Scott Kelly: 340 días en el espacio
En 2015, este astronauta de la Nasa inició una estadía de poco más de un año en la Estación Internacional (EEI). Dio 5.440 vueltas a la Tierra. El objetivo era determinar el impacto de los vuelos de larga duración en el cuerpo. Este es un extracto de su nuevo libro, Resistencia, que sale a la venta la próxima semana y donde relata su día a día en órbita y el impacto de la misión en su vida familiar.
21 de junio de 2015
He soñado que Amiko venía a la EEI. No la esperaba, así que era una grata sorpresa. Estaba aquí por trabajo —preparaba un evento de relaciones públicas para Anton Shkaplerov— y le enseñaba la estación. Me gustaba poder darle la bienvenida a este lugar del que tanto le había hablado. Manteníamos una conversación sobre si cabríamos ambos en un solo camarote, y decidíamos que no. Al menos, no para dormir. Ella llevaba la misma ropa que cuando saltó en paracaídas desde un avión.
Como estoy solo en el sector estadounidense, puedo pasarme el día entero sin ver a nadie, a menos que tenga algún motivo para visitar a mis colegas rusos. De pronto ha desaparecido el parloteo de mis compañeros, y con él las conversaciones de cada uno de ellos con Tierra.
Agradezco la tranquilidad y la intimidad, un lujo raro aquí arriba.
Puedo poner música a todo volumen o disfrutar del silencio ininterrumpido.
Tengo todo el día puesta la CNN, al menos cuando los satélites se alinean, para que me haga compañía. A veces echo de menos tener a alguien con quien hablar, aunque solo sea para quejarme de nuestra exigente programación diaria o para hablar de lo que dicen en las noticias.
En un sentido más práctico, a menudo extraño tener algo de ayuda para algunas cosas. Muchas de las tareas de mi programación serían mucho más fáciles con otro par de manos en momentos clave. Mis jornadas laborales son más largas cuando lo hago todo solo. Los cosmonautas dejarían lo que estuviesen haciendo para ayudarme si lo necesitase, pero tienen sus propias obligaciones, y el delicado intercambio de trabajo, recursos y dinero entre nuestras dos agencias espaciales es complejo.
No quiero complicarlo más pidiendo ayuda gratis. Hoy es el cumpleaños de Guennadi, y lo celebramos con una cena especial en su honor. Le doy el regalo que me acordé de traer: una gorra de béisbol que lleva bordadas unas alas de piloto de la Marina estadounidense. Hoy también es el Día del Padre, así que acabamos hablando de nuestros hijos. Guennadi tiene tres hijas: dos ya mayores y una de 12 años, como Charlotte, además de una nieta que tiene casi la misma edad que su hija más pequeña.
Nos cuenta que lamenta haberse perdido la infancia de sus hijas por estar tan centrado en su trabajo. Explica que es un padre muy distinto ahora que cuando ellas eran más jóvenes. Ambos decimos que estamos deseando pasar más tiempo con nuestros hijos cuando volvamos.
Tras despedirnos al final de la velada, vuelvo a mi camarote y me encuentro un correo electrónico de Leslie, mi exmujer, lo cual no es habitual. Por lo general, no se comunica conmigo de forma directa. Me cuenta que ha hablado con la profesora de Charlotte. Unos días antes, iban a jugar a un juego en clase y le tocó a ella ser la primera en elegir a un compañero. Podía haber escogido a alguna de sus amigas, pero prefirió elegir a un compañero discapacitado al que nunca habían elegido en primer lugar para nada. La profesora se quedó tan impresionada que creó un premio especial para Charlotte por hacer siempre lo correcto. El mensaje de Leslie me hace sentir al mismo tiempo más cerca de la Tierra y también más lejos. Estoy a punto de soltar una lágrima.
Me levanto temprano a la mañana siguiente, a las seis, y salgo flotando de mi camarote. Atravieso el laboratorio y el nodo 1 y voy encendiendo las luces al pasar. Giro a la derecha, hacia el nodo 3, y me meto en el compartimento de residuos e higiene. Pero no lo pongo en funcionamiento: hoy es día de recogida de muestras científicas.
El proceso de orinar va a ser aún más complicado que de costumbre.
Cojo una bolsa de recogida de orina, de plástico transparente con un condón unido en un extremo. Me pongo el condón y lo envuelvo en vendas de malla para evitar fugas. Mientras orino, tengo que hacer la suficiente fuerza como para que se abra la válvula de la bolsa y permita que la orina fluya hacia el interior (sin la válvula, en efecto, saldría flotando). Pero cuesta hacer la fuerza suficiente como para abrir la válvula sin pasarse y provocar que la orina se escape del condón, y eso es exactamente lo que sucede. La orina empapa la gasa, y enseguida forma gotitas que flotan hacia las paredes. Tendré que limpiarlas luego. Cuando termino, me quito el condón tratando de que no se escape más líquido. Uso tubos de ensayo con émbolo para extraer tres muestras, escribo mis iniciales, la fecha y la hora, y escaneo sus códigos de barras para introducir la información en el sistema.
A continuación me dirijo al módulo japonés para colocar los tubos en uno de los congeladores. Tendré que repetir este proceso una y otra vez a lo largo de las siguientes 24 horas, cada vez que vaya a orinar.
Una vez obtenida la muestra de orina, voy al Columbus para sacarme mi propia sangre. Como la mayoría de los astronautas de la EEI, sé cómo hacerlo. En un principio les dije a los instructores de Houston que no sería capaz de clavar una aguja en mi propia vena, pero con algo de ayuda accedí a intentarlo y enseguida le cogí el tranquillo. Justo a tiempo, Guennadi aparece en el Columbus para ayudarme, a pesar de que anoche le dije que no era necesario. Limpio el punto en mi brazo derecho, donde he aprendido que la vena es mejor para la extracción. Usando la mano izquierda, perforo la piel e introduzco la aguja. En el soporte para tubos se ve un breve destello rojo, señal de que he acertado con la vena, pero cuando conecto el tubo de vacío no sale sangre. He debido de atravesar la vena. Esta ha quedado inutilizada para hoy, así que tendré que intentarlo de nuevo en el brazo izquierdo. Como es el único que me queda, le propongo a Guennadi que pruebe a hacerlo él.
Guennadi coge otra aguja mariposa y la conecta al soporte para tubos. Tras limpiar el punto en mi brazo izquierdo, apunta e inserta la aguja en la vena a la perfección. Pero la aguja no está bien conectada al soporte, por lo que la sangre se escapa, flotando en burbujas que se bambolean hasta acabar convertidas en esferas color carmín que se dispersan en todas las direcciones. De prisa, Guennadi ajusta la conexión mientras yo me estiro para atrapar con la mano algunas de las pompas de sangre antes de que se alejen flotando. Más tarde tendré que buscar y limpiar las que ahora no he podido atrapar. Por suerte, por lo general, estoy solo en el sector estadounidense, así que nadie se topará con una sangrienta sorpresa antes de que yo la encuentre.
Guennadi va cambiándolos una y otra vez hasta extraer 10 tubos de sangre. Le agradezco la ayuda y vuelve al módulo de servicio a desayunar. Coloco los tubos en la centrifugadora durante media hora, y después los meto en el congelador junto con las otras muestras.
Más tarde, ese mismo día, tomaré una muestra fecal; al día siguiente, de saliva y de piel. Repetiré todo este proceso cada pocas semanas a lo largo de lo que queda de año.
Durante la última semana he desarrollado una fea infección en una uña que se me ha incrustado en la piel del dedo pulgar del pie izquierdo. Durante el día, salvo que esté durmiendo, casi en todo momento tengo un pie o ambos enganchados a un tirador para mantenerme en el sitio, por lo que los pulgares de los pies son extraordinariamente importantes. No puedo permitirme que uno de ellos no esté operativo. Me lo estoy tratando con antibióticos tópicos —tenemos toda una farmacia aquí arriba— y vigilo de cerca su evolución.
El nivel de CO2 está mucho mejor ahora que soy el único que lo exhala en esta parte de la EEI. Mis dolores de cabeza y congestiones por poco han desaparecido, y noto cierta diferencia en mi estado de ánimo y capacidad cognitiva. Mientras dure, disfruto de este alivio temporal de los síntomas. Al mismo tiempo, me preocupa pensar que en tierra tal vez actúe como si ahora no hubiese ningún problema. Después llegará la siguiente tripulación y el ciclo volverá a comenzar.
Una de las ventajas de vivir en el espacio es que el ejercicio físico es parte de mi trabajo, no algo para lo que tenga que buscar un hueco antes o después de mi jornada laboral. (Por supuesto, eso mismo es también una de las desventajas: no hay excusas.) Si no hago ejercicio seis veces a la semana durante al menos dos horas al día sufriré una pérdida significativa de masa ósea (un uno por ciento al mes). Ha habido astronautas que se han roto la cadera tras viajes espaciales de larga duración y, puesto que el riesgo de muerte tras una fractura de cadera aumenta con la edad, la pérdida de masa ósea es uno de los mayores riesgos que este año en el espacio implicará para mi salud en el futuro.
Incluso con todo el ejercicio que practico perderé algo de masa ósea, y se sospecha que la estructura de los huesos cambia de forma permanente tras un viaje espacial de larga duración (esta es una de las muchas cuestiones médicas que el año que Misha y yo pasamos aquí ayudará a contestar). Nuestros cuerpos son lo bastante inteligentes como para deshacerse de lo que no necesitan, y el mío ha empezado a darse cuenta de que en ingravidez no necesita los huesos. Como no tenemos que soportar nuestro peso, también perdemos masa muscular.
A veces imagino que las generaciones futuras podrían tener que pasar la vida entera en el espacio, en cuyo caso no necesitarían los huesos para nada. Podrían vivir como invertebrados. Pero yo tengo intención de volver a la Tierra, así que hago ejercicio seis días a la semana.
Cuando llega el momento de hacer ejercicio, floto hasta el PMM, un módulo sin ventanas que usamos como si fuera un gran armario, para ponerme pantalones cortos, calcetines y una camiseta. El PMM siempre me recuerda al sótano de mis abuelos: es oscuro, sombrío y hay todo tipo de cosas por todas partes. La ropa que uso para hacer ejercicio tiene algo de olor, porque he estado usándola un par de semanas; aquí no hay lavandería, así que llevamos la ropa todo el tiempo que aguantemos y luego la tiramos. Me cuesta encontrar algo a lo que agarrarme con el pie mientras me cambio. La ropa está aún húmeda del ejercicio de ayer, lo que hace que ponérsela no sea agradable.
Entro en el módulo 3 y llego hasta la cinta de ejercicio. En el techo hay una correa que sostiene un par de zapatillas, un arnés y un monitor cardíaco para cada uno de nosotros. Cojo mis zapatillas de correr, me las pongo y me subo a la cinta, que está sujeta a la «pared», respecto de la mayoría de los demás equipos.
Me pongo el arnés, lo abrocho por la cintura y el pecho y lo engancho a la cuerda elástica que está sujeta a la cinta. Esto me mantiene en el sitio mientras corro (sin el arnés, saldría volando al dar el primer paso). Podemos ajustar la tensión de esta cuerda para controlar el peso que percibimos mientras corremos, aunque no podemos correr con nuestro peso corporal normal, ya que la presión sobre las caderas y los hombros sería demasiado dolorosa. Preparo el portátil que tengo delante y empiezo a ver un episodio de Juego de tronos.
Evité a propósito ver la serie cuando se emitió por primera vez y la gente hablaba de ella, porque sabía que necesitaría una buena cantidad de material de entretenimiento escapista para este año. Ahora estoy viendo la serie entera por segunda vez.
Resistencia
Autor: Scott Kelly.
Editorial: Debate.
Precio de venta: $ 16 mil.
Lanzamiento: 30 de marzo.
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