He tenido una vida muy intensa. Cuando era pequeño, mi papá trabajaba en Endesa y todos vivíamos en Colbún, en Linares. El patio de mi casa era todo campo, como un estadio gigante, verde, y jugábamos mucho, la pasábamos bien. Pero después todo cambió.

Cuando cumplí 12 años me apareció un tumor en la nariz y eso me hacía sangrar mucho. Me daban hemorragias masivas porque estaba formado por vasos sanguíneos. En el 90% de los casos, nos dijeron los doctores de entonces, se disuelve, pero el mío nunca lo hizo. No reaccionaba a ningún tratamiento; en vez de disminuir, crecía. Lo intentaban todo, incluso unas inyecciones muy dolorosas que todavía recuerdo.

Antes de cumplir 13 ya no podía hacer fuerza, ni jugar a la pelota. Aunque muchas veces jugaba igual y terminaba con hemorragias. Me acuerdo que me miraban raro y yo ahí sabía que estaba sangrando. En esos años vivíamos en San Antonio, en Llolleo, y había que partir a Santiago. Allá no había otorrino. Yo llegaba y me decían "llegó Juan Carlos", y me preparaban la ambulancia a Santiago.

El tumor, con los años, siguió creciendo y decidieron irradiarme. Y me irradiaron, hace cuarenta años. Se dice que soy el hombre que ha vivido más años irradiado. Eso me han dicho los doctores, que a quienes irradiaron en esos años ya están casi todos muertos. Pero a mí la irradiación no me hizo nada, sólo me decían que tenía que esperar. Operarme era muy complicado porque las probabilidades de morir eran muy altas. Decidí seguir estudiando: terminé cuarto medio a duras penas, pero logré la Beca Presidente de la República y pude entrar a la USACh, a técnico en control industrial.

Fui dos semanas a clases y caí en el hospital. Estuve hospitalizado de marzo a septiembre de 1982. Había días que estaba bien y otros muy mal. Cuando estaba bien, parecía un funcionario más del hospital: ayudaba a tomar la presión, a hacer curaciones, contestaba los teléfonos, escribía los informes en las máquinas. Pero otros días sólo eran hemorragias, transfusiones. Escuché varias veces que no iba a vivir más que un par de meses. En esos años habían salido los primeros escáner, y el tumor ya estaba en muchos lados de la cara. Pero yo me aferraba. Incluso cuando perdí la vista de un ojo porque el tumor se expandía por dentro.

Un día decidieron operarme. Era el 20 de agosto de 1982. El doctor Carlos Celedón, no lo puedo olvidar. Ellos dicen que fue terrible, que la sangre no paraba. Cuando terminaron la operación, de hecho, comenzó una hemorragia masiva y tuve que volver al quirófano. Ese día morí y volví a la vida; estuve muerto, yo me vi. Siempre fue difícil contarlo, porque yo no creo en esas cosas, pero me vi. Cuando me estaban operando yo estaba arriba, como colgando, y me vi en la mesa de operaciones. Veía cómo los médicos decían "ya, Juan Carlos, dale. Sigue". Me había dado un paro cardiorrespiratorio, me tuvieron que entubar entero. Y ahí yo me vi. Me dijeron que había sido un paro, sin mayores detalles. Tampoco pregunté más, siempre pensé que lo importante era lo que venía después de eso.

Lo único que pensé cuando desperté era que existía la posibilidad de perder el ojo y los dientes. Yo lo sabía porque escuchaba siempre las conversaciones de los doctores. Tenía 18 años, y eso me preocupaba mucho. Me acuerdo que me empecé a tocar la cara, buscando mis dientes, hasta que los encontré. El ojo estaba vendado, pero sabía que estaba ahí. Me sacaron el maxilar y el paladar está perforado -como los niños con labio leporino-, no se me entendía nada, pero yo me encontraba bien. Me veía una cicatriz en mi cara, pero incluso la encontraba bonita.

En marzo del 83 pude volver a la universidad. El primer día me mandaron a sacar la foto para la credencial y sólo ahí me di cuenta de mi cara. Antes no existían selfies, uno no se miraba tanto al espejo. Me acuerdo que me entregaron la foto y me vino todo. Me vi como estaba. Pero duró ocho horas. Tuve que decidir si me quedaba en la casa, encerrado para siempre, o volvía a estudiar, a vivir. Me quedo o voy. Y decidí ir.

Todas las vacaciones de invierno las pasé en el hospital, haciendo correcciones en mi cara. Fueron cinco años de operaciones. Perdí la cuenta de las cirugías. Si tengo que decir un número quizás son 20 cirugías reconstructivas. Mi equipo médico nunca me dejó solo. Pude empezar a hacer cosas que mi tumor no me permitía: pude pololear por primera vez. Antes no podía porque como eran vasos sanguíneos, cada vez que me excitaba, sangraba. También volví a jugar a la pelota, a andar en bicicleta, a hacer fuerza. Hacer cosas de una vida normal.

Me dediqué a estudiar mucho, a sacar la carrera. Me conseguí una práctica en una empresa metal mecánica y no paré nunca de trabajar. No fui a mi ceremonia de egreso porque estaba trabajando, y el director de carrera me retó porque había ganado el premio al mejor alumno. Yo no tenía idea. Había encontrado en el trabajo una tremenda oportunidad: allí podía sobresalir, crear, aportar a la sociedad, dejar una huella. Me volví especialista en hacer elementos de defensa y hoy día soy gerente en una de las empresas más grandes mi rubro.

Hace un par de años mi doctor me dijo que me podía volver a operar. Yo le dije que si me dejaba cantando como Michael Bublé y parecido a Brad Pitt, lo hacía. De otra manera no valía la pena. Lo único que me duele es no poder cantar como cuando era pequeño. Pero tengo una vida normal; me casé, tengo un hijo. Creo que los límites se los pone cada uno.

Yo quedé marcado para siempre con que no iba a vivir más de un año, así que aprendí a vivir el año. Como me dijeron que no iba a pasar el año 82, mi mochila es liviana: aprendí a que todo es ahora. Si tengo un problema con alguien, se lo digo ahora, porque quizás mañana no voy a poder. Mis metas siempre son a corto plazo. Creo que uno puede llegar hasta donde quiera. Sólo depende de uno.

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