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En Quartieri Spagnoli, otra zona histórica de Nápoles, se ubica este mural pintado en 1990.

Nápoles, el santuario de Maradona

Ubicado en pleno casco histórico de la ciudad, el bar Nilo conserva un altar y un mechón de pelos del astro argentino, por quien los napolitanos profesan una devoción hasta religiosa. El ex jugador, que ganó dos títulos locales y una Copa UEFA en el humilde club Nápoles, también tiene su homenaje a cielo abierto, con dos grandes murales.


Apenas abre la puerta del bar Nilo, un turista coge su cámara réflex, gira el foco y se apronta a pulsar el obturador. Atento, el joven que atiende la barra detiene en seco el ímpetu del recién llegado.

-No photo, no photo. One coffee- le avisa en un imperfecto inglés.

Pedir un café. Es la única regla que exige el Nilo, enclavado en el casco histórico de Nápoles, a cambio de una foto. Lo advierte también un papel, escrito en cuatro idiomas y pegado con scotch a los pies de la reliquia del bar: un altar dedicado a Diego Armando Maradona. "¿Sacaste la foto? Ahora tienes que tomarte un café", se lee en el texto en español.

El Nilo es el refugio de los hinchas del Nápoles, el equipo de fútbol que convirtió al astro argentino en un mito. El espacio, tan pequeño como el del Kiosko Roca de Punta Arenas, irradia pasión por los colores celestes. No hay sillas; los clientes se sirven de pie el espresso. Sólo saltan a la vista bufandas, botellas que forman la palabra "Forza Napoli", estatuillas de los jugadores actuales, portadas de diarios enmarcadas.

Adosado a la pared, en tanto, el altar de Maradona fue obra del delirio -porque sólo así se puede llamar- del dueño del bar, Bruno Alcidi, quien profesa un fervor religioso por la estrella refulgente del equipo de sus amores.

A cargo de la caja, Alcidi vigila con cara de pocos amigos a los extraños que ingresan a su picada sin pedir el café respectivo. Los que sí cumplen la norma, tratan de bebérselo pronto y luego se acercan a esta suerte de santuario popular: ahí se observa a Maradona en un retrato central, flanqueado por santos religiosos como San Pío y San Genaro, una figura del Papa Francisco, varios rosarios y hasta un llavero metálico de Eva Perón. A un costado, hay un cuadro con el Adán que pintó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, reemplazado por el "Dios del fútbol".

"¿Ves a ése que está ahí en la foto? Soy yo", susurra en italiano Bruno Alcidi, y apunta con el dedo índice la imagen del altar donde él, joven y apuesto, posa junto a su máximo ídolo. Fuera del bar, en tanto, la vida continúa frenética, y la peatonal Via San Biagio dei Librai, donde se ubica el Nilo, respira Maradona: ofrecen poleras estampadas con la cara del Pibe de Oro, camisetas del Nápoles con el histórico número 10 en el reverso y figuritas de arcilla con la silueta del ex futbolista.

El cabello de D10S

Lejos de la pobre versión que mostró en el Mundial de Rusia 2018, donde fue objeto de burlas y memes, la imagen de Maradona sigue viva en este puerto italiano con vista al mar Tirreno, propenso a terremotos y ruta obligada para ir a la mítica Pompeya. Además de futbolera, Nápoles es la ciudad más importante del sur de Italia, y decir sur en Italia comporta una identidad muy marcada: es el sur precario, rebelde, desgarbado, frente al norte próspero, respingado, solemne. Nápoles es la Italia que nadie quiere ver.

De ahí que el primer título nacional del club, en 1987, sea tan recordado aún en la ciudad. Con Maradona como director de orquesta, el Nápoles logró una hazaña deportiva que rebasó los límites del fútbol: era poner de rodillas al norte, y en el norte jugaban los poderosos Inter, Milan y Juventus. Se repitió el plato en 1990 y antes levantó la Copa UEFA de 1989.

Desde un comienzo, el argentino se sintió identificado con el aura decadente de la ciudad y con el origen social de los hinchas del club. "Quiero convertirme en el ídolo de los pibes pobres de Nápoles, porque son como era yo cuando vivía en Buenos Aires", declaró poco después de su presentación, en 1984, el pibe que se crió en Villa Fiorito, una población vulnerable del conurbano bonaerense.

Bruno Aldici, dueño del bar Nilo, conoce de memoria estas historias. Y es de esos hinchas que se lo perdonan todo; que rayan en la locura con tal de atesorar un rastro de su ídolo. En 1990, Aldici volvía a Nápoles tras presenciar la derrota 3-0 de su equipo ante el Milan, y tuvo la suerte de viajar en el mismo vuelo de Maradona. Apenas el avión tocó tierra, esperó que el futbolista saliera y se acercó a su asiento: rescató unos mechones de pelo del Diez y los guardó para callado en el papel celofán de su cajetilla de cigarrillos Marlboro. Ahora, los muestra en una vitrina, junto al altar.

-Ahí está ahora, es el pelo original de Diego Maradona, el cabello milagroso- explica el dueño, sin moverse de su escritorio.

Alcidi añadió otro objeto al altar: una cápsula de vidrio con un líquido azul que dice "lacrime napolitane 1991". Esta es, según ha contado el dueño del bar, una "referencia profana" al milagro de San Genaro, santo patrono de la ciudad, asesinado en el 305 d. C. De él aún se conserva su sangre reseca en una ampolla, y se licúa tres veces al año en la Catedral de Nápoles, en una ceremonia muy protocolar. "Es una ironía muy napolitana", ha dicho Alcidi, para quien la simbólica cápsula con las lágrimas representa "el dolor que sentimos cuando Maradona dejó la ciudad en 1991".

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Altar dedicado a Maradona en el bar Nilo.[/caption]

Si Maradona es el Cristo a venerar en el bar, el "anticristo" vendría a ser Gonzalo Higuaín, el mismo que tiró un penal a las nubes en la Copa América conquistada por Chile en 2015. Nadie en la ciudad, menos Alcidi, le perdona al argentino su vuelta de chaqueta: en julio de 2016, Higuaín cambió al Nápoles por la Juventus, y los hinchas celestes se sintieron heridos en su honor. Lo más suave que le dijeron fue traidor.

En el Nilo, de hecho, figura un cuadro con una bolsa de basura, que imita los colores blanco y negro de la camiseta de la Juventus, y adentro una foto de Higuaín. En la calle, el delantero argentino tampoco se salva del bullying: las tiendas de artesanía de la Via Biagio dei Librai venden rollos de confort con la cara de Higuaín y el epíteto "puzza di merda" que el lector se encargará de traducir.

Los murales que hablan

En Quartieri Spagnoli (Barrios Españoles), otra zona histórica de Nápoles, hay más huellas maradonianas: un enorme mural pintado en 1990. A este barrio se accede desde la concurrida Via Toledo, núcleo comercial de la ciudad y domicilio de varias pizzerías que le dan fama mundial a Nápoles.

Llegar al mural de Maradona puede ser una odisea si no hay internet en el celular. El barrio es un laberinto de calles angostas y edificios corroídos por el paso del tiempo. La gente cuelga la ropa en los tendederos de sus balcones, y por eso los turistas pasan con la cabeza hacia arriba. Los vecinos hablan fuerte, a veces gritan, y ni se inmutan cuando las motos, una tras otra y a toda velocidad, pasan casi rozándolos.

Basta dominar algunas simples palabras en italiano para encontrar el camino correcto a la obra. Hace dos años, la silueta de Maradona lucía descolorida, pero el restaurador Salvatore Iodice la dejó como nueva. El mural -diseñado por un joven del barrio, Mario Filardi- ocupa la fachada de un edificio de la calle Emanuele De Deo, y resulta curioso que el rostro del ex jugador argentino esté dibujado justo en la ventana del inmueble.

Sin embargo, hay otro mural más grande que el de Quartieri Spagnoli. Queda en la periferia de la ciudad, en el barrio obrero de San Giovanni, conocido como el "Bronx" de Nápoles. Es un sitio que no aparece en las guías turísticas, al que se llega por la Circumvesuviana, una línea de trenes que hace la ruta hacia Pompeya, la mítica ciudad enterrada por la erupción del volcán Vesubio.

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En el barrio obrero de San Giovanni, conocido como el "Bronx" de Nápoles, hay otro mural del ídolo.[/caption]

La Circumvesuviana responde a su fama de caótica. A bordo van turistas que se dirigen hacia Pompeya o a la Costa Amalfitana, pero con suerte alguien logra pillar un asiento desocupado. Los pasajeros viajan de pie y apenas logran afirmarse de un pilar entre la multitud. Se escuchan lenguas de diferentes latitudes. El Vesubio no asoma por la ventanilla. Hay mal olor y una sensación de ahogo, muy lejos de la comodidad que brindan líneas como Tren Italia.

Desde la estación Barra hay que caminar hasta la avenida principal del barrio, Viale Due Giugno. Da la impresión, a los ojos de un viajero circunstancial, de estar en un lugar con las carencias propias de un barrio latinoamericano. El imaginario de Europa no asoma por aquí: las casas son de material ligero, sin lujos, y tampoco anda mucha gente en la calle. Camino al mural hay que cruzar un paso nivel; hay varios almacenes, una que otra vulcanización y, por supuesto, pizzerías al paso.

Al final de Viale Due Giugno, tras una media hora de caminata, asoma el mural más grande dedicado al ídolo argentino. En rigor, son dos: en uno aparecen dos personas en primerísimo primer plano con el título "seres humanos", y al lado un retrato de Maradona con la leyenda "Dios humano". Ambos murales fueron inaugurados el año pasado, con motivo de la celebración de los 30 años del histórico título napolitano de 1987.

La pintura ocupa la cara completa de un bloque de departamentos, y muestra a un Maradona más actual, con barba blanca y mirada desafiante. La obra le pertenece al emblema del arte callejero en Nápoles y fanático del Pibe de Oro, Jorit Agoch. Es inevitable pensar, mientras se observa en silencio la magnitud de la obra, en su parecido con el Museo a Cielo Abierto de San Miguel. Maradona también tiene el suyo en esta ciudad, que le celebra hasta los escándalos.

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