“Maldita máquina, nada funciona”: la historia del hombre que cayó desde el espacio a la Tierra
El astronauta ruso, Vladimir Komarov, sabía que su visita al espacio iba a ser peligrosa. En medio de la carrera espacial entre Rusia y Estados Unidos y, a pesar de conocer los riesgos, la misión se llevó de todas formas y culminó en la trágica muerte de Komarov.
Llegar primero a la Luna. Estados Unidos y la Unión Soviética competían arduamente por ser los primeros en pisar el astro. En 1967, el estado europeo se dio cuenta que su enemigo americano lo estaba dejando atrás, por lo que idearon una misión espacial que, al ser un “atajo” en la carrera, provocó un accidente que podría haber sido evitado.
En ese momento, mientras que la NASA ya había hecho diez vuelos para resolver distintos problemas técnicos, se cumplían dos años en los que ningún astronauta ruso viajó al espacio. Esto, principalmente, porque estaban recuperándose del abrupto fallecimiento de Serguéi Koroliov, un científico e ingeniero de cohetes y naves espaciales que fue considerado como el fundador del programa espacial soviético.
La nave, que había dejado Koroliov antes de morir, todavía estaba en pruebas. Fue bautizada como Soyuz y prometía llevar a dos soviéticos hasta la Luna.
Decisiones apresuradas
De repente, la oportunidad para recuperar la delantera se presentó cuando el Apolo 1 de Estados Unidos se incendió durante un ensayo en tierra. El tiempo que tenían era poco y, a pesar de que la nave ya había presentado problemas importantes en su diseño, planearon el primer vuelo con tripulación para la primavera de 1967.
Una misión ambiciosa, decían unos, mientras que otros sabían el riesgo que conllevaba llevar a Soyuz al espacio. Sin embargo, este plan lograría en un solo golpe lo que la NASA consiguió en los dos años anteriores.
Este intento consistía en lanzar dos cápsulas al espacio. Una estaría ocupada por un astronauta y la otra por tres. Una vez en el espacio, se juntarían ambas y dos tripulantes de la segunda cápsula saldrían al exterior para abordar la otra nave. Era un ensayo para lo que harían en un futuro para lograr pisar la Luna y que el astronauta encargado pueda entrar a una segunda nave para descender a la Tierra.
Vladimir Komarov era el candidato ideal para este plan, pues ya había comandado el vuelo de Vosjod 1, que fue el primero en llevar a más de un miembro de la tripulación a la órbita, el primero sin uso de trajes espaciales y, además, rompió un récord de altitud.
Y aunque la idea de volver al espacio le emocionaba, no estaba contento con los arreglos apresurados de su nave. Muchos de sus compañeros coincidieron en esta insatisfacción e incluso comenzó a correr el rumor de que Komarov, consciente del peligro, se sacrificó aceptando la misión para que no enviaran a Yuri Gagarin, el primer hombre en viajar al espacio exterior y con quien tenía una estrecha amistad.
Como si se tratara de una profecía, Vladimir Komarov pidió, antes de subir a Soyuk el 24 de abril de ese año, que si moría en la misión, quería que en su funeral el ataúd quedara abierto. Así, los líderes soviéticos que habían tomado decisiones tan impulsivas podían ver lo que habían hecho al no asegurarse de que la nave estuviera en condiciones de viajar.
Una muerte anunciada
Casi desde el primer instante en que partió al espacio, los problemas comenzaron a aparecer. Distintos sistemas de la nave Soyuk comenzaron a fallar, tanto así que se canceló el lanzamiento de la segunda cápsula y, desde la Tierra, todos los esfuerzos se enfocaron en traer de vuelta a Komarov con vida.
El cosmonauta, con intentos casi inhumanos, trataba de mantener estable la cápsula. Su amigo Gagarin tomó el control de la consola de comunicaciones y guió a Komarov para estabilizar la nave y garantizar su aterrizaje en territorio soviético. A pesar de hacer todo lo que se le instruía, la nave no respondió.
“Maldita máquina, nada funciona”. En una de sus últimas conversaciones con tierra, el astronauta agradeció los esfuerzos del equipo de controladores. Unos minutos después, la comunicación con tierra se interrumpió porque Komarov había logrado comenzar a perder altura para su descenso.
Solo quedaba esperar. Hasta que llegó un mensaje de radio, donde uno de los aviones de rescate había visto la cápsula con su paracaídas desplegado. Pero no era así, sí se trataba de la nave del astronauta, pero ésta caía a 200 kilómetros por hora como una piedra arrastrando sus paracaídas enredados. Se estrelló directo contra el suelo e inmediatamente comenzó a incendiarse.
No quedaron rastros de Vladimir Komarov.
“(...) Cualquiera que toma el camino en órbita nunca quiere dejarlo, y no importa qué dificultades u obstáculos haya, nunca son lo suficientemente fuertes para desviar a un hombre así de su camino elegido. Mientras su corazón late en su pecho, un cosmonauta siempre seguirá desafiando al universo. Vladimir Komarov fue uno de los primeros en este camino traicionero”, fue la declaración pública que sus colegas dieron al periódico estatal Pravda.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.