El 13 de diciembre del año pasado era mi primer día de vacaciones. Tenía una actividad en la universidad y estaba teniendo un debate interno sobre si quedarme acostado o no. Al final el compromiso y las ganas ganaron y me levanté. Me despedí de mis papás y caminé hacia el paradero de Irarrázaval con Humberto Trucco, al lado de plaza Ñuñoa. Era un poco antes de las 7:30 de la mañana, momento en el que todos corren al paradero antes que cambie de sentido la calle. Pasó una micro que se llevó a casi toda la gente, pero no me servía. Quedamos unas pocas personas esperando la siguiente. Me moví para estar más cerca de la calle y poder ver si venía el recorrido que me servía. Me puse a cambiar canciones en mi teléfono cuando levanté la mirada y alcancé a ver un auto a un metro de mí. Después me fui a negro.

El accidente salió en las noticias: un tipo que venía de trabajar se quedó dormido al volante y atropelló a cuatro personas. Yo fui el que quedó más grave.

Desperté tirado en la calle y con mucha gente alrededor. La gente que había presenciado el accidente me había sacado de debajo del auto. Me consolaban diciéndome que la ambulancia estaba en camino. Yo no entendía mucho lo que estaba pasando y no sentía dolor. Un profesor del colegio Manuel de Salas que iba pasando y era bombero me hizo un torniquete en la pierna derecha, que era la que estaba más mal.

Al levantar la cabeza vi mis dos piernas destrozadas. Tenía fracturas expuestas en ambas y una estaba casi amputada, aunque no lo noté en ese momento. Me toqué con un brazo para constatar lesiones. Sentía mis piernas, movía la espalda y no pensé que fuera tan terrible.

Le dije a la gente que vivía cerca y alguien fue a avisarles a mis papás. Mi papá llegó corriendo. Apenas me vio, se puso a gritar: "¡Le cagaron la vida a mi hijo!".

En ningún momento pensé que me iba a morir. Sólo sentía frío.

Con la ambulancia ingresé a urgencias. Mi pierna derecha era una llave abierta y gracias al torniquete tuve minutos más de vida. Estaba muy débil y me dio un paro. Me reanimaron e hicieron la primera operación para limpiar todas las heridas. Pero todavía tenían que ver qué hacían con mi pierna sangrante. Algunos doctores querían esperar unos días porque estaba débil. Pero uno decidió jugársela y en la noche me ingresaron a pabellón. Ahí me terminaron de amputar la pierna.

Volví a estar consciente al día siguiente, a las 10:30 de la mañana. Los primeros días recuerdo todo vagamente. En un momento desperté intubado y me empecé a desesperar por no poder hablar. Lo único que quería era ver a mi ex polola, porque el amor seguía intacto. La enfermera no entendía y me pidió que le dibujara en la mano lo que quería. Escribí el nombre de ella. Luego la vi, y me tranquilicé.

En esos primeros días no tenía idea que me habían amputado. Prefirieron ocultármelo pensando que me podía hundir. Pero llegó el día en que me contaron. Estaban todos al pie de mi cama y el doctor me dijo: "Bueno, estás bien, las operaciones han salido bien y te estás recuperando. El accidente fue súper grave y la mejor decisión para que no te murieras fue amputar'. Se me vino el mundo abajo. Pensé que no iba a poder volver a caminar ni jugar fútbol. El doctor me tranquilizó, me explicó que la amputación había sido de 12 centímetros bajo la rodilla, lo que era bueno porque al tener la articulación es más fácil volver a caminar.

Sopesé lo que había pasado: estaba vivo y tenía a mi familia, así que decidí que esta noticia no me la iba a ganar. Así que apenas me dejaron, le empecé a hacer cariño a mi muñón: gracias a él estoy vivo y de él dependía poder volver a pararme. Le puse Aletita feliz por la película Buscando a Nemo y porque mi cicatriz parece una sonrisa.

En los dos meses que estuve hospitalizado me hicieron 14 operaciones. Tuve la pierna y el brazo izquierdo enyesados mucho tiempo. Las enfermeras me contaban que le habían preguntado a un doctor qué hacían con mis cosas y les dijo que las botaran, porque no iba a salir de esto. Un mes y medio después, ese mismo doctor le decía a mi mamá que yo debía tener un pacto con alguien porque no debería estar acá.

Salí a principios de febrero de la clínica. Juraba que en marzo iba a estar en clases. Pero salí pesando 40 kilos; puro hueso y pellejo. En la terapia me di cuenta que no tenía fuerza físicamente y acepté que me congelaran el primer semestre. En marzo comencé mi rehabilitación en la Teletón. Me internaron en la Clínica Bicentenario tres meses para fortalecerme y volver a caminar. En junio me empezaron a hacer los moldes y pruebas para la prótesis. El día en que llegó fue único. Agarré mi burrito, caminé y fue increíble; aunque igual tenía miedo de caerme y romperme. Volver a estar bípedo fue impresionante. La sensación es rara porque no pisas tú realmente, pero comienza la sensación fantasma del pie: me pongo la prótesis, veo mi pie, el cerebro comienza a funcionar y siento mis dedos. Es muy loco.

En toda mi recuperación mis papás han sido fundamentales. También la Michelle, mi ex. Me dijo que íbamos a vivir este proceso hasta que pudiera volver a caminar, que nada iba a ser un impedimento para que hiciéramos lo mismo que siempre. Y así fue, volver a salir fue disfrutar del sol, los ruidos y el viento en la cara cuando vas avanzando.

Pero las veredas están en pésimo estado y las bajadas mal hechas. Las pasarelas han sido otro asunto difícil: están mal las pendientes y algunas son muy complicadas para bajar aunque te lleve alguien. Los chilenos además son por lo general poco empáticos. En los ascensores de los malls hay mucha gente sana que se pone primero para entrar.

Veía todas estas situaciones donde nadie me ayudaba o a la persona que me llevaba. Sabía que necesitaba hacer algo, porque hay poca educación sobre las personas en situación de discapacidad. La Teletón muestra algo de este mundo, a todos se nos infla el pecho con las 27 horas de amor, pero el resto del año les da lo mismo. Desde el comienzo decidí mostrar mi evolución en mi Instagram y luego creamos la campaña #Rompamoslaburbuja con la Michelle. La idea es abrir los ojos, ser más empáticos y ayudar al que está al lado, no sólo a personas en situación de discapacidad. Cuando estaba sano yo ayudaba a otras personas en la calle y era feliz con esa buena acción. Pero yo no he recibido mucha ayuda y eso me ha chocado. A veces pasas como invisible. No es que la gente sea mala, es sólo que no se dan cuenta.

Ahora hago charlas motivacionales en universidades. Mi idea es que se familiaricen con este mundo, que nos vean como iguales, que no demos pena. Les cuento mi historia, me río de mí y la recepción ha sido súper buena. Después de las charlas me llegan muchos mensajes por Instagram agradeciéndome y dando fuerzas en este camino.

Nadie está libre de un accidente. Yo tenía una vida sana y normal, y me pasó esto. Estar a punto de morir cambió mi forma de ver el mundo y de disfrutar la vida. Antes tenía las ganas, pero no la forma. Ahora tengo un sentido, cosas que decir y mostrar.

Me siento súper activista con esta causa. Somos casi tres millones de personas en situación de discapacidad y seremos 20 los que tenemos la posibilidad de mostrar esto. Por eso siento la responsabilidad de visibilizar este mundo, que para mí es maravilloso. No hay una discapacidad real: la que tienen las personas en situación de discapacidad no es por ellas, ni su físico, ni su pensamiento, sino que muchas veces es la sociedad la que nos limita.

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