El 13 de octubre de 1972, un avión proveniente de Uruguay partió desde Mendoza, Argentina, en dirección a Santiago de Chile. A pesar de que desde un inicio la nave no tenía contemplada esa parada en la ciudad trasandina, los tripulantes decidieron que era la mejor opción, debido a las amenazantes condiciones climáticas que se registraban en la Cordillera de Los Andes.
Entusiasmados con llegar a su destino, volvieron a emprender su viaje, pero un evento inesperado lo impidió y desencadenó una de las historias más impactantes de la segunda mitad siglo XX, la cual ha inspirado numerosos libros, películas y documentales.
Todo partió cuando un grupo de 45 personas zarpó del aeropuerto de Carrasco en Uruguay. 19 de ellos eran del equipo de rugby Old Christians, el cual se enfrentaría al cuadro de los Old Boys en la capital chilena, mientras que cinco eran tripulantes de cabina, y el resto eran familiares y amigos del club.
Si bien, después de la parada en Mendoza esperaban disputar el encuentro deportivo, un error de cálculo del piloto causó un desastre fatal: el ala derecha del avión —que era propiedad de la Fuerza Aérea de Uruguay— chocó contra una montaña y provocó que la nave se partiera en dos a la altura de su cola. Asimismo, el ala izquierda voló por los aires y los pasajeros se incrustaron bruscamente en el Glaciar de las Lágrimas, ubicado a 3.750 metros de altura y a 1.200 metros de la frontera, un sector en donde las temperaturas pueden alcanzar fácilmente los 30 grados bajo cero.
Fue ahí cuando los primeros 26 sobrevivientes empezaron una lucha por salir con vida, tras permanecer incomunicados en la cordillera por 72 días.
La tragedia de Los Andes: supervivencia extrema
La noticia en torno al trágico accidente se hizo viral en los medios de comunicación. Si bien, no se conocían detalles sobre lo que ocurrió, las autoridades sí realizaban una intensa búsqueda para descubrir el paradero de quienes iban en el avión. Mientras tanto, ellos permanecían en medio de los restos de la aeronave y los cadáveres de los fallecidos.
Según relató uno de ellos a Infobae, Carlitos Páez, se las ingeniaron para confeccionar abrigos con los asientos y para racionar las escasas provisiones que traían en la carga, pero las esperanzas de ser encontrados se esfumaron a poco más de una semana, cuando escucharon por una radio a transistores que ya no los estaban buscando. Los habían dado por perdidos.
“A los diez días, nos enteramos que el mundo nos había abandonado”, dijo al citado medio, por lo que ante una situación en la que morían más de sus compañeros, optaron por comer la carne de los fallecidos para sobrevivir, una decisión que atentó contra sus valores personales y la moral cristiana del colegio del que provenían los Old Christians. Pero no les quedaba de otra.
Los estudiantes de medicina Roberto Canessa y Gustavo Zerbino se encargaron de diseccionar los músculos con pedazos de vidrio, mientras que los primos Adolfo y Eduardo Strauch los ponían al sol para secarlos y luego repartirlos entre el grupo. Si bien, así lograron abastecerse con un cuerpo cada tres días, se sentían débiles y perdían peso aceleradamente. Se acababan las fuerzas para seguir luchando.
“La gente cree que éramos Los Pumas, pero nada que ver, éramos jugadores de colegio, ni siquiera atletas. Nos juntábamos dos veces por semana a jugar y punto. Es más, yo ni siquiera iba a jugar en Chile”, explicó Sáez, “de los 16 que nos salvamos, solo 5 iban a jugar el partido. Del colegio éramos nueve y otros siete ni siquiera iban a la escuela”.
Perdidos en la cordillera: en búsqueda de rescate
Con cada día que transcurría, se convencían más de que las posibilidades de ser encontrados eran nulas, por lo que decidieron tomar acciones y prepararon un equipamiento para enviar a tres corresponsales en búsqueda de ayuda: Fernando Parrado, Roberto Canessa y Antonio Vizintin.
Según recordó Sáez, él confeccionó un saco de dormir con los precarios materiales que tenía, mientras que el ingeniero Roy Harley les suministró una radio y Strauch construyó unos zapatos para la nieve a partir de los asientos del avión. También tomaron los cinturones de seguridad para usarlos como cuerdas para sujetarse y no morir en caída libre.
Así, enmendaron rumbo hacia la frontera de Chile. Y aunque Vizintin desistió al tercer día, debido a que las provisiones no eran suficientes para los tres y a que carecía de las condiciones físicas para seguir, aquello no detuvo a Parrado y Canessa, quienes escalaron más de 4.600 metros en la nieve para llegar a la cima y después bajar hacia un valle, repleto de árboles y pasto.
Fue en ese trayecto cuando se detuvieron en las orillas del Río Barroso durante la noche del 22 de diciembre, lugar en donde mientras buscaban leña para una fogata, divisaron por el otro lado a dos personas que caminaban junto a un rebaño de ovejas.
Una de ellas era Sergio Catalán, un arriero del sector, quien presumió que se trataba de los pasajeros desaparecidos y les lanzó una botella con un lápiz y un pedazo de papel en su interior, para que así pudieran comunicarse en medio del intenso sonido de las aguas.
“Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando (...) en él quedaron 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles”, escribió Parrado.
Frente a esta situación, Catalán y su hijo Juan de la Cruz se dirigieron a un cuartel de Carabineros en Puente Negro para alertarles sobre lo que pasaba y así dieran aviso para una nueva operación de rescate. El plan resultó exitoso.
“Nosotros hicimos que las cosas pasaran. Fuimos a buscar a los helicópteros, no fueron los helicópteros los que vinieron”, dijo Paéz a Infobae, para luego agregar que recién empezó a procesar lo ocurrido cuando salieron de la cordillera. Para él, “fue más doloroso cuando volví y me di cuenta de que (mis amigos que murieron) no estaban y no iban a regresar”.
Tras la heróica hazaña, los pasajeros entablaron una amistad cercana con Catalán, ya que él fue clave para que salieran con vida, tanto así, que cuando necesitó operarse de la cadera, entre todos reunieron fondos para pagarle la intervención quirúrgica. Y cuando murió a sus 91 años en 2020, Gustavo Zerbino viajó desde Uruguay hasta Chile para despedirlo y agradecerle por su ayuda, en nombre de los sobrevivientes del grupo.