Pocos días antes de viajar a Estados Unidos, recibo un mail firmado por un asistente de Ayaan Hirsi Ali, donde me explica que el lugar de la entrevista sólo será comunicado 24 horas antes. Y me recuerda que, por motivos de seguridad, no puedo referirme al lugar ni a la ciudad donde estaremos. Sólo puedo decir que el encuentro sucedió en California.

El día en cuestión ya me sentía viviendo una suerte de película cuando entré a un lujoso hotel en California. Siguiendo las instrucciones, esperé en el lobby. Al poco rato apareció un personaje inconfundible para cualquiera que sigue series de acción norteamericanas: hombre, dos metros de alto, otro de ancho, pelo corto, traje azul y una insignia con la bandera de Estados Unidos en la solapa. Pensé que sería sometido a un interrogatorio, en un cuarto oscuro, lleno de seguridad. Pero el hombre se limitó a saludarme y llevarme a la terraza del hotel. "Tienes 30 minutos", me dijo y desapareció.

Al instante, se me acerca una mujer alta y muy guapa, vestida con un impecable traje de dos piezas, con un elegante pañuelo de seda al cuello. Me tiende la mano y me dice: "Andrés, como estás, soy Ayaan".

Mi cara de sorpresa debe haber sido muy notoria, porque ella sonríe como diciendo: ya sé, imaginabas una mujer con burka y te encuentras conmigo. Y claro, yo no pensaba encontrarme con una fundamentalista, pero tampoco con una mujer sacada de una revista.

-Perdón, es que cuesta asimilar el personaje con la persona real…

-Te entiendo, a muchos les pasa. Pero, al final, todo depende de la forma como mires mi historia. Es cierto, mi vida nunca ha sido fácil, pero mira donde estamos: un lugar precioso, en un país increíble, donde puedo gozar de la libertad, de muchas cosas. Incluso de mi nuevo Iphone -dice, riendo.

"Mujer. Negra. Musulmana. Nací en 1969 y me crié en Somalia, Arabia Saudita, Etiopía y Kenia. Vine a Europa en 1992, a la edad de 23 años y fui elegida diputada por el Parlamento holandés. Hice una película con Theo y ahora vivo con guadaespaldas y circulo en coches blindados". Ayaan Hirsi Ali resume así sus 49 años de vida. Críptica, de pocas palabras, casi como queriendo esconder su verdadera historia, una que nunca ha dejado de bordear los límites: dolor, desesperanza, temor, muerte, fe. Pero también carácter, lucha, pasión y mucha valentía. Si su vida fuera una película, sería mala. Porque supera los espacios de la imaginación.

"Es poco menos que un milagro que Ayaan Hirsi Ali, una de la heroínas de nuestro tiempo, esté todavía viva", sentencia Mario Vargas Llosa en un artículo publicado en el diario El País. Y tiene razón, por su historia llena de sufrimiento y dolor, como por su presente, viviendo entre guardaespaldas, luego de que fanáticos musulmanes le pusieron una fatua que la condena a muerte por su participación en el documental Submission que filmó en 2004 junto al director Theo van Gogh.

En la cinta se describen los horrores de una mujer musulmana que es sometida a la sumisión, el maltrato e incluso la violación por varones musulmanes. Provocó tal furia en los fundamentalistas que, a los pocos meses, Van Gogh fue acribillado a balazos, degollado y su cuerpo fue abandonado con una nota que advertía que Ayaan sería la próxima. De ahí su vida pasó de refugio en refugio, protegida siempre por equipos de seguridad, con pocos espacios de libertad. Esa que le había costado más de 30 años conseguir.

Parte de esta historia y su visión sobre la libertad es la que Ayaan Hirsi Ali expondrá en Chile el martes 15 de enero, en un evento organizado por La Otra Mirada, plataforma que busca incentivar el debate en nuestro país y que con esta visita celebra su décima conferencia.

No es casualidad que así sea. Porque la primera de estas conferencias, en 2014, correspondió al historiador británico Niall Ferguson, que tuvo gran repercusión. En esa ocasión, alguien me comentó: "Ferguson es espectacular, pero mejor aún es su mujer: Ayaan Hirsi Ali". Alguien de la organización tomó nota de aquello, pero no fue fácil. Pasaron casi cinco años de gestiones y preparativos para que Ayaan pudiera concretar su visita a Chile, con una conferencia que tiene un sugerente título: "Infiel. Nómada. Hereje."

I. Infiel

"Esta niña no va a vivir", fueron las primeras palabras de su madre al verla nacer en el hospital de Digfer de Mogadiscio, Somalia. Tampoco iba a vivir cuando al tiempo se enfermó de malaria y neumonia. Ni cuando, a los cinco años, le extirparon sus genitales para "purificarla" y creyó morir de dolor, y después de una herida que no cicatrizaba. También iba a morir cuando su maestro de Corán le fracturó el cráneo. Pero vivió. Supo encontrar "salidas de emergencias", como ella dice.

-Sorprende su dura infancia y aún más que se haya podido recuperar de una vida plagada de miedos y dolores.

-Sigo viva y eso es mucho más de lo que pueden decir millones y millones de mujeres musulmanas que han tenido que rendirse, que viven encerradas en una jaula llamada Islam. ¿Cuántas mujeres nacidas en el hospital donde yo nací siguen vivas? ¿Y cuántas de ellas tienen su propia voz? No quiero que mis argumentos se consideren sólo por las experiencias terribles que he vivido. En realidad mi vida ha estado marcada por la buena fortuna.

Quizá lo que ella llama buena fortuna es haber escapado del horror en que vivía y, mucho después, liberarse del Islam. Porque su historia parte con una educación enmarcada dentro de la más severa observancia musulmana: fue obediente, leyó el Corán, uso la burka, celebró la fatua que condenaba a muerte a Salman Rushdie. Pero luego vinieros las dudas. Primero, a la forma como se menospreciaba el rol de la mujer. Después al fanatismo religioso. Por eso, cuando a sus 23 años sus padres quisieron casarla con un lejano pariente en contra de su voluntad -como es la costumbre-, dijo basta: huyó y pidió asilo en Holanda.

"Julio del 1992 es la fecha clave de mi vida. Fue cuando finalmente pude salir de África y llegar primero a Alemania y luego a Holanda", dice.

-¿Cuál fue la reacción de su familia?

-Inicialmente fue muy mala. Mi padre me envió un carta donde me recordaba que había deshonrado a toda la familia y me dijo que había pedido a Alá que me castigara. Mi madre, sorpresivamente, fue más comprensiva, pero igualmente muy firme. Por suerte, el tiempo fue limando las cosas.

-En su libro cuenta que adaptarse a Occidente no fue fácil. Incluso le costó mucho cambiar su vestimenta.

-Es verdad. Lo de la ropa fue divertido, porque yo quería aprender a andar en bicicleta y con las largas faldas era imposible. Entonces me compré unos pantalones muy grandes para que no se marcara mi cuerpo. Así me sentía que no estaba contradiciendo las enseñanzas de mis padres.

No sólo logra comenzar una nueva vida, sino que además algo inesperado en ese tiempo para una refugiada: terminar un magíster en Ciencias Políticas. "Todos me decían que no era posible, pero yo insistí porque para mí era muy importante entender y participar de la sociedad en que estaba viviendo".

Como nunca antes, su vida era grata y apacible y parecía encaminarse hacia los libros, la academia y los estudios. Y así, su historia hubiera sido heroica, pero desconocida. Pero el destino se cruzó nuevamente en su camino. Esta vez de manera insospechada. Ayaan, como miles de millones de personas en el mundo, se encontraba viendo con horror las imágenes del atentado del 11 de septiembre del 2001. Hay una toma que la marca para siempre. Es una escena filmada en la ciudad holandesa de Ede, donde había vivido: un grupo de musulmanes celebraba el atentado. Se enfureció.

De la ira pasó a rebelión cuando sus amigos holandeses y analistas de todo el mundo llamaban a no responsabilizar al Islam por lo ocurrido. "Son grupos marginales, locos, pero la mayor parte de los musulmanes no creen en esto", decían. Ella miraba esto con espanto; en su fuero interno había llegado a la conclusión contraria: el problema de fondo es el Islam.

Partió escribiendo un artículo al respecto sin grandes pretensiones. Pero la cosa ardió como pólvora y la llevó a las portadas de los principales diarios y canales de televisión.

Se convirtió en una figura en toda Europa, donde era invitada a dar charlas. Ayaan decidió que ésta sería su cruzada contra el Islam. "Cualquier creencia que elimina la libertad política, de educación y de las mujeres es retrógrada y debe ser condenada. Y eso es el Islam", repetía.

Llegó la fama. Le ofrecieron postular como diputada al Parlamento holandés y salió elegida con una de las primeras mayorías. Pero también llegó el miedo. Al comienzo pequeñas amenazas, luego situaciones preocupantes. Después del asesinato de Theo van Gogh, su situación es insostenible. La policía decretó que su nivel de riesgo era máximo.

II. Nómada

-Se podría decir que siempre fue una nómade. Su infancia transcurrió en muchos países: Somalia, Kenia, Arabia Saudita.

-Fue un período muy violento en la zona, con dictaduras muy sangrientas, lo que nos obligaba a trasladarnos constantemente, viviendo en campos de refugiados y de la caridad del clan de mi familia. La mayoría de las veces no teníamos casa propia. Había que aprender nuevos idiomas y culturas.

-Tras la muerte de Theo comienza a vivir de nuevo lo mismo.

-Es cierto, pero esta vez fue un comienzo muy duro porque durante meses la policía me obligó a vivir en casas distintas cada noche. Incluso estuve un tiempo en una base militar, la única forma que pensaron podía estar segura. Lo peor era la incomunicación: mis movimientos, llamadas, visitas estaban totalmente restringidos. No podía ver a mis amigos; nadie podía saber dónde estaba.

La sacaron del país y la llevaron a Estados Unidos por un tiempo para protegerla. Allí la situación no fue distinta. Hoteles clandestinos, diversas ciudades, cada vez un peligro distinto. Cuando finalmente volvió a Holanda, todo había cambiado. Ya no era una figura grata. Le quitaron su nacionalidad, acusándola de haber mentido al momento de solicitar asilo. Sus vecinos pidieron que la expulsaran de su casa por considerarla un peligro para su seguridad.

Así las cosas, el año 2006 no dudó en aceptar un puesto que le ofrecieron en el American Enterprise Institute en Washington.

Ese mismo año, la revista Time la eligió entre las 100 personas más influyentes del mundo.

III. Hereje

-En su libro sobre su vida, usted dice que alcanzó la libertad cuando llegó a Holanda. Uno diría que es relativo, ya que vive rodeada de seguridad, guardias y coches blindados. No sé si ello es vivir en libertad.

-Es cierto que he pagado un precio alto por todo esto. Pero yo soy feliz sintiendo que estoy luchando por la libertad de muchos otros. Es el camino que escogí y no me arrepiento.

-¿Cómo es vivir sabiendo que está amenazada de muerte?

-Siempre digo que debe ser parecido a enterarse que se tiene una enfermedad crónica. Puede recrudecerse y matarte, o puede que no. Tal vez suceda en una semana o tal vez tarde años. O no suceda nunca y muera de manera natural. A diferencia de Occidente, yo nací en África, donde la muerte está en cada esquina. Por eso hoy, incluso amenazada y con guardaespaldas, siento un privilegio el estar viva.

-Estados Unidos la acogió, pero igual ha sufrido la ira de grupos liberales que no aceptan sus críticas al Islam. Como cuando la Universidad de Brandeis decidió quitarle la invitación a ser doctor Honoris Causa por la presión de grupos de estudiantes que la consideraron casi una hereje.

-Lo que pasa es que hay una gran incompresión del Islam en el mundo occidental. Y ello es un reflejo de un problema grave en la educación de Occidente. Y es la incapacidad de discutir los temas. Estamos atrapados en lo políticamente correcto, que para mí es la mejor definición de la ignoracia y comodidad. Por eso uno de los ejes de mi fundación (AHA Foundation, creada en 2007) es el desarrollo del pensamiento crítico. Ese que nos hace entender y mirar las cosas desde diferentes ángulos, para desafiar los argumentos y no quedarnos en ideas preconcebidas.

-Una de las costumbres más violentas que usted sufrió y relaciona con el Islam es la ablación genital femenina. ¿Cuál es el sentido de esa práctica?

-Mi abuela decidió que nos sometería al rito junto a mi hermana. Todo esto, en contra del deseo de mi padre, pero él no estaba. De eso sólo recuerdo el dolor. En Somalia, donde casi todas las niñas están mutiladas, esta práctica se justifica siempre en nombre del Islam. Si las niñas no son purificadas, serán poseídas por los diablos, caerán en el vicio, la perdición y se prostituirán. Es un horror por el cual miles de niñas mueren durante o después de la ablación, a causa de las infecciones.

-Con frecuencia se invoca que cosas como ésas son inherentes a la cultura musulmana. Que nosotros debemos respetarlas.

-Ése es un error fundamental. Yo sufrí muchas cosas bajo el argumento que era parte de mi cultura. Yo no quería que me cortaran los genitales, no quería ser tratada como un ser inferior por ser mujer, ni quería que me obligaran a casarme contra mi voluntad. Y ninguna de las mujeres que conocí y conozco quería aquello. Entonces, el punto central no es la cultura, sino la libertad de las personas. Las sociedades que dicen defender la libertad no pueden estar de acuerdo con las prácticas del Islam, que fomenta justo lo contrario.

-¿No cree que puede haber un Islam moderado?

-¿Parece civilizado o moderado provocar un sufrimiento intolerable a las mujeres? ¿Es civilización violar los derechos humanos haciendo de las esposas y las hijas una propiedad?

-Hablando de los derechos de las mujeres, ¿que opinión tiene del "Me Too"?

-No tengo una opinión definida porque no entiendo bien lo que busca, ni qué piensan sus líderes porque no sabemos tampoco quiénes son. "Me Too" es como una avalancha de situaciones muy diversas, algunas muy válidas, pero otras más bien discutibles, que al final pueden dejar a las mujeres en un papel disminuido. Y lo peor es que de pronto se asemeja a un movimiento político, lo cual lo desdibuja y lo hace perder su esencia.

Amablemente, la asistente de Ayaan me recuerda que el tiempo se acabó. Y que si necesito fotografías no tendrían problemas en mandármelas. Pero en un arrebato de confianza le digo que es importante tener una foto con ella. Que debe haber un testimonio visual de la entrevista. Se miran las dos y luego acceden, con una condición: la fotografía no debe mostrar nada que delate el lugar donde estamos. Y claro, lo único que tenemos para sacarla es el teléfono. El trámite dura unos segundos, pero cuando miro la imagen me fijo en la expresión de Ayaan. Ella sí sabe mirar con convicción. Es una estrella.

Y entonces recuerdo el final del texto de Vargas Llosa: "Que extraordinario es que sea una somalí, educada en Arabia Saudí y Kenia, capaz de romper el oscurantismo y la barbarie que quisieron imponerle, quien defienda con tanta convicción y tanto fuego la cultura de la libertad, la mejor contribución de Occidente al mundo, ante unos auditorios occidentales apáticos y escépticos, que ignoran lo privilegiados que son y el tesoro que poseen, y que tenga que ser Ayaan Hirsi Ali, después de pasar por el infierno, quien venga a recordárselo".