tú vas a un curso de quinto básico, pides que dibujen a un científico y ¿qué van a dibujar? Hombres, viejos, pelados y con delantal. Se van a imaginar a Einstein o a Sheldon Cooper, de The Big Bang Theory; no hay mujeres en la ciencia, no hay hombres jóvenes, no hay trabajo en campo, no hay trabajo en equipo.
-¿Por qué está ese imaginario?
-Creo que tiene que ver con algo cultural, con cómo se muestra a los científicos en las películas, por ejemplo. Difícilmente la gente se va a sentir cercana a la ciencia y quién va a querer elegir una carrera donde todo el mundo es raro, viejo, pelado y con delantal. Nadie. Es súper importante que los estereotipos respecto de los científicos cambien, y cuando eso ocurra las niñas elegirán carreras científicas, porque verán que hay otras mujeres ahí. Por eso es importante mostrar a mujeres haciendo ciencia y por eso en la portada del libro hay una joven científica. También es relevante que los científicos cambiemos esa imagen y salgamos a hablar en público, que nos atrevamos a hacerlo. Lo hacemos poco. Tengo muchos amigos que en un asado prefieren decir que son profesores en vez de científicos, porque no saben explicar qué hacen, porque nunca nadie les enseñó. Parte importante de lo que hace un científico es explicar lo que hace.
Cuestión de suerte
Gabriel León es un científico que cree que la suerte tiene mucho que ver en que se convirtiera en un comunicador de la ciencia. Una mirada optimista, considerando que el evento que lo llevó a ser lo que es casi le provoca la muerte.
León dirigía un laboratorio de investigación en la UNAB con todo lo que eso implica: responsabilidades administrativas, postulación a proyectos, hacer clases y publicar papers, una carga que se volvió muy pesada. "Descubrir cosas era secundario al lado de publicar y manejé muy mal el estrés y las presiones. Cumplir con expectativas que no tenía ganas de cumplir se convirtió en una agobio", dice.
En julio de 2014, León estaba en un congreso en Lisboa, Portugal, y se descompensó. "Llegué al hospital con una fibrilación atrial, con 190 de pulso, una arritmia salvaje… y casi me morí", cuenta. Pasó nueve horas en urgencia y estuvo tres días hospitalizado, solo. En ese momento resolvió que su estilo lo iba a matar, "y no me quería morir joven", dice. Tres meses después dejó la academia.
Recuerda León: "Le dije a un amigo: 'mi sueño de ser científico llegó hasta acá. No me la puedo con esa vida'".
Un par de meses más tarde, la directora del Centro para la Comunicación de la Ciencia, de la UNAB, dejó el cargo y se lo ofrecieron a él. "Qué suerte y qué oportuno", pensó. Durante dos años hizo cosas nada que ver con su anterior vida científica: dio charlas de ciencia, creó guiones para televisión, escribió libros, produjo eventos… y se fascinó.
A fines de 2017 decidió hacer lo mismo pero fuera de la universidad, y se independizó. "Una locura. Me encontré con un amigo en el metro que me tomó del hombro y me dijo: 'hueón, ¿qué estás haciendo?, ¿de qué vas a vivir?'. Para él era imposible imaginarse a un científico de pipeta viviendo fuera de una universidad. ¡Y hay vida fuera de la academia para los científicos! Estoy impresionado de la cantidad de cosas distintas que he hecho y lo he pasado muy bien", dice.
-¿Tienes referentes en esa labor?
-Carl Sagan, sin lugar a dudas. Él tenía una profunda y amplia visión de la ciencia, no estaba enamorado de las conclusiones; él sabía que el cerebro humano se equivoca, que la ciencia tiene límites y que hay un porcentaje importante de incertidumbre. La razón por la que él comunicaba ciencia la comparto completamente: democratizar el conocimiento. Él siempre contaba que durante la época de esclavitud en Estados Unidos estaba prohibido enseñarles a leer a los esclavos, la ignorancia era control; y decía que con la ciencia pasa lo mismo: si no sabemos nada de ciencia estamos a merced de charlatanes de todo tipo. Tenemos que ser capaces de cuestionar de manera responsable a las autoridades. Sagan decía que la cultura científica te da poder.
-¿Cómo ves lo que se está haciendo acá?
-Hay muchas personas que se atrevieron a empezar a comunicar lo que hacían, María Teresa Ruiz, el profe José Maza, Andrés Gomberoff, Andrés Navas, de la Usach, que hizo un libro de matemáticas. ¡Un libro de comunicación matemática! No sé si a alguien se le hubiera ocurrido, pero funcionó. Es gente que de manera natural cuenta buenas historias, pero es momento que dejemos de depender de esos talentos naturales: esas habilidades se pueden aprender y ése es un desafío para las universidades que están formando los científicos del futuro.
-¿Qué te parece lo de José Maza, que llena teatros?
-Como fenómeno lo encuentro fantástico. Creo que hay que aprovechar esta efervescencia para que más científicos se atrevan a hacer comunicación de la ciencia y vean el valor que tiene. El otro día hablaba con un científico gringo y me contaba que su último paper se hizo más conocido a través de Twitter que en las redes que él maneja regularmente. Y hoy las revistas ya tienen los marcadores de cuántas veces un paper se comparte en redes sociales, que se han convertido en un vehículo para comunicar ciencia.
-¿Por cuánto tiempo te ves haciendo esto?
-Hoy tengo claro que quiero hacer esto por ocho o diez años más y después quiero ser panadero o fotógrafo en Pichilemu, porque me quiero ir a vivir para allá. Y lo digo con absoluta seriedad.
-¿Por qué panadero?
-El pan tiene mucha ciencia, son levaduras que fermentan azúcares complejos que están en la masa, tiene propiedades mecánicas especiales y un proceso donde los sabores y las texturas cambian a medida que hay un proceso de fermentación que puede ser más rápido o más lento. Y tiene una cuestión muy romántica: el pan es el primer alimento complejo que hicimos como especie. Además, la palabra compañero, que es muy linda en nuestro idioma, viene de compartir el pan. Es decir, tiene belleza y ciencia, y eso me fascina.
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