Más allá de los 5 conocidos: ¿cuáles son nuestros 7 sentidos?
A pesar de que seguramente te enseñaron que hay cinco, una destacada neurocientífica aseguró que actualmente se reconocen dos más, los cuales son claves para entender la relación entre las posturas del cuerpo, las expresiones faciales y su influencia en el cerebro. Acá, su explicación y recomendaciones para que puedas sacarles el máximo provecho a estos sentidos.
Durante nuestras rutinas, es natural que pasemos por distintas emociones, posturas y expresiones faciales. Puedes estar concentrado, con tu cuerpo erguido, mientras estás en el computador de tu escritorio, para después salir de tu casa con una sonrisa para saludar con una leve reverencia a cada uno de tus vecinos cuando riegan el jardín.
Las posibilidades sobre cómo actuamos en el día a día son muchas y están directamente relacionadas con los sentidos.
Si bien, seguramente cuando ibas en educación básica te enseñaron que los seres humanos tenemos cinco —oído, tacto, gusto, vista y olfato— , la neurocientífica de la Universidad Complutense de Madrid, Nazareth Castellanos, dijo a la BBC que se ha descubierto que tenemos siete.
Los dos últimos que se suman a la ecuación cumplen un rol esencial en cómo nuestras posturas y expresiones faciales influyen en el cerebro.
“Si tengo una cara enfadada, interpreta que esta expresión es propia de enfado y por tanto activa mecanismos de enfado”, explicó, para luego añadir que “cuando el cuerpo tiene una postura propia de estar triste, el cerebro comienza a activar mecanismos neuronales propios de estar triste”.
Los siete sentidos que tenemos
Además de los ya conocidos —los cuales son considerados en la categoría exterocepción, debido a que se relacionan con las influencias externas a nuestro cuerpo— , Castellanos detalló que está el sentido de la interocepción, al cual calificó como “el más importante”.
Se trata de “la información que le llega al cerebro de lo que sucede dentro del organismo, lo que está pasando dentro de los órganos”.
“Estamos hablando del corazón, de la respiración, del estómago, del intestino. Es el sentido número uno porque de todo lo que suceda es a lo que el cerebro le va a dar la máxima importancia, es prioritario para el cerebro”, destacó.
Y junto con ello, explicó que también está el sentido de la propiocepción, es decir, “la información que le llega al cerebro de cómo está mi cuerpo por fuera, la postura, los gestos y las sensaciones que tengo a lo largo de mi cuerpo”.
Este último se refleja, por ejemplo, en situaciones cuando nos ponemos nerviosos y sentimos ciertas molestias, tales como nudos en la garganta que nos dificultan hablar.
La influencia de los movimientos y expresiones faciales en el cerebro
Pese a que, según Castellanos, durante décadas se pensó que las zonas más grandes del cuerpo tenían más neuronas en el cerebro, posteriormente se descubrió que no. En cambio, “a lo que el cerebro da más importancia es a la cara, las manos y la curvatura del cuerpo”.
“Mi dedo meñique tiene como cien veces más neuronas dedicadas a él que toda la espalda o la pierna (que son más grande en tamaño)”, aseguró.
Y eso es porque “las manos son muy importantes para nosotros”. No solo porque las usamos para facilitar nuestras actividades y movimientos durante la rutina, sino que también porque las usamos para comunicarnos mientras hablamos con otra persona.
Incluso, en estos últimos casos estamos “activando esas zonas del cerebro”.
En cuanto a la cara, Castellanos afirmó que estudios han concluido que cuando fruncimos el ceño, estamos activando “una zona relacionada con la amígdala” cerebral, la cual “está más involucrada en la emoción”.
“Por tanto, si llega una situación que es estresante, me voy a excitar más, voy a reaccionar más, porque ya tengo esa zona preparada (...) si ya está activada, cuando llegue una situación estresante se va a hiperactivar, y esto hará que yo hiperreaccione”.
Dicho esto, enfatizó en que “es una zona que es mejor tener calmada”, por lo que recomendó “intentar suavizar esta parte, el ceño, desactiva un poco nuestra amígdala, relaja”.
Según el análisis de Castellanos, el cerebro busca por naturaleza encontrar una congruencia entre la mente y el cuerpo, “y esto es interesante porque ¿qué pasa si yo estoy triste o estoy enfadada, estresada, y empiezo a poner una cara relajada?”.
“Al principio el cerebro dice ‘esto no cuadra, está nerviosa, pero pone una cara relajada’”, explicó, “y luego comienza a generar algo que se llama la migración del estado anímico, en la que dice ‘ya, intento adaptar el estado anímico a la cara’”.
Los efectos de las posturas corporales
Un escenario similar ocurre con cómo nos desenvolvemos corporalmente, ya que esto afecta en “la percepción emocional que tenemos del mundo y la memoria”.
En palabras de la neurocientífica, “cada vez que sentimos una emoción, la experienciamos en alguna parte del cuerpo”, motivo por el que se relaciona —por ejemplo— emociones como la tristeza con posturas más bien curvas.
“Cuando el cuerpo tiene una postura propia de estar triste, el cerebro empieza a activar los mecanismos neuronales propios de estar triste”, manifestó, “no es que haya que estar así o asá, sino a lo largo del día ser más conscientes del propio cuerpo e ir corrigiendo esos rumbos que hemos ido adquiriendo”.
Para Castellanos, es por esto que debemos escuchar las señales corporales para ver cómo influyen en nuestro cerebro y, por lo tanto, en cómo nos sentimos.
“Identificar una emoción solo con un análisis mental es más difícil que si lo hago observando mi propio cuerpo”, enfatizó a la BBC.
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