Comercio se enfrenta al complejo manejo del aforo reducido
Mientras que en Independencia y Patronato los locatarios se quejan de que las personas entran sin mascarilla y no respetan su turno, en la zona de restaurantes de Manuel Montt aplauden el autocuidado de sus clientes y trabajadores.
Son pasadas las 10:30 horas de un viernes de diciembre y en el Barrio Las Telas, de Independencia, los locatarios y locatarias se preparan para enfrentar el día: instalan carteles, suben y bajan telas desde los estantes, cortan retazos. Es un día más trabajando en un contexto de pandemia que desde hace más de un año los ha obligado a actuar con rapidez y adaptarse a un escenario cambiante y de incertidumbre.
Aunque hay quienes están visiblemente agitados y agitadas y no quieren que se les interrumpa en su rutina diaria de trabajo, a otros y otras se les ve actuando con mayor tranquilidad; tras permanecer meses con sus tiendas cerradas por las cuarentenas en 2020 creen que, de alguna manera y pese a los conflictos y dificultades a los que aún deben ponerle el hombro, han encontrado cierta estabilidad luego de tiempos turbulentos.
“Al principio era caótico cuando recién volvimos a abrir, porque todo el mundo necesitaba comprar telas”, cuenta Graciela Valdés, trabajadora de Telas Gold. “Era caótico: filas que llegaban afuera, pero una vez que se fue normalizando la situación, las clientas comenzaron a comprar sus telitas, sus insumos para sus pymes, se empezó a calmar. En época de Navidad acá está vacío, porque la gente ya no anda comprando telas; ya compró lo que necesitaba para renovar las cortinas del living o el tapiz del sillón, y las clientas ya hicieron sus trabajos para vender en sus ferias navideñas”, añade Valdés.
“Cuando se hizo la primera apertura, la gente vino en choclón, entonces era difícil realizar un control más exhaustivo. Pero ahora, después de que empezó a flexibilizarse la cuarentena, el público empezó a venir menos. Entonces esas filas interminables que se hacían ya no eran como en un principio”, comenta Claudio Melo, de Decotelas. “Cuando estuvimos en cuarentena total las ventas se mermaron, pero ya ahora con la apertura tomaron su rumbo normal. Y en esta fecha es súper bajo. Llevamos 12 años y siempre en diciembre bajan”.
Toda la Región Metropolitana, de acuerdo con el Plan Paso a Paso implementado por el Gobierno para frenar el avance del Covid-19 en el país, está en fase de Apertura Inicial. Esto, para los locales comerciales, significa que deben cumplir con un protocolo de funcionamiento que consta, principalmente, de tres elementos: un aforo total que cumpla con una persona cada cuatro metros cuadrados (acá se incluye a los trabajadores); entregarles alcohol gel a cada uno de los clientes y tomarles la temperatura.
Los locatarios de Independencia tienen clarísimas estas normas. La gran mayoría de las tiendas, en sus vitrinas, tienen un cartel que indica el aforo máximo del lugar —casi siempre entre dos y cuatro personas— para que los clientes sepan cuándo pueden entrar. Además, en muchos locales se instalaron cuerdas o cadenas que cruzan las puertas de entrada para que, desde ahí, se forme una fila y quienes quieran entrar esperen su turno.
Sin embargo, comentan algunos, algo exasperados, esto último les ha traído conflictos.
“Como la tienda no es tan grande, pero tampoco es pequeña, permitimos entrar de a dos personas, porque además trabajamos mi compañera y yo. Pero la gente se molesta, quiere pasar a montones”, reconoce Graciela Valdés.
“Al principio, cuando estábamos recién empezando la pandemia, la gente sí era muy respetuosa. La gente sí andaba con la mascarilla, con doble mascarilla a veces; dejaban que uno les aplicara alcohol gel y además andaban con su propia botellita. Ahora es terrible: llegan personas sin su cubrebocas, o que lo andan trayendo en el cuello, o lo llevan puesto pero con la nariz descubierta”, detalla la trabajadora. Luego añade: “Si tú le vas a decir algo amenazan con irse, se enojan, te dicen garabatos y te tratan mal. A mí la verdad que me da lo mismo, porque yo no voy a permitir que entre alguien sin mascarilla o que no quiera echarse alcohol o tomarse la temperatura”.
“Esto ha sido más recurrente ahora que la gente se ha relajado”, prosigue. Una frase que, entre otros locatarios y locatarias, se repite constantemente.
El dueño de Textil Jara Fraile coincide en que “la gente se molesta, pero uno les dice que es por el bien de todos”. A diferencia de muchos de sus colegas que destacan haber encontrado cierta normalidad en su flujo, dice que sus ventas han bajado un 90% en estos casi dos años desde la llegada del covid-19 a Chile. La razón: comercializa, entre otros, cuellos para hacer poleras de uniformes escolares. “A mí todo esto de la pandemia me ha afectado mucho. Porque si no hay colegio, yo no vendo. Entonces esperamos que el próximo año bajen todos los contagios y sí o sí los niños vayan a la escuela presencialmente. Tengo la esperanza de que este año se pueda vender algo”, dice.
El disgusto de Patronato
En Barrio Patronato pasa prácticamente lo mismo que en Independencia: se vieron obligados a cerrar sus tiendas durante meses —tiempo en el que muchos locatarios y locatarias se las ingeniaron para vender a través de WhatsApp— y hoy, con sus espacios abiertos, en la entrada se ven carteles que indican la cantidad de personas que pueden entrar al mismo tiempo; además se ven cuerdas, cadenas, palos o bancas para frenar el ingreso, más termómetros y envases de alcohol gel. Los problemas por la (falta de) prudencia de los clientes, en tanto, están a la orden del día.
El ambiente, en cambio, es distinto entre un barrio y otro.
Son casi las 12 del día y acá sí se siente el disgusto. Muchos dueños y dueñas de tiendas no están felices: falta poco para Navidad y, aunque hay personas en las calles, sus locales no están llenos como, según cuentan, sí sucedía antes de la pandemia.
“¡¿Qué aforo?! ¡Si no anda gente! ¡No dan ganas ni de dar entrevistas!”, grita desde su puesto de ropa masculina un locatario tras ser consultado por las medidas sanitarias que ha tomado para poder funcionar.
Su sensación, aparentemente, no es aislada. Eimy Sánchez, trabajadora de L&E Chaquetas, aunque matiza un poco, coincide con su colega: “Ahora viene un poquito más de gente que en otros meses, pero antes de la pandemia había mucha más afluencia. El año antepasado hubo muchísimo público”.
Sobre los precios, al menos en su tienda, comenta Sánchez, han subido. “Se han elevado un montón. Nosotros vendemos chaquetas. Antes se vendían a 15 mil pesos y ahora las tenemos a casi 20 mil pesos al por mayor. Imagínate, al detalle han duplicado casi su valor”, dice.
En otro local de la calle El Manzano, las trabajadoras cuentan que también han tenido que subir los precios porque, explican, en China los proveedores subieron los valores y a eso se sumó el alza en las importaciones.
En este mismo lugar, un espacio pequeño repleto de faldas, poleras y vestidos de todos colores, las vendedoras concuerdan en que la cantidad de compradores ha bajado. Pero eso no es todo. “Solo andan vitrineando, no compran”, dicen. Y es justamente por la necesidad de vender, comentan, que han tenido que transar normas sanitarias que habían establecido, como la prohibición de probarse la ropa.
“Hemos tenido que ceder; si no, no compran”, comenta una de las mujeres. Su compañera, en tanto, plantea lo mismo que se escucha en Independencia: “Tampoco hay respeto por el aforo”, dice, mientras el dueño del local, quien de pronto se une a la conversación, añade: “La gente ya perdió el miedo”.
Con todo, algunos esperan que solo se trate de malos días y que, con el tiempo, vuelva a verse esa gran masa de personas comprando en las calles y tiendas del barrio.
La positiva adaptación de los restaurantes
Pasadas las 13:00 horas, los bares y restaurantes del Barrio Manuel Montt, en Providencia, comienzan a atender las primeras mesas del día. Es hora de almuerzo y no hay esa multitud que se ve durante las noches ni las largas filas de personas que esperan su turno para anotarse en las listas de espera; las y los garzones trabajan con mayor tranquilidad.
Al igual que los locales comerciales, luego de pasar meses cerrados por las cuarentenas y “mantenerse en pie”, como dicen en varios lugares, gracias al delivery, el gremio gastronómico ha podido abrir con una serie de restricciones, y han debido adaptar los espacios a la normativa sanitaria.
Las reglas están claras: en la fase de Apertura Inicial, sumado a la toma de temperatura y la entrega de alcohol gel, debe haber dos metros de distancia entre mesa y mesa, uno entre mesas individuales y en espacios cerrados solo pueden permanecer clientes que cuenten con su Pase de Movilidad. De acuerdo con lo anterior, los locales deben calcular su aforo máximo.
Felipe Reyes, encargado de Bar Ramblas, dice que lo más importante es “no saturar los espacios” y que ellos, tanto en ahí como en Martuca y Domani, que están a unas cuadras de distancia, han tomado otras medidas, como siempre sugerir el pago con tarjeta para evitar el efectivo y, de manera interna, establecer protocolos de limpieza diaria, ventilación y de llegada para proveedores y colaboradores para tener un registro de trazabilidad.
Por su parte, Nicolás Águila, administrador de Tomate, Palta, Mayo, enumera las normativas que han seguido —establecer aforos, usar alcohol gel, tomar temperatura, exigir uso de mascarilla, entre otros— y asegura que “se han tomado las medidas necesarias para que todos puedan trabajar tranquilos y los clientes también”.
A diferencia de lo que comentaban los trabajadores y las trabajadoras de Independencia y Patronato, aquí no han tenido problemas con consumidores que se salten las reglas. Sí, puntualiza Reyes, al principio fue “difícil explicarle a los clientes cómo volver: que tienen que usar la mascarilla cuando se paran de la mesa y todos esos quehaceres”. Pese a eso, dice, “ahora está todo mucho más fluido, la gente ya sabe lo que tiene que hacer”.
A las mesas improvisadas en las veredas de Manuel Montt siguen llegando personas y Reyes y Águila están atentos. Listos para actuar. Tan listos como han tenido que estar ellos y sus equipos para adaptarse, aprender y “hacer de todo” para sacar adelante el trabajo.
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