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Sergio Canals, siquiatra: "Estas crisis radicales sirven para reflexionar sobre quién es uno como ser humano y quién es el otro"

¿Qué habría pasado en Chile si no hubiera existido este estallido social? Más allá de ajustes y números, el siquiatra Sergio Canals dice que este evento abre una puerta para construir relaciones más solidarias y empáticas, porque ésta es una crisis ética y moral, además de social. También explica que, desde lo mental, esto se vive como cualquier trauma, con todas las etapas de duelo.


El siquiatra Sergio Canals dice que no quiere hacer un spoiler, así que no contará nada de la trama de El Guasón. Lo que sí dice es que esa película, estrenada hace casi un mes, podría haber servido a la élite política para que intuyera que había un malestar creciente en la población. Lo mismo la lectura: Canals cree que el filósofo esloveno Slavoj Žižek, autor de Sobre la violencia, entre otras obras, también le habría dado pistas de que algo venía, pero el siquiatra duda de que la élite sea muy lectora. "Yo creo que el arte y la cultura son capaces de anticipar y hacer una reflexión crítica de lo que podría suceder en el mundo", explica.

Eso no pasó. Y lo que se ha visto la última semana en Chile -a riesgo de spoiler- tiene similitudes con la mencionada película: un estallido social desatado. Con su ojo experto de 35 años de carrera, Canals -siquiatra infanto juvenil con diplomados en Filosofía y Teología- analiza lo que ha pasado.

"Hoy estamos en la etapa de la construcción de un relato con sentido, porque el ser humano necesita darle sentido a las cosas, necesita entender. Cuando uno habla del sentido se refiere a tres preguntas racionales: ¿por qué suceden las cosas?, ¿para qué?, y ¿para quiénes? Cuando se logra construir ese relato, la gente dice 'ah, ahora entiendo', porque lo que sucedió al principio fue leído como una ruptura radical de sentido donde todo se quebró catastróficamente".

-¿Cómo opera la sicología en un escenario como el que vivimos?

-Esto es igual que estar viviendo un trauma: las personas responden de acuerdo a las leyes de las crisis traumáticas y funcionan las etapas del duelo. Lo primero es la negación: no, no, no lo veo. De pronto, la evidencia y las redes hacen que la negación sea casi imposible. Cuando uno lo acepta, aparecen fenómenos asociados a la culpa: qué podría haber hecho o dicho, y que hoy ya no sirve. Yo creo que nuestra sociedad le hace el quite a la culpa y al perdón, no les gustan. Después viene la rabia, la ira: por qué me estás haciendo esto, la que se desplaza hacia quienes apunto como causantes. Y después aparecen la pena y los sentimientos que pueden oscilar hasta lo depresivo. Eso ocurre cuando no se resuelve bien la culpa, cuando un duelo no se hace bien.

-¿Hay una sintomatología asociada a eso?

-Puede aparecer estrés, lo que en siquiatría se llaman "los trastornos adaptativos": uno se adapta a una situación de amenaza y el estrés es una respuesta. Se manifiestan síntomas asociados a la ansiedad: te duele la cabeza, sientes que te cuesta respirar o andas pensando obsesivamente en el problema. Si la amenaza es controlada, la sintomatología debiera desaparecer, por eso es clave lo que está pasando en este momento de más calma. Pero tiempo después, incluso meses, puede existir el estrés postraumático, cuando uno revive los eventos de manera exagerada frente a diferentes estímulos y responde como si los estuviera viviendo de nuevo. Por ejemplo, lo que le ocurrió a algunas personas cuando vieron las tanquetas en la calle. Ahí funciona la memoria, que se conecta con algo anterior, y eso genera miedo.

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Sergio Canals

-¿Son sensaciones generalizables?

-No, depende del tipo de población. El martes en la tarde, en un sector de Las Condes de recursos bajos, donde trabajo con escolares, vi una plaza llena de familias y niños jugando porque no había clases, y todos estaban pasándolo bien. No tenían dónde comprar pan, pero se adaptaron rápidamente. Yo creo que las personas de los sectores de bajos recursos tienen una capacidad de adaptación y de ajuste mayor que los de sectores acomodados, porque ellos están más acostumbrados a la supervivencia directa. Yo fui tres días al banco porque necesito hacer un trámite y está cerrado, y eso qué le va a importar a la gente de La Pintana. Nada. A ellos les importa comer y que no haya balas locas, porque ellos tienen todos los días balas locas que matan gente. El verdadero shock está en estos niveles y uno tiene que asumir que vive en otra realidad.

-¿Cómo explica que nos haya sorprendido lo que ocurrió?

-En el libro El cisne negro, Nassim Nicholas dice que hay fenómenos que se mueven en la ley del cisne negro, aun en este mundo hiperconectado, lo que quiere decir que mientras no pasa algo, no existe. Lo que pasó en este nivel fue lo mismo: no vieron el descontento, entonces no existe. Pero ni siquiera miraron afuera, está pasando en Hong Kong, y por lo tanto no se prepararon.

-Pero había estudios que hablan del descontento por la desigualdad.

-Lo que pasa es que se produce otro fenómeno, que también está descrito. Uno de los problemas que contribuyen a estos estallidos sociales provocados por las injusticias es la aporofobia, el miedo irracional a la pobreza. ¿Por qué? Porque los pobres nunca te van a dar nada a ti, y es un mecanismo del ser humano esperar que, si te doy algo, en algún momento me devuelvas la mano. Es una mirada reduccionista sobre el ser humano.

-¿Cree que la élite chilena fue aporofóbica?

-Yo creo que es aporofóbica. Lo otro es la ceguera moral de la que habla el sociólogo polaco Zygmunt Bauman. Producto de mecanismos sicológicos internos, hay espacios de la vida que uno decide que no están sujetos a una evaluación moral sobre lo bueno y lo malo, entonces deja de mirar ese ámbito y se vuelve ciego. Hay gente radical que dice que el mercado es ciego moralmente (…) Luksic anunció que nadie ganará menos de 500 mil pesos en su empresa y para decir eso tiene que haber pensado: "Parece que no es tan bueno que alguien gane menos de 500 lucas", pero lo podría haber pensado mucho antes. A algunos empresarios se les olvida que el sentido último y primero de su quehacer es hacer el bien y contribuir al bien común. Aquí también tiene que haber una lectura desde lo ético y lo moral, de lo que es bueno y lo que es malo, pero al mercado le cuesta. Sin embargo, se nos olvida que el mercado son las personas, no es una entelequia.

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Vecinos cercanos al metro Santa Ana se organizaron y realizaron el retiro de las barricadas y escombros. Para Canals, estos días hubo atisbos de relaciones más solidarias. Foto: Francisco Castillo / AgenciaUno

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-¿Es este estallido producto de una crisis ética?

-Lo decía en la semana el arzobispo Chomalí: la crisis en el fondo es espiritual, ética y moral. Si esto de ponerse en el lugar del otro, donde el otro es más importante que yo, hubiera estado operando, mucho de lo que ha sucedido, desde la colusión, la corrupción y las injusticias, sería menor. ¿Y qué otros deben estar siempre primero? Los más pobres, los más frágiles, los más débiles, los que más necesitan. Levinas, filósofo de origen judío, tomó una frase de Dostoyevski, que dice "todos somos responsables de todos, ante todos, pero yo el primero de todos". ¿Qué significa de eso? ¿Quién es el responsable de los pobres? Todos, pero el primer responsable soy yo, por lo que he hecho, por lo que podría haber hecho, y por lo que no he hecho. Si eso funcionara en la empresa, donde el trabajador fuera primero, la relación para con el otro cambiaría. Y eso tiene que ver con la educación: la bondad, la caridad, la importancia del otro y el bien común se enseñan.

-¿Ve en esta crisis una oportunidad de encontrarse y de recuperar el sentido colectivo?

-Siempre está la opción de construir otro tipo de relaciones éticas y morales con el otro, y dentro de eso, los valores como ser solidarios, empáticos y bondadosos es una de las cosas fundamentales. Es una oportunidad, lógico, porque ha generado una cosa interesante: ¿de qué crees que se conversa a la hora de almuerzo o cuando vamos por un café? De esto. Hemos visto chispazos en estos días: ayudemos al otro, llevemos al que no tiene cómo movilizarse, los jóvenes limpiando estaciones de metro quemadas. Estas crisis radicales sirven para que uno reflexione quién soy yo como ser humano y quién es el otro, qué necesidades tiene y qué puedo hacer yo. Creo que si lo canalizamos bien, podemos dar un salto político en ese ámbito.

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Sergio Canals

-¿Cree que esta sociedad aprenda a decir "el otro primero"?

-¿Sabes quién lo va a aprender más rápido? Los niños y los jóvenes. Se supone que uno, que está en la edad mediana, ya debería haberlo aprendido. El problema es que uno lo aprende cuando se muere, en el último salto. Finalmente amar es botar el narcisismo natural y ser feliz cuando el otro primero está feliz. Ese es un esfuerzo gigantesco porque va contra la naturaleza, que está dirigida al yo como lo más importante. Desde ese punto de vista, lo que planteas es clave porque tal vez esto era necesario que pasara, lo que puede ser leído como avalando la violencia, pero no lo es. Lo que sucedió esta semana generó una nueva agenda social y una mirada distinta sobre los otros, que los empresarios sí la van a tener que adoptar, ya sea por el miedo o por un ajuste mental. Esta es la oportunidad de que aparezca el otro, como persona, con su dignidad absoluta y su alteridad. ¿Cuándo se va a repetir una oportunidad así?

-Es una lección difícil.

-Sí, pero se está produciendo involuntariamente también, no sólo racionalmente de manera cognitiva. La gente no sólo aprende con la reflexión, sino también intuitivamente, con la experiencia, a través del contagio emocional. Se está produciendo un aprendizaje adaptativo de supervivencia, porque es necesario que así ocurra.

-¿Y qué reflexión hace sobre la violencia de estos días?

-Hay distintos planos de violencia. La simbólica, del lenguaje -como la frase "sabíamos que había desigualdad, pero no sabíamos que les molestaba tanto"-. También violencia sistémica, como las desigualdades, que son la causa primaria de la otra violencia. Cuando se dan las condiciones necesarias explosivas, emerge la violencia vandálica, destructora, que no respeta lugares físicos, ni bienes públicos ni a otras personas. Cuando se manifiesta, aparecen también los contagios emocionales grupales, donde se pierde la capacidad de reflexión sobre lo que se está haciendo. Es lo que se llama violencia caliente emocional, sin control reflexivo y, generalmente, concierne a personas con características de personalidad anómica y nihilista, que no le encuentran sentido a la vida y lo buscan con su comportamiento, porque piensan que la sociedad no le dio opciones para una vida con sentido. Ahí aparecen los más impulsivos, los más alterados y los delincuentes.

El cerebro juvenil

-¿Cómo explica que los jóvenes llevaran la batuta en este estallido?

-Los jóvenes viven en una permanente epopeya, como todos cuando fuimos jóvenes. Una aventura que están construyendo en una lucha, ya sea contra la injusticia o contra el poder, y eso es permanente de ellos. Por lo tanto, esto de enfrentar a los militares, de salir y desafiar el toque de queda, es inherente a su forma de ser. Desafían el riesgo, aun el riesgo de salir heridos y de la muerte, pero en esta etapa es imposible que a ellos les pase algo como eso, porque son dioses; uno también sintió que nunca le va a pasar nada. Esto es para ellos una aventura heroica. El joven, en los eventos violentos cuando destruye o está quemando algo, lo hace porque representa al poder: no está quemando el Metro ni un hotel, sino que a todo lo que simbolizan los dueños. Por lo tanto, es un grupo que debe ser mirado sicológicamente desde otro ángulo, no generalizable con la señora de 50 años; ellos son un grupo especial. Sí puede ser generalizable con los jóvenes en Hong Kong o en Cataluña y en el cómo partió este movimiento.

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Sergio Canals

-¿Tiene alguna lógica su comportamiento?

-Si lo vemos desde la neurobiología, lo que sucede en la adolescencia es que los controles racionales top down que están en el sistema prefrontal son incapaces de regular los controles bottom up, que son los emocionales, donde se busca el riesgo, la novedad, las emociones extremas. Aunque cognitivamente saben lo que está mal, es mucho más poderoso el riesgo. Entonces, qué más entretenido que saltarse la barrera del Metro. Había un video de una estudiante que bailaba sobre un torniquete, "a ver qué me hacen". Está estudiado que cuando hay fenómenos grupales tiene que haber un líder o dos que son los más impulsivos, los que toman más riesgo y que generan este contagio donde la personalidad de cada uno se disuelve en la acción masiva. La identidad personal no es, y cuando uno ya no es, ¿es culpable?: no; y si son todos culpables, nadie es culpable. Es la masa completa. En el fondo, los adolescentes son una especie de dioses de lo imposible, en una aventura permanente. Los más grandes tienen que acordarse de la película Busco mi camino, del camino infinito desafiando todo.

-¿El mundo adulto sabe digerir ese comportamiento de los jóvenes?

-Esta nueva generación se mueve, según Bauman, en una sociedad líquida donde lo único constante es el cambio, y sumando eso a la revolución digital, las relaciones personales se han fragilizado y uno como adulto se siente abrumado, no va a la velocidad de ellos -salvo los padres muy jóvenes- y nos cuesta entenderlos. Entonces, esta generación es calificada de irresponsable, que no piensa, pero no nos damos cuenta de que es una nueva generación. Ya no va a ser nunca más la de antes.

-¿Cómo se les explica a los niños más chicos lo que está pasando?

-Las cosas se cuentan de acuerdo a la etapa del desarrollo. A los 5 años no le voy a hacer una reflexión sobre la inequidad y la justicia; después de los 7 y 8 años, el desarrollo moral de los niños sobre lo bueno y lo malo ya se está construyendo, y es necesario en estos relatos hablarles de lo que está bien y está mal, y que nunca va a ser buena la violencia, quemar, destruir, como tampoco es bueno que la mamá tenga que viajar dos horas en Transantiago para llegar a su lugar de trabajo o que el sueldo que gana no le sirva para vivir con una dignidad básica. Los niños necesitan un relato con un fondo ético, porque la raíz de lo que estamos viendo habría que localizarla en una especie de fractura del alma, un problema ético y moral que radica en un humanismo de indiferencia por el otro.

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