Tenía todo en su contra. Se trataba de una ruina abandonada por décadas. El deterioro era la palabra que mejor definía su estado. Tanto así, que la cuadra de la calle San Martín donde se ubica debió ser clausurada para impedir el tránsito de peatones por riesgo de desprendimientos de la fachada. A pesar de ser “uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad de Santiago de finales del siglo XIX”, en palabras del Doctor en Arquitectura, José Rosas, era como un cadáver urbano que se descomponía a vista y paciencia de los ciudadanos. Cuesta creer que tenía categoría de Monumento Histórico desde 1981 y que se trataba de un diseño del arquitecto francés Lucien Hénault, contratado por el Estado chileno en la década de 1860 para reemplazar en la Universidad de Chile al también arquitecto francés, Claude Francois Brunet de Baines. Como dice Emilio de la Cerda, actual subsecretario del Patrimonio Cultural del Ministerio de las Culturas, en el libro Concurso Palacio Pereira, historia de una recuperación patrimonial (ARQ Ediciones, 2014), “la historia reciente del Palacio Pereira refleja con gráfica crudeza los equívocos de la protección del patrimonio construido en Chile durante los últimos 40 años. Solicitado en primera instancia su resguardo y el de su entorno al Consejo de Monumentos Nacionales (CMN) en 1967, esta mansión privada de fines del siglo XIX fue declarada finalmente como Monumento Histórico el 26 de noviembre de 1974, siendo desafectada de tal categoría menos de un año después, el 22 de agosto de 1975. Posteriormente, luego de múltiples gestiones y traspasos de propiedad, el edificio fue declarado por segunda vez y bajo la misma figura de protección el 28 de agosto de 1981. Desde entonces ha permanecido en idéntica condición legal siendo que, de manera casi irremediable, el inmueble ha seguido un derrotero paralelo de deterioro tan severo que gran parte de los atributos por los cuales fue protegido se han visto vulnerados o abiertamente han desaparecido”.
Eso no es todo. Desde que la propiedad fue comprada en 1981 por el empresario Raúl del Río, hubo once proyectos para transformar el palacio. El último de ellos, de 2009, logró que el CMN le aprobara el anteproyecto. Iba a ser una torre de 23 pisos que solo conservaba la fachada de esta joya arquitectónica. Es ahí donde la Dirección de Obras de la Municipalidad de Santiago se niega a aprobar el proyecto (se merecen una ovación), lo que lleva al dueño a protestar ante la Contraloría General de la República, la cual le da la razón a Del Río. Por suerte, en forma paralela, la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (la Dibam, hoy renombrada como Servicio Nacional del Patrimonio y parte del Ministerio de las Culturas), dirigida por Magdalena Krebs, y el equipo de Legado Bicentenario de Presidencia, estaban trabajando en la posibilidad de que el Estado comprara el palacio y lo restaurara, para que se convirtiera en sede la Dibam y del CMN, ya que esas instituciones estaban divididas en muchos edificios. Y así ocurrió. El Estado de Chile compró el Palacio Pereira al señor Del Río. Aleluya. Un verdadero milagro en la historia de tantos sacrilegios patrimoniales ocurridos en nuestro país.
Entonces, fue el turno del concurso para restaurar y añadir un edificio de altura similar al palacio. Se realizó en 2012, tuvo entre su jurado al Premio Nacional de Arquitectura, Juan Sabbagh y al presidente del Colegio de Arquitectos de ese momento, Luis Eduardo Bresciani P., y lo ganó un trío de destacados profesionales de la arquitectura: Cecilia Puga (actual directora del Museo Precolombino), Paula Velasco y Alberto Moletto, acompañados por Fernando Pérez Oyarzún (actual director del Museo Nacional de Bellas Artes) y Alan Chandler, como especialistas en Patrimonio.
Un equipo de lujo que planteó la recuperación de “los valores del edificio original, proponía un nuevo edificio en lenguaje contemporáneo que respetaba la unidad del conjunto, su patio central y la prestancia de las galerías interiores”, dice Cristóbal Molina, actual coordinador del Área de Arquitectura del Ministerio de las Culturas, en el libro Concursos de Arquitectura en Chile, su aporte al desarrollo cultural y a la calidad de vida (Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, 2015).
Un concepto que el equipo de arquitectos ganadores plasmó con profundidad en El arte de la negociación, su Memoria para el concurso. Y que se refleja, especialmente, en la cita que introduce el texto. “Una iglesia del siglo 11 puede haber sido ampliada o alterada en el siglo 12, 13, 14, 15, 16 o incluso en los siglos 17 y 18; pero cada cambio, cualquiera sea la historia que destruyó, dejó a la historia en un resquicio, y sobrevivió junto a al espíritu de los actos efectuados durante su remodelación. El resultado de todo esto a menudo fue un edificio en el cual los múltiples cambios, aunque visiblemente toscos, eran, por su mismo contraste, interesantes e instructivos y no inducían de ninguna manera a engaño”. La reflexión es de William Morris y pertenece a su Manifiesto de la Sociedad para la Protección de Edificios Antiguos de 1877. Morris, maestro del diseño textil y gran defensor de la conservación del patrimonio arquitectónico religioso y civil, es una figura inmensa en la historia de las artes visuales y el diseño industrial del siglo XIX. Y fue, sin duda, una brújula en el trabajo del equipo liderado por Cecilia Puga. “El Concurso Palacio Pereira ofrece un punto de partida desde el cual intentar una reconciliación entre dos posiciones potencialmente antagónicas –conservación y renovación–. El modo en el que estos dos conceptos se articulan en la intervención resulta crucial para inyectarle vida al edificio, envolviendo, protegiendo e incorporando su condición de ruina. Las dos posiciones –moderna y tradicional- inevitablemente se enfrentan en un punto físico, y este aspecto requiere del mayor cuidado”, dicen en su Memoria.
Pasaron algunos años más hasta que empezó la construcción. Otro milagro, pues muchos ganadores de concursos nacionales e internacionales de arquitectura en Chile nunca ven su obra realizada. Eso fue en 2016. “Empezamos a limpiar la fachada y nos dimos cuenta de que detrás del gris estaban todos los colores del edificio”, cuenta Alberto Moletto. “Analizamos los colores hasta entender cuál era la capa más antigua. Entonces, y esto es muy bonito, cuando la construcción del edificio parte, empieza por un lado la retroexcavadora cavando para hacer el hoyo para el edificio nuevo, y al mismo tiempo había unas cien personas trabajando con bisturí para eliminar las pinturas más nuevas hasta dejar la capa original”, complementa la arquitecta Paula Velasco.
Sin duda, una obra mayúscula por su prolijidad, por la investigación patrimonial y por el destino del edificio, es decir, convertirse en un regalo para la ciudad. Si a usted le parece que recuperar un edificio con este nivel de calidad no es suficiente regalo, podemos sumar que será sede de la convención constitucional y que, además, tendrá un café abierto a la ciudadanía, así como una serie de espacios de acceso público en el primer piso.
“Es un proyecto en el que estuvimos ocho años trabajando, de un aprendizaje enorme. Un proyecto de Estado que pasó por varios gobiernos, disciplinario, con un equipo técnico, (un edificio) que va a tener un rol público. De alguna manera, es construir ciudad”, explica Paula Velasco. Ella, junto a Cecilia Puga y las diseñadoras Carolina Delpiano y Alexandra Edwards se hicieron cargo de otra etapa fundamental: la habilitación del Palacio Pereira.
“Tenía sentido que esta nueva sede del Servicio Nacional del Patrimonio albergara lo mejor de nuestro patrimonio en muchos aspectos. Entonces hicimos un levantamiento de toda la historia del diseño chileno, que se conoce poco. Al mismo tiempo visitamos los depósitos de museos e instituciones que alberga el Servicio del Patrimonio, como el Museo de Bellas Artes, la Recoleta Dominica y la Biblioteca Nacional. Encontramos un cuadro de Pedro Lira de 12 metros de largo, enrollado; unas mesas altas y angostas que los Dominicos usaban para leer, que hubo que restaurar, lo que hicimos con Santiago Valdés, quien además nos proveyó de muebles de Cristián Valdés; unas mesas largas del Salón Gabriela Mistral de la Biblioteca Nacional, alucinantes; e invitamos a diseñadores y artistas, como Ignacia Murtagh y Matías Zegers junto a Alejandro Lüer, a trabajar el mobiliario específico de cada espacio”, explica Carolina Delpiano.
Sumemos a eso las sillas del arquitecto Juan Ignacio Baixas (la preciosa silla Puzzle, que es parte de la colección del MoMA), sillas y mesas del también arquitecto y diseñador Jaime Garretón (fundador de Muebles Singal), así como el trabajo en serigrafía del cielo de las tres grandes salas del segundo piso, que se hizo tabla por tabla (de madera de álamo original), obra de Alejandra Jobet y Neftalí Garrido.
No hay ángulo desde el cual se observe el Palacio Pereira y no resulte fantástico su relato, su proceso, las incontables horas de reflexión y trabajo, el cariño y esfuerzo puesto para lograr algo que parecía imposible: que una ruina degradada y abandonada se haya convertido en el ejercicio de restauración más importante en la historia de Chile.