Héctor Abad Faciolince: Escribir para sanar
"¿Cuántas personas podrán decir que tuvieron el padre que quisieran tener si volvieran a nacer? Yo podría". Y el autor colombiano Héctor Abad Faciolince no sólo lo dijo, también lo escribió en El olvido que seremos, ese amoroso viaje que sólo se sintió capaz de emprender veinte años después del 25 de agosto de 1987, cuando Héctor Abad Gómez, su padre, médico y activista de derechos humanos, era cegado en Medellín por seis balas asesinas de los paramilitares.
El día que asesinaron a su padre, Héctor Abad hijo tenía 28 años, una hija que apenas caminaba, dos carreras sin terminar y un futuro laboral incierto, pues aún no abrazaba su destino de escritor. "Cuando te matan al ídolo de tu infancia y juventud, la vida se desbarata. Pasé años tratando de escribir sobre su asesinato a través de la ficción. En mi novela Angosta hay un personaje, el doctor Burgos, inspirado en mi padre. Pero descubrí que la no ficción era lo que podía hacerle justicia. Primero necesité años para olvidar, luego años para recordar, y finalmente años para encontrar la voz y el tono del libro".
Así, un día comenzó a bucear en los recuerdos propios, en los que les prestaron sus hermanas, su madre y los amigos de su papá. Documentó y entrevistó. Husmeó el expediente que se abrió tras la muerte de su padre, sólo para comprobar con decepción que tantos años después el caso se cerró sin acusados ni detenidos.
Mientras, leía dos novelas italianas que le darían el impulso definitivo: Natalia Ginzburg, con su Léxico familiar, le ayudó a comprender que debía escribir el libro en el español que se hablaba en su casa; y Primo Levi, con su Si esto es un hombre, que le mostró que era posible escribir una novela con la experiencia del dolor. Corrían los 80. La guerra en Colombia fatigaba los periódicos con noticias sobre centenares de niños, mujeres, líderes y campesinos silenciados por los fusiles.
-Colombia es, de alguna manera, un país de huérfanos. ¿Imaginó que su relato sería a la larga el retrato de un país en guerra que les ha arrebatado sus padres a millones de colombianos?
-No lo imaginé. Yo quería contar mi propia historia y sanarme con ella, además de rescatar la memoria de un hombre bueno. Cuando el libro se publicó me di cuenta de lo que usted dice: a muchas personas en mi país las habían asesinado, secuestrado, desaparecido, injustamente. Y con la lectura de mi libro se sintieron comprendidas.
La palabra fue el "cordón umbilical" que unió a Héctor padre y Héctor hijo. "Yo aprendí, gracias a su paciencia, el abecedario, los números y los signos de puntuación en su máquina de escribir. Tal vez por eso un teclado -más que un bolígrafo- es para mí la representación de la escritura".
En El olvido que seremos aparece ese hombre que viajaba, invitado por distintas universidades, defendiendo su idea de privilegiar la medicina preventiva y social por encima de la curativa. Desde Indonesia y Singapur enviaba cartas para su familia. Cartas en las que alentaba a su hijo a seguir su propia vocación. A veces, el escritor respondía y firmaba como Héctor Abad III, "porque tú vales por dos".
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Héctor padre y Héctor hijo posan juntos, hace años atrás. Foto: Archivo Héctor Abad[/caption]
Muchos años después, Héctor hijo visitaría Yakarta desde donde escribiría cartas a sus hermanas en el hotel donde alguna vez se hospedara su papá. Ya para entonces se había convertido en un autor celebrado. El olvido que seremos conquistaría el Premio WOLA-Duke en Derechos Humanos en Estados Unidos y el Criaçao Literária Casa da América Latina de Portugal. El autor discreto de repente saltaba de una entrevista a otra y era traducido al mandarín y el árabe.
-Este 25 de agosto se cumplen 32 años de la muerte de su padre. ¿Ha logrado perdonar?
-Perdonar es un asunto de uno con uno. Se perdona al otro, pero el que se sana es uno. Mi libro fue, al mismo tiempo, una venganza y un perdón. Mi papá en la casa nos enseñó el amor a la vida, que no pasa nunca por el resentimiento ni el rencor. Perdoné para no ser rencoroso, vengativo ni resentido. Perdoné por algo muy egoísta: no porque quisiera abrazar a los asesinos, sino porque me hacía mucho bien perdonar.
El olvido que seremos fue el pago de una deuda emocional largamente aplazada: "Terminarlo le dio una gran serenidad a mi vida y a mí mismo como escritor: al fin había escrito lo que tenía que escribir. Ahora puedo escribir tranquilamente de lo que quiera", dice.
De este libro poco le gusta hablar; quisiera pasar la página. Quizás regresa cada cierto tiempo, para recordar que la palabra los mantuvo unidos en la vida y en la muerte: "El único motivo por el que he sido capaz de escribir todos estos años es porque sé que mi papá hubiera gozado más que nadie al leer estas páginas mías que no alcanzó a leer. Que no leerá nunca. Es una de las paradojas más tristes de mi vida: casi todo lo que he escrito, lo he escrito para alguien que no puede leerme".
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El olvido que seremos
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