Hartos de la pandemia : La fatiga emocional y mental que se apodera de la crisis
El estrés y la ansiedad provocados por el encierro sostenido, la incertidumbre y el bombardeo de reportes sobre enfermos y fallecidos están generando un creciente desgaste. Algunas personas están optando por limitar su consumo de noticiarios televisivos, mientras en redes sociales decae el volumen de discusiones en torno al coronavirus. Un analista británico también plantea que la pandemia es sólo la más reciente de una seguidilla de crisis que no han dado tregua este siglo y que han generado una fatiga provocada por el miedo constante.
Carolina Venegas (41) es sicóloga de una empresa del rubro financiero y trabaja en el área de reclutamiento de personal. Tal como muchos chilenos, al inicio de la pandemia ella no se despegaba del televisor: “Veía los matinales, esperaba las cifras del reporte epidemiológico de las 10 y después seguía con las noticias. Almorzaba viendo los noticieros de la tarde y en la noche, otra vez veía un poco más”. Hoy, cuando el país ya suma más de 280 mil casos y sobre 5.700 fallecidos, su rutina es totalmente distinta: “No estoy viendo nada de nada. Sólo una pasada muy a la rápida por Twitter y sin quedarme en los detalles. El otro día mi hermana me llamó y me dijo ‘Caro, prende la tele que se va el ministro’. ‘No, cuéntame después, pero no quiero mirar nada’, le respondí”.
La profesional aún recuerda el momento exacto en que se hartó de la andanada informativa de la pandemia: “Cuando se decretó la cuarentena en Santiago. Ahí sentí que se fue todo a la B y que no quería saber nada más. Fue heavy y me dije ‘chuta, ahora se pone complicado en los suministros, hay que comprar ahora, esta cuestión se viene heavy y no tiene para cuándo’. Yo vivo en Ñuñoa, la comuna de la cuarentena eterna...”. Carolina ahora ve más bien programas misceláneos y un par de teleseries, además de escuchar música mientras trabaja. El diagnóstico de su entorno le indica que muchos de sus colegas y familiares están pasando por un proceso similar: “Toda la gente somatiza; hay alteraciones del sueño y dolores de espalda”.
La observación de esta profesional no es errada, porque estudios internacionales, además de análisis de investigadores extranjeros y nacionales, están dando cuenta de un evidente desgaste emocional y sicológico provocado por la imparable seguidilla de reportes sobre fallecidos e infectados, las cuarentenas interminables y el caos económico. Pedro Maldonado, neurocientífico de la Universidad de Chile, concuerda en que la experiencia de Carolina no es un caso aislado: “Hay una aparente ansiedad generalizada, producto de la amenaza que todos sentimos con respecto al virus. Un mecanismo para reducir esta ansiedad es la búsqueda de información relevante, para poder tomar mejores decisiones. Sin embargo, los medios, internet y las redes sociales contienen una enorme cantidad de información, que además aparece muchas veces como contradictoria, por lo que tiene el efecto contrario de aumentar nuestra ansiedad”.
Australia y Estados Unidos fueron algunos de los primeros países que detectaron este desgaste ligado a la pandemia. A fines de abril, un reporte de Pew Research Center señalaba que el 71% por ciento de los estadounidenses manifestaba la necesidad de hacer pausas periódicas en cuanto a su consumo de noticias sobre el coronavirus, mientras el 41% aseguró que las informaciones afectaban negativamente su salud emocional. Además, el 50% afirmó que le era difícil distinguir lo cierto de lo falso entre los contenidos que circulan sobre la pandemia. Los resultados son similares a los de una investigación publicada en mayo por la Universidad de Canberra, en Australia: el 52% de los encuestados dijo estar “cansado” de escuchar sobre el Covid-19, y el 46% señaló que la cobertura ya le resultaba “abrumadora”.
Para los autores de este sondeo, hay índices que llaman la atención: las mujeres se muestran más propensas que los hombres a sentir ansiedad frente a los informes sobre el coronavirus (59% versus el 44%), una diferencia que también se da entre la generación Z –los nacidos entre 1997 y 2012- y los llamados baby boomers y los mayores de 74 años (56% contra 41%). Caroline Fisher, subdirectora del Centro de Investigación de Noticias y Medios de la Universidad de Canberra y coautora del informe, comenta a Tendencias que esta última diferencia se explica porque la gente joven “que empieza a vivir sola y aquella que ha perdido sus trabajos” siente más estrés y preocupación por lo que les depara el futuro.
La académica precisa que la necesidad de tomar distancia de toda la negatividad ligada a la pandemia no sólo obedece al volumen de reportes que circula vía internet y otras plataformas, sino que también al contenido de los mismos. “En este momento todo lo referido al Covid-19 afecta directamente la vida diaria de cada uno de nosotros. La naturaleza misma de toda esta crisis hace que gran parte de la cobertura sea negativa y eso incide en que la gente se preocupe por sí misma y también porque sus seres queridos contraigan el virus. Como resultado, las personas se sienten desgastadas”, explica Fisher.
Ignacio Puebla es sicólogo y jefe del departamento de cultura de seguridad de la Mutual de Seguridad. Tanto en su trabajo como en su círculo más cercano han conversado sobre la fatiga emocional y mental que ya se ve en la comunidad, en la que se mezclan factores como el confinamiento sostenido y los problemas económicos. Todo esto, explica el sicólogo, se une con la hiperconectividad que hoy propician los dispositivos electrónicos para generar un fenómeno bautizado como “infoxicación”, conocido más “formalmente como ‘sobrecarga informativa’, o lo que se ha publicado últimamente en algunos artículos sobre ‘infodemia’, la cual es resultado de la sobresaturación de información sobre lo ocurrido en este pandemia, donde muchas veces se comparten noticias falsas o teorías conspirativas, lo que genera un aumento en la sintomatología de ansiedad y percepción de estrés”.
El bombardeo 24/7 de informaciones y también de noticias falsas –como aquella que decía que las antenas de telecomunicaciones 5G propagaban el virus- explicaría que incluso las redes sociales estén dando indicios de un agotamiento generalizado. Evoke Kyne, una firma especializada en comunicaciones y salud con sedes en Estados Unidos y Europa, analizó las conversaciones sobre la crisis que se dieron en estas plataformas, y su conclusión fue clara: los diálogos globales en torno al Covid-19 cayeron un 65%, pasando de 204 millones de menciones semanales a mediados de marzo, a sólo 71 millones a fines de mayo.
“Definitivamente, estamos viendo que en las redes sociales la gente quiere escuchar sobre algo más que el Covid-19. Pienso que eso se debe a la fatiga de que semana tras semana todo se vea consumido por el coronavirus. La gente en general desea escuchar otras cosas, como las buenas noticias que también aparecen en las redes sociales”, señaló en un comunicado Kate Callan, jefa de medios sociales de Evoke Kyne.
Para algunos investigadores, este desgaste global es la consecuencia de un fenómeno más profundo que se remonta varios años. Se trata de una dinámica que, incluso, explicaría por qué alguna gente hace caso omiso de las instrucciones de las autoridades de quedarse en casa. Matthew Flinders, profesor de política y director del Centro Sir Bernard Crick para la comprensión de la política en la Universidad de Sheffield, bautizó este fenómeno como “la fatiga de la crisis”. La idea central de este académico, publicada por primera vez en una columna del portal The Conversation y que luego motivó una entrevista en la revista Wired, es que en los últimos años la noción de las crisis se ha vuelto una “nueva normalidad”, especialmente para los más jóvenes que parecen ser los más propensos a violar las medidas sanitarias. De hecho, según un reporte de Carabineros, en Chile más de la mitad de los detenidos por violar las actuales cuarentenas tienen entre 18 y 30 años.
“Es el cansancio que surge como resultado del miedo constante que se asocia con las repetidas alarmas sobre diferentes crisis, desastres o catástrofes”.
Matthew Flinders
“Luego de dos décadas que prácticamente se han visto definidas por olas tras olas de distintas crisis, es posible que el público simplemente se haya vuelto inmune a las advertencias de los políticos y que, además, desconfíe habitualmente de sus aseveraciones”, escribe Flinders en su columna. Para él, este fenómeno es sociopolítico: “Es el cansancio que surge como resultado del miedo constante que se asocia con las repetidas alarmas sobre diferentes crisis, desastres o catástrofes. También se refiere al debilitamiento de las estructuras políticas o sociales, causado por narrativas constantes sobre un colapso inminente. La disminución de los niveles de confianza en los políticos, las instituciones políticas y los procesos políticos representan una seguidilla de crisis que gradualmente socavan la confianza del público en que sus representantes realmente tengan la capacidad de responder”, añade el investigador.
El “fuego líquido”
Desde Inglaterra, Flinders explica a Tendencias el razonamiento que lo llevó a delinear su tesis. “Todos hablan sobre el coronavirus, lo cual es perfectamente comprensible, pero lo que nadie parece apreciar es que este es sólo el último episodio de una tormenta casi imparable de diferentes crisis. Esto plantea varias preguntas sobre la fatiga de la crisis, ya que es comprensible que la gente empiece a rechazar o a ignorar las historias sobre un colapso inminente, con el fin de, simplemente, disfrutar de sus vidas. De cierta manera, es una especie de amplificación de esa famosa paradoja en la que, si le dices a una persona que su estilo de vida es tan poco saludable que podría terminar matándola, lo que a menudo ocurre es que la conducta de ese individuo empeora, ya que siente que no tiene nada que perder”, señala el académico.
Tras el inicio de este siglo, indica Flinders, el mundo y en particular la generación más joven han enfrentado una seguidilla de quiebres: colapsos financieros, migraciones masivas de refugiados, revoluciones violentas en Medio Oriente, amenazas terroristas constantes y una sucesión de epidemias, como la del SARS en 2003, la gripe aviar en 2005, la gripe porcina en 2009, el MERS en 2012, el Ébola en 2014 y ahora el Covid-19. A estas patologías, ahora hay que sumar los recientes reportes provenientes desde China sobre una nueva variante de la gripe porcina que podría generar otra pandemia. En minutos, Twitter y otras redes sociales se llenaron de memes que aludían a un “fin inminente” de la civilización.
Los más jóvenes, plantea Flinders en su columna, “absorben estas narrativas cargadas de pesimismo sobre la globalización y sufren por la expansión de la precariedad económica. Escuchan sobre la ‘muerte’ o el ‘fin’ de la democracia y el catastrófico cambio climático”. Por este motivo, Flinders recalca a Tendencias que el coronavirus “añade una capa extra de presión, tensión y estrés en secciones de la sociedad que ya se sentían ansiosas o que luchaban por sobrevivir”.
En otras palabras, asegura, hoy mucha gente vive todo el tiempo con miedo, por lo que incluso alude al concepto de “fuego líquido”, acuñado por el fallecido filósofo polaco-inglés Zygmunt Bauman. Según este pensador, se suponía que la “modernidad sería el período de la historia humana en que los miedos que habían impregnado la vida social en el pasado serían dejados atrás y los humanos podrían, al menos, tomar control de sus vidas y domar las fuerzas incontrolables del mundo social y el natural”. En cambio, reflexiona Flinders, hoy el mundo sigue viviendo en constante ansiedad por la amenaza que acecha en ese maletín que alguien abandonó en el aeropuerto, la sequía o por un vecino que tose o estornuda, lo que genera una dinámica riesgosa.
“Las sociedades pueden agotarse y eso es peligroso, ya que pueden surgir sectores populistas que prometen soluciones simples a problemas complejos”, comenta el académico a Tendencias. En esa dinámica del desgaste, la información juega un rol clave: “Hay un problema en torno a los medios, internet y las noticias 24/7. Existe una batalla constante para conseguir televidentes, auditores o retuits, y eso crea un énfasis en el sensacionalismo y el drama. Hay mucho ruido mediático y falta escuchar de manera más democrática”.
El analista británico recalca que este proceso de agotamiento está claramente ligado a la falta “de confianza en los representantes gubernamentales y en una visión casi nihilista del mundo”. Para Flinders, esto es lamentable porque “si hay algo que ha demostrado la historia humana es la capacidad de las personas de reagruparse y responder”. En esa habilidad estaría la clave para salir adelante, porque, según el investigador, el Covid-19 ha demostrado lo imposible que resulta enfrentar los desafíos y riesgos colectivos como meros individuos.
“Mi sensación es que mucha gente que ha estudiado por décadas el capital social quizás esté muy sorprendida al ver que lo que el Covid-19 ha revelado es un apuntalamiento latente del tejido social y los lazos, donde comunidades, vecindarios y familias se han unido, han hecho cosas y se han alentado no en torno a una cierta bandera, sino que en torno al otro, en maneras que quizás nadie pudo haber predicho hace seis meses”, señala el analista inglés en Wired.
Un organismo estresado
Ricardo Ojeda tiene 70 años y vive en Santiago. Hace tres décadas se separó de su esposa Rosa Labourdette, pero en 2015 ambos volvieron a reencontrarse luego de que él sufriera un accidente cerebrovascular. Ella empezó a viajar casi todos los fines de semana desde San Felipe para verlo porque él vivía solo. Entonces, llegó la pandemia, las cuarentenas y los cordones sanitarios que trastocaron por completo el contacto entre ambos.
A raíz de la crisis, Berna Ojeda tuvo que tomar una decisión sobre su padre: “Le dije que se quedara conmigo hasta que pasara todo. Hemos estado desde el 16 de marzo en cuarentena”, cuenta. Ricardo y Rosa siguieron conversando por teléfono, pero con el paso del tiempo él empezó a notar que ella hablaba más rápido, como si estuviera más nerviosa de lo común. Su voz le temblaba y les repetía tanto a Ricardo como a su hija que se cuidaran mucho. Rosa recuerda que le afectaban las constantes malas noticias, la intranquilidad personal y la situación en que quedarían sus hijos y nietos.
Entonces, a Ricardo se le ocurrió una idea para aliviar el estrés de Rosa, quien llama por teléfono dos veces al día. “Como a mi mamá le gustan los animales –ella es veterinaria jubilada-, él le iba a empezar a buscar noticias lindas sobre ellos”, cuenta Berna. A Ricardo le cuesta escribir, por lo que hace un punteo sobre informaciones positivas que luego comenta con Rosa, como la de un cachorro de león rescatado en Rusia. Ella también comenzó a rastrear reportes similares para compartir: “El sólo hecho de conversar y reírse les hace bien”, comenta Berna.
“Lo que comienzas a ver en los individuos que lidian con estrés crónico y tóxico es un mal dormir, mayor irritabilidad, dificultades para concentrarse y recordar, problemas en sus relaciones, tendencia a beber alcohol y un menor funcionamiento inmune”.
Adrienne Heinz, sicóloga clínica.
La estrategia de Ricardo y Rosa los ha ayudado a combatir el desgaste que provoca la crisis en el frente más crucial: el sicológico. Según los especialistas, el cuerpo humano y el cerebro están bien adaptados para manejar períodos pasajeros de estrés, pero usualmente colapsan ante eventos de ansiedad constante como el provocado por la pandemia. Adrienne Heinz, sicóloga clínica estadounidense especializada en salud mental ligada a traumas y desastres, explica a Tendencias que el organismo no puede sostener esa carga y eventualmente empieza a fallar: “Lo que comienzas a ver en los individuos que lidian con estrés crónico y tóxico es un mal dormir, mayor irritabilidad, dificultades para concentrarse y recordar, problemas en sus relaciones, tendencia a beber alcohol y un menor funcionamiento inmune”.
El cerebro evolucionó para estar en búsqueda constante de amenazas, explica a Tendencias la sicóloga clínica Mary MacNaughton-Cassill, profesora de la Universidad de Texas en San Antonio. Hace miles de años, ese peligro provenía quizás de una tribu enemiga, pero hoy esa respuesta se puede activar incluso por la cobertura televisiva de algún desastre. Eso explica, dice, por qué los humanos les prestan más atención a las cosas negativas que a las positivas. También ayuda a entender por qué cuesta tanto apartar la mirada y el mecanismo del desgaste que provoca una crisis permanente.
“Sabemos que frente a una amenaza puntual activamos nuestra respuesta de pelea o huida. Desde un punto de vista evolutivo, los estreses que tendíamos a enfrentar requerían una respuesta física, por lo que nuestro cerebro moviliza al cuerpo para que éste aumente nuestra capacidad para correr, pelear o esconderse. Nuestra presión sanguínea y el ritmo respiratorio aumentan, el flujo sanguíneo se redirige a los grandes grupos de músculos, nos enfocamos en el problema y suspendemos procesos como la digestión hasta que la crisis pase”, señala la experta.
La sicóloga añade que mientras el cerebro activa esta respuesta, el mensaje involucra hormonas como la adrenalina, la tiroxina y el cortisol. Este compuesto conocido como la hormona del estrés, dice MacNaughton-Cassill, impacta incluso en la formación de los recuerdos y también puede jugar un rol en la aparición del síndrome de estrés postraumático. “El estrés crónico puede impactar en nuestros patrones de sueño y sabemos que una falta de buen dormir se asocia con aumento de peso, así que termina impactando en la salud y bienestar de la gente”, dice la sicóloga.
Danilo Quiroz, director de la Fundación Neuropsiquiátrica de Santiago, plantea que, pese al desgaste mental que vive la población, la mayoría de las personas será capaz de sobrellevar esta crisis sin desarrollar problemas siquiátricos o emocionales mayores. La razón, afirma, es que la “existencia consiste en adaptarse, y el ser humano lo ha demostrado en muchas instancias. La mayor parte de las personas necesitarán apoyo, no psicoterapia o tratamiento psiquiátrico, sino que necesitarán ser escuchados, tolerados, apoyados, contenidos”. El siquiatra agrega que sólo un grupo menor –quizás aquellos que ya sufren alguna condición de salud mental- requerirá ayuda especializada: “Ellos tendrán que acceder oportunamente a tratamiento y se debe asegurar acceso al cuidado”.
Por ahora, Carolina Venegas prefiere mantener su estrategia de silencio informativo en torno a la pandemia. “Se lo he dicho a todos; es el minuto de apagar la tele y no saber más. Si me comentan una noticia, digo ‘oh, qué heavy’, pero no profundizo nada”. Ella conoce gente que oscila entre ver o no ver los reportes, pero aún así no claudica: “Siento que no hace una diferencia en mi vida saber si hay más contagios y más muertos. Sólo me genera estrés”.
Tips para combatir la fatiga
Ignacio Puebla, sicólogo y jefe del departamento de cultura de seguridad de la Mutual de Seguridad, y el neurocientífico Pedro Maldonado entregan algunos tips para combatir el desgaste de la pandemia.
Limitar el tiempo dedicado al consumo de noticias sobre el Covid-19
Puebla dice que la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda esta estrategia, ya que la pandemia “tiene un efecto directo en la sintomatología de ansiedad”. La clave es buscar “información en horarios específicos durante el día, una o dos veces como máximo”.
Dar espacio a la comunicación
“Las situaciones de aislamiento, sobre todo para las personas que viven solas, pueden ser dañinas a largo plazo. Por tanto, agendar vídeos, llamadas y comunicarse con otras personas de forma periódica puede ser un factor protector en estos tiempos”, indica Puebla.
Buscar ayuda en línea
Maldonado comenta que “el estrés es muy común en nuestra vida moderna, por lo que se ha estudiado bastante y hay muchas recomendaciones para manejar el estrés. Esta información es fácilmente accesible en sitios dedicados a salud mental”. Un ejemplo es PsiConecta, creado por expertos de instituciones como la Universidad Católica, U. de Chile y la Sociedad Chilena de Psicología Clínica, donde se abordan temas ligados a la pandemia. También se puede pedir ayuda en línea (https://www.psiconecta.org/).
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