isla del sol
Isla del Sol. Foto: Jorge López

Lago Titicaca, cerca del cielo

Como si fuera un pequeño océano enclaustrado entre las cumbres andinas, el lago navegable más alto del mundo y el más grande de Sudamérica es una aventura entre dos países y un puñado de islas. Hay altas cumbres, juegos inflables, transporte acuático y una cosmovisión ligada a la tierra.


El moderno bus que sale desde la terminal de La Paz hace una parada tras dos horas y media de camino. Tiquina, un poblado colorido y con comida callejera, es la antesala del primer acercamiento directo con el famoso lago Titicaca y sus enormes 8.732 km2.

El chofer indica que todos los pasajeros deben bajar para el balseo que cruza el estrecho de Tiquina con rumbo a Copacabana, la ciudad litoral más famosa de la ribera boliviana. De un intenso azul, las balsas a motor cruzan sin pausa entre ambos puntos. Estamos a más de 3.800 metros de altura y el frío nevado de las montañas colindantes da una cachetada luego de la modorra cálida del bus.

Una hora después, Copacabana y sus tres mil habitantes aparecen y dan la bienvenida a la experiencia del Titicaca. Lejos del misticismo hippie que tuvo hace años, la pequeña ciudad se ha vuelto un punto turístico internacional en que se encuentran viajeros de todas partes del mundo. Sin embargo, su ancestral esencia permanece firme y es fácil de ver en el mercado local, en las vestimentas coloridas de las "cholitas" o en el arte sacro de la barroca e impresionante iglesia de la Virgen de Copacabana. Desde acá se puede bajar a la playa por la Avenida 6 de Agosto, que concentra decenas de restaurantes, hostales y operadores turísticos que ofrecen viajes a las islas o a Perú. A precios bajos, que igual se pueden regatear.

La playa es surrealista. Decenas de embarcaciones de todo tipo, desde sencillos botes a lanchas de alto rango se amontonan en sus tranquilas aguas en que los niños se divierten a bordo de juegos flotantes gigantes. La panorámica está cercada al norte por el Cerro Calvario, el mejor mirador de la ciudad, del lago y de la cordillera de los Andes, cuyas cimas sobrepasan los seis mil metros.

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Vista al lago Titicaca. Foto: Jorge López

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Una isla, dos corazones

La navegación de tres horas se hace corta. Las pacíficas aguas del Titicaca llegan hasta donde se pierde la vista y durante la travesía las panorámicas andinas sorprenden en un juego de cumbres, nubes y sol. El clima cambia rápido y las manos parecieran rozar el cielo. Los cuatro mil metros de altura se sienten en lo denso del aire y antecede al arribo a la parte sur de la Isla del Sol.

La comunidad de Yumani recibe a los viajeros. Ofrece sus alojamientos, restaurantes, servicios de guiado o amistad. Previo al pago de una entrada, toda la ayuda ofrecida se agradece al tener que subir resoplando los 220 peldaños de la escalinata que lleva al pueblo. Enclavadas en las alturas de la isla, casi rozando el sol, las casas de adobe se han modernizado y se puede estar en un cuarto con vista al lago y wifi, mientras afuera las ovejas comen tranquilas.

La zona sur tiene yacimientos arqueológicos preincaicos como el templo del sol, alucinantes canchas de fútbol junto al lago y una serie de restaurantes donde la trucha es el plato principal. Durante las noches, la oscuridad y el silencio invaden todo. Hasta hace pocos meses esta comunidad estaba en un largo pleito con Challapampa, sus vecinos del norte. Las relaciones estaban rotas e imposibilitaban cruzar caminando la isla de punta a punta.

Ahora volvió la paz y es posible visitar el poblado norte, su bella bahía, el Museo del Oro y el espectacular templo de la Chinkana, donde los sacerdotes incas iniciados se instruían entre muros de roca y sobre las doradas arenas de una playa con mar frío y turquesa.

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Foto: Jorge López

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Cruzando a Perú

Las venas de Latinoamérica se respiran más en Desaguadero, la frontera entre Bolivia y Perú. No hay muchas navegaciones que unan las ciudades litorales de ambos países, por lo que tomar un bus a Puno es lo más común. También se puede cruzar de manera independiente, pero los controles migratorios se hacen más intensos. Una fiebre de comerciantes que van y vienen, coloridos y sobrecargados, son las últimas visiones antes de que el bus enfile hacia la principal ciudad del Titicaca peruano.

La bella catedral de Puno, construida en la primera mitad del siglo XVIII y patrimonio histórico de Perú, es el principal edificio de la Plaza de Armas. El bullicio de sus mototaxis y los 120 mil puneños hacen olvidar por segundos la sagrada paz del Titicaca distante a menos de un kilómetro. La plaza del Faro, justo antes del muelle, es donde se pueden negociar las navegaciones a las islas que le dan fama a Puno: Uros, Taquile y Amantani.

Uros es el nombre que bautiza a una comunidad que creó una serie de islas artificiales en totora. En realidad, todo es de totora: casas, embarcaciones y hasta los baños. Caminar acá debe ser lo más parecido una caminata lunar. Hay posibilidades de quedarse a dormir en estas acolchadas islas. Lo mismo que sucede en Taquile o Amantani, más lejanas, en donde las comunidades locales ofrecen turismo comunitario rural: arar la tierra, hacer la comida o celebrar en una ronda durante la noche, bailando y agradeciendo el privilegio de estar en el lago que roza el cielo.

Datos prácticos

* Llegar: Hay buses oficiales y minivans desde La Paz a Copacabana. Lanchas diarias desde allí a Isla del Sol e Isla de la Luna. Desde Copacabana a Puno hay buses directos.

* Comer/dormir: Las opciones se multiplican dependiendo del presupuesto. Debe ser uno de los destinos más democráticos en este sentido. Siempre se puede regatear.

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