En un bar en el centro de la capital, Santiago Lorca (18) se reúne con sus amigos. Están sus compañeros del colegio, amigos desde hace muchos años, y también los de la universidad que se integraron a su vida recién este 2020. Lorca identifica las caras, conversa distendido y ríe mientras comparte una cerveza. Cuando voltea para dirigirse a uno de sus nuevos amigos, se da cuenta que sólo existe de los hombros hacia arriba, la imagen del cuerpo es borrosa y, aunque lo intente, no logra enfocarlo. Las demás personas se ven normales; solo sus compañeros de la universidad son los que parecen ser figuras impresas que apenas muestran la parte superior de sus cuerpos. Así soñó la semana pasada Santiago Lorca con sus nuevos compañeros, que tal como le mostró su inconsciente sólo conoce desde los hombros hacia arriba: eso es lo que alcanza a mostrar la cámara web con la que hoy se comunican.
Lorca es parte de la generación 2020 que está por terminar su primer semestre universitario sin haber pisado la universidad. La mayoría de las casas de estudio suspendieron sus clases el 16 de marzo como una medida de prevención ante la expansión del Covid-19. Así se paralizó el inicio del semestre, que tras posponerse algunas semanas empezó a impartirse de manera virtual. Tanto las actividades académicas como las sociales y recreativas se han realizado de manera remota a través de portales web o videollamadas, pero sin interacción física.
”Esperaba cualquier otra cosa a lo que terminó siendo realmente. Pensaba entrar a la universidad, entrar a este mundo donde yo soy adulto, donde ahora soy yo el que toma las decisiones, soy yo el que va a conversar con los profesores, soy yo el que se va moviendo. Quería conocer a mis compañeros y compañeras, me esperaba un mundo nuevo. Siempre te dicen que cuando entras a la universidad sales a conocer el mundo. Y yo me esperaba eso”, cuenta Lorca, que en marzo se matriculó en Actuación en la Pontificia Universidad Católica.
Un ingreso ajetreado
El 18 y 19 de noviembre de 2019 estaban agendadas la Pruebas de Selección Universitaria (PSU), admisión 2020. Tras el estallido social la fecha se movió al 2 y 3 de diciembre, que luego de otro intento fallido terminó por darse el 6 y 7 de enero, esta vez sin la prueba de Historia, Geografía y Ciencias Sociales. El proceso de admisión pensado en diciembre terminó siendo en marzo, semanas antes del supuesto ingreso a clases.
Consuelo Valdés (19), estudiante de bachillerato de humanidades en la UNAB, recuerda ese día. El recibimiento en el liceo donde rendía la prueba fue con petardos, pero dice que no pasó a mayores, por lo que pudo dar la PSU sin problemas. El segundo día, cuando ya llevaba la mitad de la prueba de historia, entró corriendo a la sala un administrativo que gritaba “¡No hagan la prueba, paren, váyanse de aquí!”. Ella recuerda que luego agregó: “Se canceló todo”. Valdés no podía creerlo.
”Para mí la PSU de historia era super importante. Era en lo que me iba mejor, había hecho preuniversitario y me subía mucho el puntaje. ‘En historia me las mando’, pensaba. Que me cancelaran esa prueba fue lo peor que me pudo pasar en la vida”, reconoce la joven.
La sicóloga Úrsula Echeverría, subdirectora académica y de asuntos estudiantiles de la Facultad de Educación de la UC, dice que por ese tipo de eventos esta es una generación a la que le ha tocado duro: “Ha sido un proceso bien complejo para ellos, que vienen con muchos problemas desde la PSU. Ya cargaban con la incertidumbre de si iban a poder ingresar a la universidad, lo que se suma al contexto social del estallido”, cuenta, y agrega que hoy muchos de ellos ni siquiera conocen presencialmente sus campus.
De que estoy viviendo la experiencia universitaria, sí, pero una totalmente nueva que nadie nunca había experimentado antes.
Santiago Lorca, estudiante de Actuación UC
Según Pilar Cox, vicedecana y académica de la Facultad de Educación de la UC, en un año como el primero de universidad los alumnos enfrentan una dura transición desde la escuela a la educación superior. “La primera dificultad que tienen es el impacto del colegio a la universidad, y ese ya es un desafío en términos de orientación a la vida universitaria, a las estrategias de estudio, el uso del tiempo o el manejo de la autonomía. En general es un año de adaptación y de cierta complejidad”, explica.
Natalia Cortés, coordinadora de la unidad de apoyo al aprendizaje del departamento de vinculación, acceso y permanencia estudiantil de la Universidad Austral, explica que en esa casa de estudios del sur del país se han dado cuenta que ha sido un año complejo para los mechones, quienes han enfrentado un escenario completamente nuevo en el cual sólo han visto a sus compañeros y profesores a través de la pantalla del computador. “Eso trae dificultades para la integración y para generar redes de apoyo dentro de los compañeros”, cuenta Cortés, quien agrega que en la universidad han tratado de ir subsanando esa realidad abriendo espacios de conversación y diálogo para que los estudiantes se vayan conociendo y generen redes de apoyo, con talleres, tutorías, asesorías individuales, espacios de atención y contención sicológica, ayudas académicas, conversatorios y charlas. Todo online.
Formación interrumpida
María José Gatica (18) tenía todo listo para irse a vivir a Valdivia. Actualmente reside en Los Andes, pero había decidido mudarse al sur para estudiar Ingeniería en Conservación de Recursos Naturales en la Universidad Austral (UACH). Le gustaba la carrera y le llamaba la atención estudiarla en un lugar que se caracteriza por su vegetación y en una universidad que cuenta con recursos externos que acompañan la formación profesional, sobre todo el jardín botánico, un tesoro de la región y ejemplo de la selva valdiviana.
”Todas las materias que tenemos son con un componente práctico y los profes nos dicen ‘ahora estaríamos en el jardín botánico viendo los árboles, los troncos’ y en vez de eso, nos muestran partes de plantas por cámara. A uno le gusta eso, entonces es una tortura verlo por cámara, más teniendo un jardín como el de allá”, cuenta Gatica, quien siente que es una pérdida para su aprendizaje. Lo mismo pasa con los laboratorios que tenía asignados de manera presencial todos los días y en la versión online se limitan a sólo una hora a la semana. La joven recuerda que al matricularse se emocionaba con la idea de “hacer experimentos, sacar muestras”.
El riesgo es que se reproduzca una lógica escolar de transmisión pasiva de conocimientos (...) Me parece que es una manera muy unidireccional de generar el conocimiento, que es un cambio que debería ocurrir al entrar a la universidad.
Jose María Fernández, docente de Psicología UDD
Al igual que Gatica, Gabriela Tapia (21) había decidido irse a al sur. Hoy vive en Santiago, pero estudia de manera virtual en la UACH de Puerto Montt. Tenía las maletas listas, las cajas en que llevaría sus cosas, sus fotos, su ropa, todo lo que necesitaba para los próximos cinco años. Entró a Pedagogía en Educación Diferencial, luego de haber estudiado Trabajo Social el año pasado. Compara su experiencia de mechona 2019 a la de 2020 y comenta que el escenario es totalmente distinto: “He visto que a mis compañeros les cuesta mucho. Hemos tenido varios problemas; la mayoría de las chiquillas salieron recién del colegio y es un golpe tremendo de por sí entrar a la U, pero hacerlo online es otra cosa. Es complicado, no conoces el método que tiene la universidad, no sabes los métodos de los profesores para hacer clases. En la U es distinto al colegio y eso no lo saben. La mayoría de los mechones están pa’ la embarrada”.
Pilar Cox explica que las nivelaciones de los alumnos de primer año tendrán que ser miradas a largo plazo. “Algo que normalmente tiene el foco en primer año para estos estudiantes va a tener que ser sin duda en 2021. Vamos a tener que alargar ese proceso de ingreso a la universidad y apoyar ese proceso tanto en lo académico como en lo personal durante el próximo año”, dice.
La razón de este enfoque, señalan los expertos, se debe a que el primer año de universidad es conocido por ser complejo para los alumnos, tanto por el manejo del estrés como por la ansiedad que genera la demanda académica. “En ese sentido, al principio nos costó adaptarnos porque nosotros tenemos algunos apoyos sicológicos que se hacían de forma presencial, como talleres de manejo del estrés y la ansiedad, y que en este minuto se están dando a través de distintas plataformas”, cuenta la sicóloga Úrsula Echeverría, de la UC.
Hace una semana los estudiantes del curso “Identidad, cultura y sociedad”, de la Facultad de Psicología de la Universidad del Desarrollo, prendieron por primera vez todas las cámaras como símbolo de respeto y agradecimiento a su profesor José María Fernández. A finales de junio, el docente vio por primera vez los rostros de los alumnos a los que llevaba dictando clases por meses. Es la tercera vez que Fernández imparte este curso en primer año y piensa que la experiencia remota tiene de dulce y agraz: “Lo frustrante tiene que ver con la sensación de que el conocimiento no logra permear de la misma forma y que hay muchos espacios, o recursos a la manera en que yo entiendo la formación universitaria, que se han vuelto muy difíciles de promover o desarrollar de manera remota, como por ejemplo, y principalmente, el debate y la conversación”, indica el docente.
El curso trata de los fundamentos sociológicos de la sociedad contemporánea y parte importante del aprendizaje tiene que ver con la capacidad de reflexionar y analizar lo que está pasando en base a las teorías expuestas. La discusión a través de la popular plataforma Zoom es difícil, dice el profesor, ya que son pocos los que prenden la cámara y aún menos los que activan el micrófono. Además, se perdieron la fluidez y las reacciones que según Fernández son el feedback constante para una clase dinámica.
”El riesgo es que se reproduzca una lógica escolar de transmisión pasiva de conocimientos, desde un docente que sabe y tiene el conocimiento, a unos estudiantes que no saben. Ese quizás es el mayor peligro. Me parece que es una manera muy unidireccional de generar el conocimiento, que es un cambio que debería ocurrir al entrar a la universidad. El proceso de empoderamiento que permite generar reflexión y debate es algo que se sigue trabajando”, agrega el docente.
Gabriela Tapia piensa que ese riesgo ya existe en su carrera y reflexiona sobre su primer año a más de mil kilómetros de su universidad: “Todavía no siento que sea real; siento que es a medias, estoy chata por el hecho de estar pegada al computador y no entender todo. Me ha ido bien, pero siento que tomé un curso de algo, no que estoy en la universidad, porque no es lo mismo que el año pasado”.
Es complicado, no conoces el método que tiene la universidad, no sabes los métodos de los profesores para hacer clases. En la U es distinto al colegio y eso no lo saben. La mayoría de los mechones están pa’ la embarrada
Gabriela Tapia, estudiante de Pedagogía en Educación Diferencial UACH
El sociólogo Gonzalo Franetovic hace clases a alumnos de primer año de la carrera de Trabajo Social en la Universidad San Sebastián, una experiencia que durante estos meses ha sido muy distinta a la que tuvo en 2019. “El año pasado me encontré varias veces con mis alumnos en la calle y siempre había reconocimiento o me los topaba en manifestaciones y se daba una interacción super positiva que me parecía interesante”, explica el docente, para quien hoy ese simple hecho no se podría repetir debido a que, tal como él mismo reconoce, no les conoce la cara: trató en las primeras clases de que encendieran sus cámaras, pero ante la poca acogida, desistió. “La única posibilidad sería que ellos me reconocieran a mí. Sólo conozco de ellos detalles básicos y sus voces”, comenta.
“Zoomdada”
El sábado 20 de junio, a las 22:30 horas, un total de 150 de los casi 900 estudiantes de primer año de Ingeniería Civil de la Universidad de Chile se conectaron a “Zoomdada”, una “fiesta mechona”. Las fiestas de la facultad de Beauchef son conocidas entre los universitarios y, para no quedarse atrás, este año organizaron una instancia más “íntima”.
Esa noche, primero se conectaron todos a la misma reunión, luego se dividían en grupos de entre ocho a 12 personas donde conversaban y hacían juegos para beber. De fondo sonaba la misma música, que a través de una página web se podía compartir entre los usuarios. Algunos jugaban pirámide, otros intercambiaban experiencias y, una hora más tarde, volvieron a la reunión principal. Ahí los organizadores sortearon una promoción de pisco con bebida y, luego del concurso, volvieron a dividirse en grupos pero con otras personas.
El evento lo organizó un grupo de estudiantes de segundo año del ramo Taller de Industrias, que, junto al Consejo de Estudiantes, generaron distintas actividades recreativas como torneos online, conversatorios, jornadas reflexivas y tutorías. “La fiesta fue super agradable. Varias personas se intercambiaron cuentas de Instagram, los mechones conversaban, ‘¿de qué selección eres?’, ‘amo este ramo’, ‘odio este otro’, ‘este profe es bacán’ y así conversaban”, cuenta Fernanda Paz, presidenta del Consejo de Estudiantes de Plan Común de Ingeniería.
”La experiencia que están viviendo los mechones es super compleja porque entraron a la universidad virtual. Han estado super ansiosos socialmente y el objetivo de estas actividades es la distensión, ayudarles a bajar el nivel de ansiedad, que interactúen con otras personas, que se conozcan un poquito más, que prendan la cámara y hablen por el micrófono”, dice Paz.
Matías Adriazola (18) es uno de los mechones que se unió esa noche a la fiesta virtual. Dice que aún no conoce a sus compañeros, que las clases bordean las 100 personas y no son más de cuatro los que prenden las cámaras, así que ni siquiera reconoce sus caras. La experiencia universitaria -fuera de la dificultad académica- no es lo que esperaba: “Estaba ansioso de entrar a la U. Yo me imaginaba mi primer año de película; salir, hacerse nuevos amigos, estudiar, pero con una vivencia universitaria. Además, me iba a vivir a Santiago, entonces era la independencia”, dice el joven de Los Andes. Entró a su carrera con dos amigos del colegio, así que con ellos conversa y se apoyan en los estudios. Fuera de ellos, sólo se ha comunicado con quienes forman sus trabajos de grupo.
El caso de Santiago Lorca, el estudiante de Actuación de la UC, es diferente. En su generación son 45 compañeros y decidieron hacer las clases con cámara encendida, así se han logrado conectar alumnos y profesores, además de conocerse entre sí. Claramente la experiencia no es la que esperaba, e incluso ha pasado por crisis vocacionales, pero la parte social no parece ser un problema.
”A pesar de que ha sido online, he podido conocer a mis compañeros y compañeras. De hecho, tuvimos paro y estuvimos en asambleas todos los días. He sentido conexión, aunque sea online. En mi generación tenemos esto que nos conocemos, ¡hemos hasta bailado por Zoom! Uno comparte el audio y bailamos frente a la cámara”, dice el estudiante entre risas. Cuando ya conocían los rostros del grupo, incluso compartieron el detalle de cuánto medía cada uno para así poder imaginarse mejor mutuamente.
”Sí, me siento mechón, me siento en primer año. Siento que estoy estudiando, a veces no sé qué y a veces me dan bajones. De que estoy viviendo la experiencia universitaria, sí, pero una totalmente nueva que nadie nunca había experimentado antes. Pero lo que me falta es el cuerpo, me falta lo físico, porque está bien que exista este mundo virtual y el inconsciente imaginario, pero no somos sólo eso. No vivimos sólo de agua o de pan, necesitamos las dos cosas”, finaliza el mechón.
Una separación entre virtualidad y realidad que no desanima a Fabián Orellana Pesse, quien cursa el College de Ciencias Sociales de la UC. Él está entre los que no han logrado conocer a mucha gente en las clases a distancia y los chats de alumnos. Pero eso, opina Fabián, quedará de lado cuando puedan reunirse, verse en la realidad y ponerles cara a las voces que han escuchado en clases: “Me imagino que va a ser como un ‘¡Buena!, tú eres’”.