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En la cena, Josefina Mena le daba de comer a su hija Amelia De la Calle (4). Mientras, en la televisión pasaban dibujos animados donde los personajes conversaban sobre el calentamiento global: uno explicaba que como ya no llovía, no existirían árboles; y que sin éstos no habría tampoco animales; y sin animales no tendríamos qué comer los humanos. Amelia quitó la vista de la pantalla y preguntó: "¿Mamá, qué vamos a hacer cuando se acabe el mundo?".
Este miedo al futuro medioambiental de Amelia tiene nombre: ecofobia, ecoansiedad o ecodepresión. En los 90, fue el académico David Sobel, de Antioch University New England, quien primero definió el concepto en su libro
Beyond Ecophobia
. Allí describió la situación en la que vivían los niños con temor a los problemas ecológicos y desastres naturales. En esa época, la preocupación era por la destrucción de las selvas; hoy -según el mismo especialista- ese sentimiento es por los riesgos de la emergencia climática.
Según la Asociación Estadounidense de Psicología (APA), los niños pertenecen al grupo más susceptible de sufrir efectos sicológicos por el cambio climático. El estudio “Salud mental y el cambio climático” (2017), de esta organización, señala que los temores de los niños sobre la emergencia climática giran en torno a efectos futuros desconocidos; y pueden verse reflejados en comportamientos obsesivos compulsivos, como recoger cada pedazo de basura en la calle o suponer siempre escenarios fatalistas. En los casos de mayor estrés, podría generar cambios en la memoria, toma de decisiones y rendimiento escolar.
La antropóloga Liliana Morawietz, investigadora del CIAE de la Universidad de Chile, cree que a los niños les entregan hoy información sobre el cambio climático que los angustia. “La información que se les entrega del tema tiene que ser más habilitante que angustiante”, advierte.
“Las nuevas generaciones son más sensibles. Los niños tienen opinión y una reflexión concreta”, agrega la sicóloga Bárbara Olivares. “La ansiedad siempre está dando vueltas, pero ahora está vinculada a lo ambiental. La ansiedad y la angustia circulan por ahí”.
Según una encuesta de Unicef a 13.600 jóvenes de más de 23 países de Europa, el cambio climático es -después de la violencia- el mayor miedo de los niños y adolescentes europeos.
En nuestro país no existen cifras al respecto, pero un estudio realizado por la consultora WIN Internacional en 8 países de América -Canadá, Estados Unidos, México, Ecuador, Perú, Argentina, Brasil y Chile- preguntó a padres de niños entre 3 y 13 años por su educación medioambiental. Ahí los menores chilenos destacaron en la región por comportamientos como apagar las luces que no ocupan, evitar el uso de demasiada agua u ocupar la bicicleta y caminar para ir al colegio.
Orestes Ayala (12) es un niño en ese caso. Participa en una organización de reforestación -Maleza Nativa- y está muy informado sobre el daño de los combustibles fósiles y el efecto invernadero. Por su parte, Agustina De la Jara (4) entiende que la energía eólica es energía limpia. A Isabella Pegoraro (8) la inquieta el cierre de las centrales de carbón y el derretimiento de los polos. “Si no respetamos al planeta, moriremos”, dice indignada.
Agustín Hernández (6) es fanático de los programas de animales. Su favorito es
Nuestro Planeta
, serie de documentales de Netflix que muestra distintos escenarios naturales de la Tierra, además de llamar a cuidar el medioambiente. “Cuando lo vio, quedó abrumado de pena por lo que podía pasarles a los animales”, cuenta su madre, María Jesús Lorca. Días más tarde, el niño le pidió que se acabaran los baños de tina: prefería darse duchas para ahorrar agua.
“Son niños criados en un contexto de mucha información, con acceso a divulgación científica todos los días”, señala Bárbara Olivares.
En la sala de clases también se visibiliza esta nueva preocupación y presenta un desafío para los educadores. En el liceo San Francisco, de San Ramón, los problemas medioambientales se han tomado la oración matutina. “Cuando hacemos las peticiones, levantan la mano y cuentan lo que ven en las noticias. Piden por la Amazonía o porque las personas tengan conciencia”, dice el profesor Ángel Utreras. En la escuela Nuestra Señora del Carmen, Johanna Carvajal -profesora de Ciencias Naturales- también ve esta creciente preocupación: “Tía, después no vamos a tener oxígeno”, le dicen los estudiantes. Frente a las explicaciones que les piden, en el Complejo Educacional Monseñor Luis Arturo Pérez desarrollaron una metodología: “Convertimos un tema en una noticia -la falta de agua, por ejemplo-, se explica por qué ocurre y luego se reflexiona”, cuenta la educadora Daniela Pereira.
Cómo hablarles
“Mamá, estoy preocupada porque la Tierra está enferma", le ha dicho Agustina (4) más de una vez a su madre, Marcela Mahaluf. Como familia han decidido explicarle a su hija lo que está pasando y las posibles soluciones. La han acercado a la naturaleza para que “aprenda a amar y respetar lo que la rodea”, dice Mahaluf. La niña hoy entiende la importancia de los árboles y las abejas.
Según una publicación de la académica de la Universidad de Colorado, Diane McKnight, la mejor manera de sobrellevar la ansiedad ambiental en los niños es desarrollando empatía con su entorno natural: “Las experiencias que proporcionan una comprensión personal del conocimiento ecológico son reconocidas como centrales en la primera fase de la educación ambiental”. En el libro
Beyond Ecophobia
, el académico David Sobel propone:
“Necesitamos darles el tiempo de conectar con la naturaleza y amar la Tierra antes de pedirles que la salven”.
Liliana Morawietz explica que dar una mirada catastrófica -como decir “nos vamos a quedar sin selva”- puede tener consecuencias negativas en los niños. Para ella, la forma más sencilla de llevar los temas medioambientales a los niños es de manera práctica. “Llevarlos a ver la plantita en el patio para que entiendan que en este momento de la primavera aparecen los brotes, cómo es la historia de esa semilla y cómo las plantas controlan la emisión de gases de carbono”.
Ximena Mateluna, sicóloga de la UDP, dice que primero hay que escuchar a los niños: “Ellos no se van a sentar a explicarles a sus papás lo que les pasa; sino que van a contar lo que soñaron o lo que un niño del colegio les dijo”. Una vez identificado el miedo, lo fundamental es entregarles sensaciones positivas y de seguridad. “Por ejemplo, un niño preocupado por los incendios en la Amazonía está diciendo directamente que cree que algo que pasa en el mundo lo puede afectar a él y a su familia. ¿Cómo ayudarlo? No diciéndole que es raro lo que está pensando, sino entendiéndolo y planteándole que hay mucha gente que se está movilizando para que esto se apague pronto”.