Un doble atentado y 77 muertos: en la mente del neonazi noruego tras las masacres de Utoya y Oslo
Detonó una bomba en la capital de Noruega y luego fue a un campamento juvenil para asesinar. Acá, la historia de los ataques que Anders Breivik cometió en 2011.
Solo bastó un día para que el terrorista noruego Anders Breivik efectuara dos ataques seguidos que acabaron con las vidas de 77 personas y dejaron más de 200 heridos, varios de ellos en estados de gravedad y con consecuencias de por vida.
Ese viernes 22 de julio de 2011, el neonazi hizo estallar una bomba en una furgoneta que posicionó en un estacionamiento del distrito gubernamental de Oslo, donde operan las autoridades del país escandinavo.
Ahí murieron 8 transeúntes por el impacto. Y mientras el entorno se llenaba de fuego y llamadas desesperadas de civiles, él se dirigía en otro vehículo a la isla de Utoya, vestido con prendas que aparentaban ser las de la policía, pero que eran falsas.
En dicho lugar se estaba realizando un campamento de las juventudes del Partido Laborista noruego, el mismo al que pertenecía el entonces primer ministro del territorio, Jens Stoltenberg.
Con un chaleco antibalas, un cóctel de municiones, un fusil de combate y una pistola, entre otras armas letales, el objetivo de Breivik era claro: asesinar a quienes se encontraban ahí.
Como es de esperar, la mayoría eran adolescentes y familiares de dirigentes relacionados a ese sector político.
La cifra de muertes en Utoya fue de 69 personas, quienes corrieron entre las carpas y bosques de la isla mientras el asesino los perseguía disparando a sangre fría para acribillarlos.
Quién es Anders Breivik, el terrorista de Utoya y Oslo
La periodista noruega Asne Seierstad escribió un libro llamado One of Us: The Story of Anders Breivik and the Massacre in Norway (Little, Brown, 2015) en el que aborda la historia del autor de los atentados y cómo fueron las masacres.
Para ese trabajo, la reportera revisó los registros policiales y realizó múltiples entrevistas con personas implicadas en los eventos, tales como víctimas que sobrevivieron y familiares de los fallecidos.
Según las informaciones que rescató, Breivik creció en una zona acomodada de Oslo, pero su vida familiar fue compleja desde un principio.
Era un bebé cuando sus padres se divorciaron y tras la separación, el contacto con su progenitor —un diplomático— fue escaso.
Aquello llevó a que él y su media hermana se quedaran con su madre, una mujer con complicaciones derivadas de una depresión que en un momento pensó en llevarlos a ambos a un orfanato.
Así, podrían “irse al diablo”, como le dijo a un funcionario de un centro de protección de menores, según declaraciones rescatadas por The Guardian.
Sin embargo, Breivik permaneció con ella. Y durante su crecimiento, mantuvo conductas agresivas.
No solo acosaba a su hermana, sino que también atacaba a los animales que se encontraba.
Asimismo, sus intentos de hacer amigos fallaban constantemente.
En un momento, logró unirse a un grupo de grafiteros y se puso la meta de ser el mejor de Oslo en ese ámbito, pero rápidamente fue expulsado por sus actitudes narcisistas, las cuales molestaron a sus compañeros.
Uno de los pocos amigos que tuvo durante su infancia fue un hijo de inmigrantes de Medio Oriente llamado Ahmed. De hecho, admiraba a ciertos jóvenes de esa ascendencia que conocía en la calle, debido a que los consideraba rudos.
Incluso, trató de imitar su jerga y su forma de vestir, pero los niños de origen noruego se burlaron de él y luego dejó de tener contacto con Ahmed.
Informaciones rescatadas por El País detallan que también tuvo una amiga llamada Eva, hija de exiliados chilenos.
Cuando terminó el colegio, Breivik buscó maneras de hacer dinero rápido, hasta el punto en que durante un periodo vendió diplomas universitarios falsos en internet.
A pesar de que así consiguió ganancias monetarias, posteriormente dejó ese fraudulento negocio por el riesgo a ser descubierto.
Sus planes fracasaban y sentía que era excluido de la sociedad. También fue parte de un movimiento masónico que en un inicio le pareció atractivo, pero después de que un pariente lo presentara, le pareció aburrido y nunca asistió a las reuniones.
Fue ahí cuando empezó a interesarse en la política y a simpatizar con las ideas del Partido por el Progreso, un grupo de derecha con un fuerte discurso anti-inmigración.
El nuevo objetivo de Breivik era ser elegido como candidato a concejal, para así frenar un imaginario al que se refirió como “la islamización” de Noruega y el resto de Europa.
Por supuesto, adoptó esas ideas junto a un fuerte odio hacia los extranjeros y comenzó a entrenarse de forma inusual con armamento militar.
Todas esas características, en suma, llevaron a que fuese considerado como un extraño incluso dentro del mismo partido, por lo que —en contraposición a lo que él anhelaba— no le pidieron que se presentara en elecciones del movimiento.
Sus planes en la vida amorosa tampoco dieron frutos. Trató de tener una novia de Bielorrusia que contactó a la distancia, pero el vínculo no prosperó.
Personas que lo conocían de cerca dijeron que Breivik —antes de realizar las masacres— solía preocuparse por sus vestimentas y le gustaba maquillarse. Algunos pensaron que probablemente no era heterosexual, pero él siempre lo negó rotundamente y afirmaba tener éxito en el contacto con mujeres.
En medio de un escenario en el que veía como todos sus anhelos se desmoronaban, buscó un espacio en la internet y empezó a destinar la mayor parte de su tiempo a videojuegos como World of Warcraft.
Dentro de ese mundo de fantasía en el que se desarrollan guerras épicas en línea, él se hacía llamar “Andersnordic”.
La investigación de Seierstad, la escritora del libro sobre su vida y los atentados, detalló que su personaje de “gran cuerpo iba vestido con un traje de caballero con piedras preciosas cosidas al pecho y enormes hombreras”.
No obstante, tampoco encajó en la convivencia con otros usuarios, debido a que les desagradaban sus comentarios y las teorías conspirativas a las que se refería.
Aún así, siguió jugando por su cuenta. Y con el paso del tiempo, ya por el 2006, se obsesionó con la idea de que Occidente estaba en guerra contra el Islam, la cual fomentaba leyendo sitios de caracter neonazi en la red.
Junto con ello, inventó que lideraba una orden a la que llamó “Caballeros templarios”, de la cual él era el supuesto “justiciero caballero comandante”.
Él mismo decía que sus enemigos eran el “marxismo cultural”, el “multiculturalismo” y las “élites culturales” que favorecían a la “islamización”.
Con esas ideas racistas y violentas en su cabeza, arrendó una granja ubicada en las afueras de Oslo y construyó una bomba que después puso dentro de una furgoneta para que explotaran en conjunto.
De la misma manera, adquirió un arsenal de armas de guerra para atacar a los jóvenes laboristas que fueron al campamento de Utoya.
Antes de partir a desencadenar ambas masacres, específicamente a las 12:51, envió por correo electrónico a miles de “patriotas occidentales” un autodenominado manifiesto sobre “la islamización de Europa Occidental”.
Luego, efectuó los dos atentados que dejaron 77 muertos: la explosión de la furgoneta con la bomba en el distrito gubernamental de Oslo y las balaceras con armas de fuego en la isla.
Después de que la policía se enterara del segundo ataque, fueron hasta allí y lograron detenerlo. Lucía una vestimenta similar a las de los agentes especiales, aunque tal como se mencionaba más arriba, era falsa.
Qué ocurrió tras los atentados
Para su defensa, Breivik escogió a un abogado llamado Geir Lippestad, quien en 2001 se hizo conocido por defender a un neonazi que asesinó a un joven africano-noruego de 15 años, Benjamin Harmansen.
Finalmente, el acusado fue condenado a 15 años de prisión por ese crimen.
Pero más allá de la complejidad de ambos casos en términos judiciales, la mayor dificultad para Lippestad fue que él era parte de un grupo que Breivik odiaba explícitamente: el de militantes del Partido Laborista.
Durante el juicio, él y su familia recibieron constantes amenazas porque defendía al autor de los crímenes de Oslo y Utoya en los tribunales. También pintaron esvásticas en su casa por relacionarlo con el extremismo.
Más adelante, él mismo reafirmó públicamente en una entrevista con Le Monde que solo cumplía con su trabajo y que no compartía las ideas supremacistas de Breivik.
“Siento como si hubiera perdido mi alma en este caso. Espero recuperarla en el mismo estado una vez que haya concluido”, dijo cuando sus operaciones ya habían terminado.
A ello se le suma que el juicio desató varias complicaciones. Por un lado, se criticaba a las autoridades por no haber detenido al asesino a tiempo, mientras que por otro, Breivik mantenía una actitud desafiante.
Incluso, en el tribunal se atrevió a levantar el brazo de forma recta y hacia adelante, una acción simbólica vinculada a los horrendos crímenes de Adolf Hitler y sus seguidores durante la Alemania nazi.
Inicialmente, los peritos determinaron a partir de sus testimonios que Breivik tenía problemas mentales —lo que se traducía en que fuese internado un psiquiátrico— , pero finalmente se concluyó que sus actos fueron en un estado consciente y de forma deliberada.
Pese a aquello, él no mostró signos de arrepentimiento durante el proceso judicial, en el cual también entregaron sus testimonios algunos sobrevivientes a los ataques de Utoya.
Anders Behring Breivik, quien hoy tiene 41 años de edad, quedó con una sentencia de 21 años de cárcel que sigue cumpliendo hasta la actualidad. Dicha pena es la más larga del país escandinavo y puede ampliarse si los especialistas lo siguen considerando una amenaza para la sociedad.
Y en agosto de 2023, demandó al Estado de Noruega con otro abogado, Oeystein Storrvik, bajo el argumento de que “ha estado en un aislamiento extremo durante 11 años y no tiene contactos con otras personas, excepto con sus guardias”.
La película 22 de julio (2018) disponible en Netflix se basa en el libro de Asne Seierstad retrata con mayor detalle cómo fueron los ataques en el distrito gubernamental de Oslo y el campamento de los jóvenes laboristas en Utoya.
Revisa un tráiler del filme a continuación.
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