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"He realizado dos eutanasias en Chile"

Gustavo Quintana, médico colombiano, visitó el país dos veces, donde, asegura, practicó -secreta e ilegalmente- dos de las 366 eutanasias que dice haber realizado en su carrera.


Gustavo Quintana es un médico colombiano de 71 años que, según su propio registro, ha realizado 366 eutanasias en distintas partes del mundo. Dos de ellas -asegura- a pacientes chilenos. Uno de La Serena y otro de Santiago, ciudades en las que estuvo hace un año y un año y medio, respectivamente.

"Han sido procedimientos secretos, con pacientes tan terminales que a nadie le extrañó que murieran", dice al teléfono desde Bogotá.

Generalmente, el estado de salud de estos pacientes es tal, que la eutanasia solo adelanta el desenlace y en muy raros casos se solicita investigar sobre su causa.

Colombia es el único país latinoamericano y uno de los cuatro en el mundo que tiene normas para este procedimiento, y él fue uno de los médicos invitados al congreso colombiano mientras se discutía la ley. Pero Quintana las realiza desde mucho antes de que la ley lo permitiera.

Con cinco años de formación en un seminario jesuita, cuenta que la primera eutanasia la realizó en la década del 80 y que su actuar en ningún caso lo convierte en un asesino o un sicario. "El asesino mata, quita la vida a quien quiere tenerla. El sicario mata porque le pagan a otro que no quiere morir. Para mí lo más importante es, desde el punto de vista ético, la decisión del paciente, que ya no puede recuperar su salud, que está sufriendo y lo que quiere es terminar con su vida", explica.

En un par de semanas se volverá a discutir en el Congreso un proyecto de ley para permitir la eutanasia. ¿Es necesario que los países cuenten con una?

El Estado tiene la obligación de defender la vida como un bien en general, porque es la única forma de que la raza humana sobreviva. Pero cuando se trata de una vida individual, de un individuo enfermo, que quiere morir y la ley no se lo permite, la corte en Colombia resolvió que la vida es un derecho y que este paciente puede ejercer ese derecho viviendo o muriendo. Con una ley, el Estado le devuelve al individuo, enfermo terminal, su autonomía para que decida qué hacer con su vida. Es un derecho insoslayable que no se debe ceder a ningún comité ético, de médicos, abogados, ni siquiera a nuestros hijos.

¿Cuántas ha realizado?

Hace dos días hice la número 366. He hecho dos en Chile, en La Serena y en Santiago. Lo he hecho en todos los países de Sudamérica, menos en Las Guayanas y en Brasil. También he viajado a Centroamérica, donde la ley no lo permite, todos pacientes que ya no tienen la posibilidad de recuperar su salud. Soy simplemente el Caronte que ayuda al individuo a terminar con su vida.

Quienes lo contactan, cuentan, pagan su pasaje y su estadía. Según él, ningún familiar de estos pacientes ha estado en contra de la decisión de su ser querido. Está consciente de que en los países donde no está permitido -como en Chile-, lo que hace es un delito y declara que le gustaría que lo enjuicien para demostrarles a los jueces la importancia de permitirla. "La cantidad de eutanasias que he hecho me da la autoridad moral para decirles al Estado y a los congresistas que he estado más cerca del corazón de esos moribundos".

¿Cómo se hace una eutanasia?

Siempre se debe realizar por vía endovenosa. Se usa un anestésico de última generación y un despolarizante cardíaco para que por efecto electrolítico se detenga el corazón. No hay una agonía dramática, en seis o 10 minutos la persona cumple con su deseo, sin dolor.

En pacientes con depresión, dice, se debe evaluar bien. En su experiencia solo ha eutanasiado a cinco personas con esta enfermedad. Todos mayores de 69 años, pese a que casi a diario le escriben pacientes con depresión de todas las edades. "Algún día se terminará considerando la depresión como un dolor moral, pero a veces puede ser tan enorme, que impida al individuo tener una vida digna, esas son personas que terminan su vida en sus propios manos. En el caso de mis pacientes, eran personas que lucharon toda su vida con antidepresivos para mantener su dignidad, pero que luego de tanto esfuerzo y sin resultados, consiguieron el apoyo de sus propias familias y pidieron descansar de su mal. Cuando son pacientes más jóvenes, me reúno con ellos para demostrarles que hay más alternativas de tratamiento. Nacimos para conseguir felicidad a cambio de mucha dificultad; siempre vale más vivir que morir, pero hay casos específicos en los que no es posible".

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