Era fines de invierno y para llegar desde Copenhague, la capital danesa, había que hacer tres escalas: Trondheim, Bodo y el destino final, Svolvear. Esta ciudad es el centro administrativo y el segundo municipio pesquero más grande del norte del país; además del ser el más grande en la cría artificial del salmón.
El paisaje desde el aire ya era asombroso, único. Una gran cadena de islas montañosas y picos puntiagudos absolutamente nevados emergían majestuosos del mar de Noruega.
Geografía, también historia
Svolvear pertenece al archipiélago de Lofoten, en el norte de Noruega, que tiene una superficie total de 1.227 kilómetros cuadrados y una población de 24.500 habitantes.
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Panorámica en una de las islas de este archipiélago.[/caption]
Al igual que casi toda la costa de este país nórdico, la geografía de Lofoten se encuentra profundamente recortada por fiordos con grandes áreas vírgenes y maravillosas playas de arena blanca, tales como Haukland, que han sido fuente de inspiración para muchos artistas.
Por otro lado, cada poblado aporta al paisaje pintorescas cabañas de pescadores, muelles amarillos y bastidores de secado de bacalao, el que durante miles de años ha llegado a desovar en invierno. Eso hace que la pesca sea una de las principales fuentes de riqueza. Tanto así que desde Lofoten, que fue residencia de los jefes vikingos, el pescado desecado ya se exportaba a Inglaterra en el año 875.
Para recorrer el archipiélago, cruzamos muchos túneles y puentes que conectan cada isla, donde nos íbamos sorprendiendo a cada instante con un paisaje marcado por tremendas montañas nevadas que, en sus pies, tenían lagos congelados y casitas multicolores, cada una con sus embarcaderos y lanchones.
El clima cambia muy rápido y las temperaturas en esta época -de diciembre a marzo- fluctúan entre los 1 y 13 grados bajo cero por las noches.
Svolvear, que tiene 4.500 habitantes y que impacta por su especial formación rocosa, es un paraíso para los amantes del trekking y escalada en verano y una maravilla para los esquiadores en invierno. Además, aquí se practica la pesca, cabalgatas, rafting, salidas en kayaks por los fiordos y safaris fotográficos para avistar ballenas, orcas y águilas de mar de cola blanca. Estas últimas forman una gran población que se refugia entre los altos picos y acantilados, principalmente en el fiordo de Troll. Es asombroso ver cómo cazan su presa con sus enormes garras.
Pero no era todo.
Me lo habían advertido: que este lugar remoto e impresionante era ideal para ver las auroras boreales.
Un sueño
En Lofoten quería además cumplir uno de mis sueños: ver las auroras boreales.
Pensé que sería el día que habíamos planificado para ello. Esperamos la noche, al fin estrellada -requisito mínimo, además de estar en invierno y cerca del Polo Norte-, y partimos el viaje con un fotógrafo y guía experto en avistamiento de auroras boreales. Él nos llevaría al lugar perfecto, que estaba alejado de la contaminación lumínica.
El termómetro marcaba -13 ºC. Los trípodes y equipos estaban absolutamente instalados y la ansiedad era inmensa. El tiempo pasaba y el frío se apoderaba de nosotros. Pero después de 3 horas de espera, no pasó nada. Un poco decepcionados, emprendimos la retirada con mucho frío. No quedaba más que aceptar que la naturaleza no nos había querido mostrar sus exóticas bellezas esa noche.
Por suerte para mí, justo en la última noche del viaje, cuando estábamos camino al hotel después de cenar, sucedió algo inédito. Miré al cielo, aún con la esperanza de ese pequeño milagro, y aunque estaba semiestrellado de pronto vi unas luces verdes a lo lejos, que se movían como bailando sobre la ciudad.
No podía creerlo, allí estaba.
Tomamos el auto, esta vez sin guía, y partimos lo más rápido posible a un lugar más alejado, más oscuro, donde se pudiera apreciar con mayor claridad y ojalá poder fotografiar el mágico evento. La sensación fue única, indescriptible, mis ojos presenciaban este delicado baile de luces verdes deslizándose por los cielos que tanto había soñado presenciar.
Sentí una alegría y emoción muy grandes; son esos momentos en que sólo se puede agradecer haber podido tener la oportunidad, de que ese día y a esa hora la naturaleza haya querido sorprendernos y regalarnos algo tan único. Ni siquiera sentí un poco de frío.
Si alguien busca experiencias y atractivos naturales inolvidables, las islas Lofoten son una absoluta sorpresa. Magia, tan cerca del Polo Norte.
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Dentro de la fauna del lugar se encuentra esta águila cazadora.[/caption]
Otros lugares donde ver las luces del norte
- Abisko, Suecia: Es un pequeño pueblo que se ubica en medio de la cadena montañosa de Skanderna. Sus cimas mantienen alejadas las nubes y generan cielos despejados e ideales para la observación. Además, prácticamente no hay contaminación lumínica. Allí existe la Aurora Sky Station, que ofrece un puesto de observación al aire libre, mientras que el Abisko Mountain Lodge ofrece "expediciones de cacería" de auroras.
- Tromsø, Noruega: La ciudad más grande del norte de ese país tiene una ubicación ideal para ver las auroras: está situada a los 70 grados norte; es decir, cuatro grados por encima de la línea geográfica del Círculo Polar. Toda la congelada Islandia, por ejemplo, está más al sur que esta urbe. Además, posee varios cafés, restaurantes y múltiples fiordos e islas para avistar las auroras. Entre fines de enero y comienzos de febrero también se celebra un evento musical llamado Festival de las Luces del Norte.
- Reykjavik, Islandia: La popular capital nórdica es uno de los sitios más baratos y accesibles para ver las luces nocturnas. Además, ofrece atractivos como géiseres, volcanes y su famosa Laguna Azul, uno de sus spas más conocidos y populares. Para ver las luces existen cruceros y tours en jeep donde se pueden perseguir las auroras.
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La aurora boreal más común es la de la tonalidad verde.[/caption]
La mecánica de la aurora
Hace 30.000 años, los Cro-Magnon que habitaban en Europa pintaron en sus cuevas las descripciones más antiguas de espectaculares luces que iluminaban el cielo nocturno. Los mitos nórdicos incluso aseguraban que la armadura de las valquirias, las legendarias mujeres que llevaba a los guerreros caídos al Valhalla, emitían extraños fulgores que resplandecían en las noches del norte. Y aunque el naturalista romano Plinio el Viejo llegó a describir una "luz diurna en la noche", fue el astrónomo Galileo Galilei quien en 1619 le dio el nombre definitivo a ese fenómeno: aurora boreal, término que mezcla el nombre de la diosa romana del amanecer y el término griego para el dios del Norte.
Este espectacular show de luces es causado por electrones y protones que son eyectados por el Sol y que tardan unas cuarenta horas en arribar a la Tierra. Al llegar, la mayoría de estas partículas son desviadas por el campo magnético del planeta, pero éste es más débil en los polos por lo cual algunas atraviesan la atmósfera y colisionan con gases como el oxígeno y el nitrógeno. Este choque es el que ilumina el cielo y genera la aurora boreal en el Ártico y la aurora austral que se observa en la Antártica y partes de Australia y Nueva Zelanda.
Sus variaciones de color dependen de los distintos gases con los cuales impactan las partículas. La tonalidad más común es la verde, producida por moléculas de oxígeno a unos 96 kilómetros de altura. Las auroras de color rojizo son más raras y también son producidas por el oxígeno que existe a unos 320 kilómetros, mientras que las de color azul o púrpura son creadas por el nitrógeno. Este fenómeno no sólo se da en la Tierra, sino que también en planetas como Júpiter, Saturno, Venus y Marte.