Libro recorre el trabajo de Andrés Calamaro en busca de la canción perfecta
The Calamaro files profundiza en la época del Calamaro Imperial, tras su paso por Los Rodríguez y el despegue continental de la mano de “Flaca”. Acá, las claves de cómo El Salmón levantó una torre de la canción popular en manos de un testigo clave.
Acaba de llegar a librerías chilenas The Calamaro files (Gourmet Musical), una especie de grandes éxitos del periodista argentino Martín Pérez, donde reúne veinticinco años de entrevistas, reseñas y columnas sobre El Salmón, aparecidas en distintos medios latinoamericanos.
Hay temas que fueron portada de medios desaparecidos como La Mano (Argentina) o las chilenas Rock & Pop y Zona de Contacto, pequeños posteos de blog y notas que ilustran los interiores del box set Obras incompletas; en todos el también autor de Los Redondos busca responder de primera mano cómo Andrés Calamaro levantó una torre de la canción popular.
Especialmente en el período posterior a Los Rodríguez, cuando entra en su etapa Imperial como solista. Allí despacha, en un lapso de poco menos de tres años, álbumes tan complejos como delicados, de los arreglos delineados y el groove de ensueño de Alta suciedad, al fuego de Honestidad brutal y la desmesura alcanzada con El salmón.
Tras el disco de “Crímenes perfectos”, con su matrimonio quebrado y el veneno comenzando a drenar, Calamaro intentó replicar el ánimo impulsivo de Bob Dylan y hacer sus propias Basement Tapes. Mucho se ha escrito sobre el arrebato “megalómano” de presentar un CD doble con 37 canciones, y luego 103 canciones más en un disco quíntuple. Bueno, “hay que dedicarse con mucha intensidad, y dominar la canción a la perfección”, parece responder El Salmón desde las páginas de The Calamaro files.
“¿Vos no llegás a escribir una nota por día?”, le pregunta Andrés al autor del libro, quien rápidamente asiente. “¿Y entonces qué tiene de raro que yo escriba una canción por día? Si te sorprende es porque los artistas suelen ser unos vagos. Yo no lo soy. Y escribo más de una canción por día. He llegado a hacer cinco, y hasta diez en un solo día. Porque si escribo solo una, estoy apenas a un día de dejar de escribir una canción por día. Y eso sí que me da miedo”.
Siempre seguí la misma dirección
Resistido desde su debut con Los Abuelos de la Nada, cuando “fue señalado como el advenedizo que con su poesía fácil quería robar el grupo al verdadero poeta, que era Miguel Abuelo, e incluso fue culpado de separarlos”, como advierte Pérez, Calamaro atravesó los 80 refugiado en la producción musical de Los Cadillacs, Enanitos Verdes y Don Cornelio, entre varios proyectos que incluyeron el despegue de Los Rodríguez y, ya para el cambio de milenio, en su propia consolidación.
Su regreso con El cantante y un disco producido por Litto Nebbia injustamente desdeñado y que se llama El palacio de las flores, prueban la búsqueda en plan Sísifo de la canción perfecta, con todos los matices geográficos del desamor y ese “manantial que fluye, mi propio pulso que late”, como escribe el propio Calamaro en las liner notes de Honestidad brutal.
Otro pasaje de The Calamaro files parece resolver —desde un paseo por Madrid— la eterna dicotomía del músico entre teclados y guitarras, mezclando las entrevistas que dio acompañando la salida de cada uno de sus discos, con una serie de recuerdos en primera persona y confesiones de compañeros de ruta como el Cuino Scornik, Ariel Rot y Cachorro López, nombres entrañables en el universo de Andrés.
Finalmente, el libro parece dar con la ética de trabajo de Calamaro, en un breve texto titulado “Donde manda marinero”. Dice más o menos así:
“Hace poco Andrés me explicó que sus canciones no eran suyas, en realidad. ‘¿Acaso vos no sentís que Yesterday es tuya?’, me preguntó. Y agregó: ‘el truco es escribir en primera persona, para que cada uno escriba su autobiografía con mis canciones… ¡Si las entienden!”.
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