Las manifestaciones feministas, que se han tomado calles, colegios y universidades en las últimas semanas, han permitido instalar en la agenda política la situación y el rol de la mujer en nuestra sociedad; discusión de la cual nadie puede sustraerse y en la que todos tenemos algo que decir.
Si bien esto último podría parecer obvio, no ha sido la tónica del actual debate a causa de dos errores: uno de ellos es hablar de feminismo, como si existiera uno solo; y el otro es que una clase de feminismo se arrogue la defensa de los derechos de las mujeres. Dichos errores provocan que la intolerancia se haya tomado la discusión: "Si no estás con nosotras, estás en contra nuestra", "si no eres feminista como yo, estás en contra de las mujeres" y esto no es así.
Quienes actualmente enarbolan ciertas banderas del feminismo -que se identifican con la tercera ola de este fenómeno-, representan ideas e intereses de los cuales es legítimo disentir y cuestionar sin que ello signifique estar en contra de las mujeres. En este sentido, también me declaro feminista ya que, siguiendo lo definido por la RAE, creo en la «igualdad de derechos de la mujer y el hombre» y el inestimable aporte de las mujeres sin menospreciar la contribución de los hombres.
Por esta razón, a muchas no nos representan quienes propugnan la «muerte a los hombres» y no marcharemos en manifestaciones donde se ofendan los valores y creencias de millones de mujeres. Así como tampoco medimos la "liberación de la mujer" por el número de gerentas, diputadas o ministras, como si ser profesora o dueña de casa fuera algo menor. Más que "mujeres liberadas", queremos "mujeres libres": libres para elegir el proyecto de vida con el que crean lograr la mayor plenitud de su existencia, sin que ninguna autoridad o grupo de interés las cuestione o menosprecie.
Somos muchas las que nos rebelamos ante los postulados de la tercera ola del feminismo cuyas reivindicaciones muchas veces no pueden ser satisfechas sin afectar valores esenciales de la sociedad como la igualdad en el voto, la libertad de cátedra, el debido proceso o la presunción de inocencia, por nombrar algunos. No se trata de valores "patriarcales", son principios básicos de la comunidad política por cuyo reconocimiento han luchado muchas mujeres. Recordemos a Eleanor Roosevelt y su papel clave en la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El Presidente Piñera ha recogido el guante de las demandas feministas presentando una nutrida agenda legislativa en la materia, esperamos que en la discusión de estas reformas estemos todas las mujeres incluidas y podamos participar todas en igualdad de condiciones y sin la penosa descripción de "buenos y malos" en las que caen algunas feministas.
*Abogada, fundadora de Cuide Chile en Acción Republicana