Juan Carlos Castilla (78), científico: "El placer se intensifica a lo largo del tiempo"
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Maremoto es uno de los libros menos conocidos de Pablo Neruda. Fue publicado en 1970 con 17 poemas dedicados al mar y a algunas de sus especies, y uno de ellos dice así: "Yo soy un alga procelaria combatida por las mareas…". ¿Procelaria? El biólogo marino Juan Carlos Castilla (78) leyó ese poema y se detuvo en esa palabra. ¿Procelaria? Fue entonces al diccionario y encontró lo siguiente: tormentosa, tempestuosa, intensa. La frase que Neruda había elegido para describir las algas le hizo tanto sentido que se conmovió.
Para Castilla -profesor universitario, investigador, Premio Nacional de Ciencias 2010 y un hombre profundamente de mar- nadie podría haberlo dicho mejor. "Neruda está describiendo al cochayuyo que está siendo batido por la marea, que está ahí en la roca pa, pa, pa (mueve los brazos en un sentido y luego en otro). 'Soy un alga tormentosa…'. Ya con esas cuatro palabras lo dijo todo. Eso me conmueve".
Descubrir, leer y releer Maremoto, dice Castilla, es uno de sus mayores placeres relacionados con el mar, su objeto de estudio durante 55 de sus 78 años de vida. También es el único de sus placeres marinos en el que no hay espacio para la razón. "Cuando leo el poema del erizo, el de los locos, el de los congrios o de las estrellas de mar, organismos con los que yo he trabajado en mi vida, me ocurre una conmoción interna".
-¿Cómo es esa conmoción?
-Intensa. Difícil de describir, porque es de mucho sentimiento. Capturo de ahí una cierta belleza que perdura y la conmoción interna se mantiene un periodo largo, tanto que me obliga a leerlo de nuevo cuando se acaba.
-¿Cuántas veces ha leído Maremoto?
-Cien, doscientas, no sé cuántas. Me toca una fibra que tiene que ver con la poesía y el mar, y particularmente con Neruda. No me conmueve "Alturas de Macchu Picchu", lo siento, pero Maremoto me hace temblar.
Los otros placeres de Castilla no le hormiguean la guata, sino que apuntan a la lógica del científico que trabaja desde la observación y realiza experimentos. Lo que a Castilla le provoca placer de su trabajo es entender cómo funcionan los ecosistemas marinos, sus dinámicas, sus procesos y cómo eso tiene que ver con el ser humano. Y tal como hace Neruda en Maremoto, elige una especie para ensayar una explicación. El piure.
El piure es un invertebrado marino de cubierta dura. Al verlo en la costa parece un globo pequeño que cuando es aplastado bota un chorro de agua. A esa gran familia pertenece el piure de Antofagasta, una especie que a lo largo de los cuatro mil kilómetros de costa del país sólo se encuentra en la bahía de esa ciudad. No hay rastro de él en otros lugares de Chile. Tampoco en el resto del continente. El lugar más próximo a Antofagasta donde se le puede encontrar es Australia, a 12 mil kilómetros de distancia.
¿Se trata exactamente de la misma especie? ¿Cómo llegó a las costas de la Segunda Región? ¿Qué tuvo que ver el ser humano en la distribución del piure? Esas son las preguntas que a Castilla le provocaron placer hace 20 años, cuando comenzó a investigar a esa especie. Entonces iba dos veces al mes a Antofagasta y también viajó a Australia junto a Elena Rho -su mujer- para recorrer dos mil kilómetros de costa en auto recolectando este piure. Le realizó el análisis al ADN y una de las preguntas quedó resuelta: confirmó que era la misma especie. Idéntica.
Descubrir cómo llegó ese piure, entonces, se convirtió en el siguiente desafío. "Lo más probable es que tenga que ver con el salitre y con los barcos que se movían entre Chile y Australia", ensaya Castilla una hipótesis no confirmada en un ciento por ciento y que aún lo desvela. Luego agrega: "Tú podrías pensar ¿a quién le importa eso? Bueno, a mí. Investigar eso me provoca un inmenso placer".
-¿Por qué?
-Porque el mar tiene misterios para mí. La Tierra no, porque la estoy viendo a cada rato. No es que sepa todo lo que ocurre en la Tierra, pero soy parte de ella. En cambio, identificar mecanismos y procesos en el mar es un desafío enorme, porque no lo veo, no vivo ahí, sólo vemos la superficie del mar y porque no es parte de mi ADN.
-¿Se acaba el placer cuando no llega a una respuesta?
No, porque la ciencia siempre va abriendo nuevas preguntas y es placentero abrir nuevas interrogantes.
El placer que eso le provoca, dice Castilla, puede estar muy lejos del encantamiento que sienten otras personas por el mar y sus expresiones. El biólogo ha tenido estas conversaciones en la sobremesa del domingo con su hijo, fanático del surf desde antes de cumplir los 10 años. "Para él, el placer del mar es la ola, esta cosa increíble de que viene, tiene energía y te transporta. Para su señora, es ver una ballena. Ahí ella se impresiona y habla dos semanas de la ballena. Eso no me ocurre a mí. Al día siguiente se le olvida la imagen de la ballena. Mi placer con el mar tiene que ver con descubrir mecanismos, procesos y con el ser humano en esa dinámica. Y cuando descubro esos mecanismos no se me olvidan jamás".
***
Castilla no fue un niño de mar. Su padre, un inmigrante español dedicado a vendedor viajero, lo llevó por primera vez al mar a los 10 años en un tren a Constitución de paseo familiar. Las visitas a la playa en su niñez fueron escasas. De hecho, él soñaba con ser geólogo.
"En tercero medio me iba a mirar la Escuela de Geología de la Chile por fuera en la plaza Ercilla", cuenta, pero el puntaje en la Prueba de Aptitud Académica frenó su aspiración. Entró a la UC a Pedagogía en Ciencias y en Química. Ahí en segundo año conoció al profesor Patricio Sánchez, un médico que se dedicó a la biología marina. "Un maestro de esos de verdad", dice él. A mediados de los 60, con un grupo de cuatro estudiantes -entre los que estaban Bernabé Santelices, Premio Nacional de Ciencias Naturales 2012- Sánchez se iba en un Land Rover a recorrer las costas del norte con estos estudiantes observando la zona intermareal y recogiendo especies. "Yo descubrí el mar así, de repente, y me enamoré de manera brusca. No fue una cosa progresiva", dice.
-¿Cómo es hoy ese placer por el mar comparado con hace 50 años?
-Hace 50 años era más un desafío que un placer, una interrogante: no sabía si lo iba a poder lograr o no. Creo que el placer se intensifica a lo largo del tiempo porque puedes mirar para atrás, y al inicio de tu carrera no puedes hacer eso. Entonces dices: siento placer por haber descubierto algunos mecanismos, ligarlos con problemas aplicados, haber llevado algunos a la ley de Pesca (contribuyó al diseño de la Ley de 1991) y haber cerrado estos círculos virtuosos de la ciencia que generalmente no se cierran.
-Usted sigue haciendo clases en la universidad y algunas investigaciones. ¿Cómo entiende el trabajo hoy?
-Cada vez con más desafíos, y los desafíos van traspasando fronteras. Por ejemplo, una de esas fronteras es la educación marina. Es un tema recurrente para mí: cómo les traspaso conceptos simples del mar a los niños. Cómo no hay un acuario para que aprendan del mar. En los últimos 40 años hemos acumulado tal cantidad de información de muy alto nivel sobre el mar que llegó el momento de traspasar eso a la población. Estamos súper atrasados. Creo que los chilenos no tenemos cultura marina, salvo los chilotes, los rapanuis y algunos pescadores artesanales.
-¿Tener una cultura de mar es un placer pendiente?
-Sí, claro. Hoy somos ciegos al mar.
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