Fotografía del 15 de noviembre

"Resist". "Resiste". ¿Pero resistir a qué? A todo el caos que hoy parece tumbar al planeta. Al avance de la ultraderecha, a la escalada del nacionalismo, a las fuerzas policiales, al control por parte de internet, al antisemitismo, al uso que Facebook hizo de información privada con afanes políticos y, por supuesto, a Donald Trump.

Está claro: Roger Waters tiene enemigos. Intenta subrayar que vivir en este mundo no es fácil, que estamos acorralados por amenazas diversas, que debemos abrir los ojos para identificar con claridad a los malos, tal como lo replicó en alta definición y efectos cromáticos en la pantalla que el 14 de noviembre cruzó el Estadio Nacional. O también en los rayados que exhibía ese cerdo rosado que por unos minutos sobrevoló las cabezas de la multitud congregada en el recinto, en su quinto concierto en Santiago. Y todo resumido en un sólo concepto: "Resiste".

El músico no elabora su discurso combativo en declaraciones colgadas en la web o en reuniones con los protagonistas de la coyuntura política; lo suyo es la espectacularidad, el asombro en escena, la fantasía que desde los 70 timbró como marca de fábrica junto a su exbanda, Pink Floyd. Critica la explotación capitalista, pero sus giras se nutren precisamente de las empresas y los sponsors que mueven los hilos del sistema; rechaza el control masivo de los gobiernos o las plataformas digitales sobre la vida cotidiana, pero en su espectáculo se erige como una figura de retórica abundante ante una masa que sigue exaltada cada una de sus palabras o sus movimientos.

¿Una contradicción? Es una forma de mirarlo. Otra manera es como de seguro lo hicieron las poco más de 50 mil personas que llegaron esa noche hasta Ñuñoa: Waters es hoy el gran emblema del creador que mezcla prédica política con monstruosidad escénica, como un héroe que recupera la polémica e insurrección del rock, extraviada desde hace décadas ante las corporaciones que lo reciclaron como producto comercial, y ante el dominio de géneros quizás dirigidos a la evasión, como el pop o la electrónica. Es un hombre propio del siglo XX espantando a los perversos del siglo XXI.

Sucedió en sus primeras fechas en Brasil, antes de desembarcar en Chile, cuando puso al actual mandatario de ese país, Jair Bolsonaro, en un listado de líderes globales que representaban al neofascismo. El público se dividió y renació el debate en torno al papel político de un artista; sobre todo al de un inglés opinando sobre lo que ocurre más al sur, en un territorio que no le pertenece. Y pasó también en Santiago, cuando tributó a Víctor Jara en pleno concierto, con la imagen del asesinado cantautor amplificada en la pantalla, mientras "El derecho de vivir en paz" sonaba de fondo.

Gran parte del público aplaudió, tal como lo hizo durante toda la velada, ante un montaje colosal, el mejor y más impresionante que pasó por el país durante este año, el megaevento que marcó el punto excluyente de la temporada de música en vivo en el país.

Waters es un hombre que se niega a resignarse ante el mundo tal como lo muestran las noticias. Y quiere compartir esa rabia en estadios de fútbol o en lugares donde apenas se alojará un par de horas. Finalmente, es un creador que, tal cual reza su palabra más utilizada en la escenografía de este tour, "resiste": a lo que sucede alrededor, al paso del tiempo, a pasar inadvertido, a ser uno más en un universo donde casi todos los grandes íconos del rock han ido desapareciendo.T

*Editor de Espectáculos de La Tercera