El semáforo es un instrumento vital para el orden de las ciudades. No solo permite mejorar el flujo de tráfico en las calles, sino que además muchos accidentes se evitan gracias a que los conductores ceden a los semáforos y entregan las condiciones para que los peatones y los ciclistas puedan usar las vías públicas.
Por eso, no es extraño que antes de su uso fuera más bien caótica la dinámica vial. Situación que cambió en 1868, hace 150 años, cuando se instalaba en el exterior del Parlamento británico de Westminster, en Londres, el primer semáforo de la historia, obra del ingeniero J. P. Knight, que era especialista en señales de ferrocarril, su inspiración para esta innovación.
Lejos aún de la electricidad, el sistema funcionaba a gas e incluía un zumbido que al sonar dos veces indicaba que correspondía el paso por la avenida, y que al sonar una indicaba que era el turno de los peatones.
Posteriormente, en 1914, en Nueva York se instaló el primer semáforo moderno, inventado por Garrett Morgan. En 1920 se incluyó una luz ámbar, hoy amarilla. En 1953 surge el primero eléctrico y en 1961, en Alemania, nace el dispositivo que regulaba la circulación de los peatones.
Pieza clave
Gabriela Rosende, secretaria ejecutiva de la Comisión Nacional de Seguridad de Tránsito (Conaset), explica que el semáforo es el único elemento capaz de regular la operación de los cruces. "Según el último catastro, a nivel nacional existen 4.534 semáforos conectados a los sistemas de control de tránsito. En la Región Metropolitana hay 3.000 intersecciones en sistema", dice.
Alberto Escobar, gerente de Movilidad y Políticas Públicas de Automóvil Club de Chile, señala que se trata de una señal clave. "Es por lejos la más importante y la más flexible. Se puede intervenir, dejar intermitente, alargar o acortar dependiendo día y horario. Es la pieza clave del sistema vial. La otra gracia es que se entiende en todo el mundo de igual manera. Es una señal más universal que el idioma", explica Escobar.
El gerente de Movilidad y Políticas Públicas del Automóvil Club de Chile relata que no hay certeza acerca del primer semáforo en Chile, pero que estima que estos llegaron al país en 1926. "Solo tenían luz verde y roja, luego se incorpora la luz amarilla. Fue un gran avance".
Jaime Bravo, ingeniero en Tránsito y presidente de la Asociación Latinoamericana de Capacitación e Ingeniería Vial (Alci), comenta que su masificación en el país data de la década de los 60, debido al Mundial de Fútbol. "Había un corredor que iba desde el Parque O´Higgins y terminaba en el Estadio Nacional", señala.
Analfabetismo vial
La imprudencia del peatón es considerada una conducta de riesgo y un importante problema de salud a nivel mundial. En el año 2016 en Chile, 96 personas fallecieron por desobedecer la luz intermitente del semáforo y 1.815 por desobedecer la luz roja, según indican las estadísticas de Conaset.
El peatón chileno, dice Escobar, es un analfabeto vial. "El 90% no tiene conocimiento de las normas y señales del tránsito, un 20% de los peatones piensa que la luz roja es optativa. En Chile la amarilla significa pasar rápido y en todo el mundo es detenerse. Hay un error de concepto que se va perpetuando".
Para cambiar ese comportamiento, Escobar pide mayor control y rigurosidad en la renovación de la licencia. "Hasta hace algunos años, el examen en Chile era el más fácil del mundo. Hoy en día ha cambiado, hay niveles de rechazo de hasta 40%. El año 2016 se modificó el examen teórico y el 2017 el práctico. Es la crisis del sistema vial chileno, estamos estancados porque no fiscalizamos".
Bravo agrega que hay tantos semáforos que se le perdió el respeto. "En proporción, hay más que en Nueva York, Sao Paulo, Buenos Aires o Ciudad de México. El sistema chileno es arrítmico, no es armónico. Tenemos la mejor infraestructura vial de toda Latinoamérica, pero la tasa de mortalidad de peatones supera el 40%, cuando a nivel internacional no pasa de 25%".